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Por Alfonso Mata

El argentino Manuel Otero asumió como director del Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA) en enero pasado con un mandato preciso: colocar a esta institución clave para el desarrollo rural en el continente en un lugar de renovado protagonismo.

En esta entrevista, Otero enfatiza en la necesidad de llevar la tecnología adecuada a los pequeños agricultores, quienes necesitan asociarse para sobrevivir y trabajar institucionalmente para inscribir la agricultura en la era de la bioeconomía. El trabajo conjunto de los gobiernos, las empresas y las ONG es clave para convertir a los territorios rurales en zonas de progreso, señala.

El panorama de la agricultura rural o marginal o del pequeño agricultor es desoladora, ¿Cuáles son los impedimentos mayores que tiene su desarrollo?

Manuel Otero: Comienzo diciendo que el mundo en general enfrenta hoy múltiples crisis. Las más importantes son la crisis alimentaria y su derivación nutricional, y las crisis poblacional, energética y ambiental, y en todo este panorama la agricultura está llamada a ser parte de la solución.

En la agricultura propiamente dicha quizás el mayor reto que debemos enfrentar y superar es la visión de que es una actividad generadora de pobreza y de inequidad, apenas limitada al suministro de materias primas para las grandes cadenas de valor, con prácticas poco sustentables en el mediano y largo plazo.

Los pequeños agricultores necesitan, en ese sentido, acceder a tecnologías específicas y asociarse para sobrevivir y progresar. Y para eso hay que contar con marcos institucionales conscientes de estos objetivos, que pongan a disposición las mejores prácticas, que trabajen en forma coordinada y faciliten y fomenten soluciones para sectores críticos, vitales, para la seguridad alimentaria de nuestros países.

Desde el IICA ofrecemos asistencia técnica y apoyo en el diseño de proyectos y en las negociaciones con instituciones de financiación multilateral para facilitar el alcance de esos objetivos.

Ante esos impedimentos señalados, ¿Cuáles serían las estrategias a seguir? ¿Qué corresponde hacer a los gobiernos y a la iniciativa privada y otros sectores dentro de esas estrategias?

Manuel Otero: Es necesario trabajar junto a los institutos nacionales de investigación para que la generación de tecnologías no solo apunte a los agricultores empresariales, es decir, a la tecnología de gran escala. Hay que hacer un esfuerzo para generar tecnología adecuada para los agricultores familiares, que deben unirse para no seguir siendo una variable de ajuste.

Son claves las leyes para fomentar el cooperativismo agrario, en Guatemala y en todos los países de las Américas. Tenemos que apuntalar el trabajo institucional para inscribir a nuestra agricultura en la era de la bioeconomía, con la mira puesta en convertir a nuestro continente en una gran fábrica de alimentos procesados, bioenergías, probióticos, nutraceúticos y biomateriales. La agricultura como la base de la industrialización, pero de una industrialización inteligente a partir de los enormes recursos biológicos que poseemos y que, apoyada en la ciencia y la tecnología, promueva una mayor diversidad sectorial, más competitividad internacional y más generación de empleo.

Gobiernos, empresas, las ONG, la clave es el trabajo conjunto, para encarar las oportunidades, para convertir a los territorios rurales como zonas de progreso, con nuevas tecnologías y conectividad, revirtiendo la actual visión que los confina como zonas generadoras de pobreza y expulsoras de recursos humanos.

Este es un escenario que plantea un nuevo marco de oportunidades para los 15 millones de pequeños productores del hemisferio, distribuidos en 400 millones de hectáreas, que históricamente han sido la variable de ajuste en la dinámica de los procesos productivos y cuya viabilidad está aún más condicionada hoy ante las consecuencias del cambio climático.

¿Cómo reunir en un solo plano la Seguridad Alimentaria, la crisis poblacional y la energética y el deterioro ambiental?

Las políticas públicas deben servir para reafirmar nuestra condición de continente, incluidos los países caribeños, de paz, con seguridad alimentaria y mayor calidad de vida para las zonas rurales. Un fenómeno que refleja esas crisis son las migraciones hacia las zonas urbanas. Es un problema serio.

