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Por Alfredo Jaramillo
Buenos Aires
Agencia (dpa)

En los días posteriores a la caída del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, Arnaldo Bocco recibió una llamada urgente desde Washington: el Citibank, una de las mayores entidades financieras de Estados Unidos, quería reunirse con él y otros directivos del banco central argentino.

Bocco, entonces director de la entidad, esperaba, como de costumbre, una reunión técnica. O incluso una propuesta para administrar las reservas del banco central, una práctica que había comenzado a volverse habitual en el mundo de las finanzas y que ejemplificaba bien hasta qué punto las corporaciones privadas habían logrado inmiscuirse en el funcionamiento estatal.

Pero esta vez las autoridades del Citibank no llamaban para hacer negocios: «Venían para demostrar que el banco no iba a caer en medio del caos», recuerda Bocco diez años después en declaraciones a la agencia dpa. «Parecía que la crisis arrastraba a todos», agrega.

En los pasillos de las instituciones financieras de Washington se hablaba de un feriado cambiario mundial para frenar el desastre. Pero ya era tarde, y hasta el Citibank tuvo que ser rescatado por el Gobierno de George W. Bush. Por un instante se invirtieron los roles: eran los bancos los que rendían cuentas ante los países latinoamericanos.

La mayor parte de la región logró mantenerse relativamente protegida del colapso financiero que siguió a la caída de Lehman Brothers por una combinación de factores, entre ellos el «viento de cola» que significó el alto precio de las materias primas en esos años, que benefició a países exportadores de éstas como Colombia, Chile, Brasil y Argentina.

También ayudó la aplicación de políticas anticíclicas en medio de una caída general de la demanda. Con una crisis en ciernes que se contagiaba rápidamente desde Estados Unidos a Europa y amenazaba a los mercados emergentes, la respuesta latinoamericana a la crisis fue la heterodoxia.

La diversificación de los mercados de exportación, además, les permitió seguir comerciando con otros países como China, principal destino de las exportaciones de materias primas latinoamericanas. Y a diferencia de Estados Unidos, los hogares de la región se recuperaron más rápidamente porque «estaban menos endeudados que los hogares en los países desarrollados», según la investigadora.

El salvataje de los bancos por parte del Gobierno de Estados Unidos mediante la inyección de liquidez y la compra de bonos creó un problema adicional: la apreciación cambiaria de las monedas de la región. Para Bocco se trató de «un efecto negativo bastante premeditado» destinado a volver más competitivas las exportaciones estadounidenses.

En casos como el de México el impacto fue más fuerte. «México está concentrado en Estados Unidos», explica Puyana Mutis. «Al exportar tantas manufacturas a ese país, se vio afectado por la caída de la demanda». Las remesas enviadas desde el país vecino fueron otro factor que golpeó a la economía mexicana, ya que una gran mayoría de los hogares pobres dejaron de recibir ingresos de sus familiares del otro lado de la frontera.

Diez años después, y pese a la relativa recuperación de las economías de la región, los efectos de la crisis son evidentes. «Lo que se perdió se perdió», explica Puyana Mutis. «Se han recuperado las tasas de crecimiento, pero no el ingreso perdido».

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