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Por PAUL WISEMAN
WASHINGTON
Agencia (AP)

De todos los acuerdos comerciales que fustigó durante la campaña electoral como dañinos para los trabajadores estadounidenses, Donald Trump reservó su mayor desdén para el Tratado de Libre Comercio de América del Norte.

El TLCAN con México y Canadá “es el peor acuerdo comercial de la historia”, declaró el candidato Trump. Lo acusó de elevar el déficit comercial con México, arrastrar fábricas al otro lado de la frontera y eliminar empleos en Estados Unidos.

Prometió renegociar el tratado celebrado hace 23 años o de plano abandonarlo. Ahora llegó el momento. Hoy comenzarán cinco días de conversaciones para reformar el TLCAN (o NAFTA por sus siglas en inglés), primero en Washington, luego en México y Canadá.

Estados Unidos jamás ha intentado reformar un acuerdo comercial de gran envergadura. Por eso, los analistas no saben con certeza qué esperar.

Pero está claro que será difícil cumplir las promesas de campaña de Trump. Una nueva versión del TLCAN necesitaría la aprobación del Congreso, que está dividido. Y un TLCAN mejorado no ofrece la certeza de lograr lo que esperan Trump y sus partidarios: la devolución de millones de empleos fabriles.

Economistas y analistas comerciales dicen que es posible mejorar el TLCAN, que eliminó la mayoría de las barreras comerciales entre los tres países. En todo caso, se lo puede actualizar para reflejar el crecimiento de la economía digital.

Pero una reformulación tecnocrática difícilmente satisfará a los partidarios de Trump y los detractores del TLCAN, que buscan la reformulación del acuerdo para reducir el déficit comercial y la recuperación de empleos.

Una estrategia más agresiva –por ejemplo, exigir que se consuman bienes de producción nacional– conlleva el riesgo de privar a los estadounidenses de algunos beneficios que el acuerdo les ha ofrecido.

Los agricultores estadounidenses, por ejemplo, temen perder el acceso irrestricto que tienen ahora en el mercado mexicano. Muchas empresas de manufactura han creado líneas de suministro que atraviesan las fronteras, y temen perder sus inversiones. Y si Estados Unidos decide alzar barreras comerciales, Canadá y México seguramente tomarán represalias.

Aparte de eso, el tiempo corre. El próximo año hay elecciones presidenciales en México y elecciones legislativas en Estados Unidos. Renegociar un acuerdo tan complicado será sumamente difícil en medio de una intensa retórica electoral.

El mes pasado, la administración Trump enumeró sus condiciones para la renegociación, y algunas de ellas desde ya se han topado con la férrea resistencia de Canadá y México.

El gobierno de Washington irritó a Canadá, por ejemplo, al decir que desea eliminar un mecanismo de resolución de disputas establecido bajo el TLCAN. El mecanismo le permitiría a México y Canadá apelar decisiones desfavorables emitidas por tribunales y agencias comerciales estadounidenses. Pueden apelar a paneles establecidos por el TLCAN formados por cinco integrantes: dos de cada país de la disputa y uno que se alternaría entre ellos. Las decisiones de tales comisiones son de cumplimiento obligatorio.

Pero el problema es que esas comisiones tienen una reputación de ser contrarios a las decisiones comerciales estadounidenses, como pasó con la disputa sobre la madera canadiense. Estados Unidos se queja de que Canadá subsidia a su industria maderera, con lo que su producto se hace artificialmente barato en el mercado estadounidense.

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