Las estrategias de desarrollo rural para frenar ese éxodo deben ser concretas. Eso se revierte con políticas públicas de calidad. Las zonas rurales deben ser de progreso, generadoras de empleo, con oportunidades para jóvenes y mujeres. A veces hay una mala prensa, que hace creer que estas zonas son sinónimo de atraso, de conservadurismo, de falta de oportunidades. Lo rural debe ser sinónimo de progreso, de fuentes de oportunidades. Y sobre esto es importante recalcar, las transformaciones en la agricultura son grandes.

Repito algo que vengo afirmando: desde el IICA concentraremos los esfuerzos para superar la visión antigua del sector agropecuario como extractivista y generador de bienes primarios, y pasar a ver a la agricultura como la industria de la biomasa y un actor central de los nuevos tiempos en sociedades que aspiran ser menos dependientes de los recursos fósiles y en camino a estrategias productivas climáticamente responsables. Por eso aspiramos a generar nuevos marcos institucionales, con una activa participación del sector privado, que promuevan una agricultura más productiva, inclusiva y resiliente.

Países como el nuestro cada vez más son y retornan al problema de los monocultivos, tal es el caso de la palma africana ¿Cómo afrontar esa amenaza ambiental?

Los problemas hay que enfrentarlos. Y debemos enfrentarlos con firmeza y creatividad. Tenemos que trabajar en la adaptación de la agricultura al cambio climático, en la resiliencia. Siempre apoyados en la ciencia y la tecnología. No hay salida fuera de esto. Son necesarias las labranzas conservacionistas, respetar la estructura del suelo al sembrar los cultivos; desarrollar los institutos de investigación; las semillas se deben adaptar a las nuevas condiciones climáticas. Debemos ser cuidadosos y evitar los monocultivos.

Desde el IICA, en estrecha coordinación y colaboración con los gobiernos, promovemos un sano intercambio de ideas con un foco muy especial en los asuntos más urgentes: el cambio climático; el comercio y la sanidad; la innovación y el desarrollo; la bioeconomía y las cadenas; y la agricultura familiar y los territorios. Del mismo modo, una visión renovada de la cooperación internacional nos dice que más que llenar los vacíos que pudiera tener un país o región, debemos promover y fortalecer la cooperación sur-sur (colaboración entre similares) a través del intercambio de conocimientos y experiencias en temas específicos. Del mismo modo, el IICA está llamado a convertirse en un gran puente que facilite y enfoque los esfuerzos de otras entidades cooperantes.

Las áreas rurales deben ser vistas como focos de progreso ¿Cómo se puede lograr eso en un país donde cada vez más se depreda y deterioran esos territorios?

Una vez más, plantea usted una de las grandes paradojas de la actualidad: ¿cómo puede ser que una actividad que en nuestro continente genera el 13% del comercio agrícola global y un tercio de nuestras exportaciones netas, sea al mismo tiempo una actividad generadora de pobreza? Como ya lo he señalado, tenemos que enfocarnos en industrializar el sector, aplicando los últimos avances tecnológicos, que permitan mejores prácticas, que propicien un aumento de la productividad, y que al mismo tiempo sean sostenibles en el mediano y largo plazo. Reitero, la bioeconomía expresa en buena medida esa visión transformadora para promover una producción sustentable e inteligente. Tenemos todo para alcanzar estos objetivos, siempre partiendo desde la gran y envidiable base de recursos naturales que poseemos y de la imperiosa necesidad de generar una mejor calidad de vida.

¿Qué significa dentro de una nueva estrategia “actualización de sus órganos y participación del sector privado tanto latifundista como minifundista?

Aspiro fervientemente a consolidar un IICA que promueva el debate sobre las principales trabas a la cooperación para el desarrollo y cree condiciones para una activa participación del sector privado, columna vertebral para el desarrollo de nuestra agricultura. Las soluciones no deben venir solo de los gobiernos o de los entes cooperantes, deben necesariamente incluir la visión y aportes de todos los sectores involucrados en la actividad agrícola, incluido el sector privado.

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