Por Andreas Landwehr
Pekín
agencia/dpa
Será una «foto de familia» en la que muchos políticos demócratas podrían tener reparos en aparecer: junto al anfitrión, el presidente chino Xi Jinping, posarán su homólogo ruso, Vladimir Putin, el controvertido jefe de Gobierno filipino Rodrigo Duterte, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y los líderes bielorruso y kazajo, Alexander Lukashenko y Nursultan Nazarbayev.
La cumbre que se celebrará los próximos domingo y lunes en Pekín será el mayor acontecimiento diplomático del año, aunque algunos críticos destacan las carencias democráticas de algunos de los presentes en la reunión.
El encuentro girará en torno a una idea fantástica de dimensiones históricas: la construcción de una «nueva Ruta de la Seda», una moderna red de conexiones a lo largo de la histórica ruta comercial que unía Asia, África y Europa por mar y tierra.
Donde una vez se comercializó seda, especias, té, porcelana, oro y plata, en el futuro circularán trenes de alta velocidad y vagones de carga, petróleo y gas fluirán por nuevos oleoductos, surgirán carreteras y puertos y las empresas se asentarán en nuevas zonas económicas.
Se trata del proyecto geopolítico y económico más ambicioso del jefe de Estado y partido chino. Un año después de su llegada al poder, Xi Jinping dio el pistoletazo de salida con una inversión inicial de 40 mil millones de dólares que se podrían convertir fácilmente en algunos cientos de miles de millones.
El proyecto de la ruta terrestre y marítima se conoce como «nueva Ruta de la Seda», «One Belt, One Road» (un cinturón, un camino) o abreviado, como la iniciativa «Belt and Road» (OBOR).
En total, a la cumbre asistirán 28 jefes de Estado y Gobierno y estarán representados 110 países, algunos de ellos a nivel de ministros de Economía, como Alemania.
Mientras Estados Unidos se ha retirado ya del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP) y parece dar la espalda al libre comercio mundial, China está llenando su hueco para hacer realidad «el sueño chino» de un renacimiento como potencia mundial.
Si el arquitecto de la reforma hacia la economía de mercado Deng Xiaoping no quería desempeñar ningún papel en el escenario mundial sino «ocultar la fortaleza de China y esperar al momento adecuado», para Xi Jinping podría haber llegado ya ese momento.
«¿Qué es China?», se pregunta Tom Miller, autor de un libro sobre la iniciativa. «Su Ejército no es tan grande como el de Estados Unidos ni tampoco tiene tantos amigos. Pero tiene mucho dinero y peso económico». Pekín está intentando ampliar su papel de liderazgo mediante inversiones y una «diplomacia de infraestructuras». «Pekín está intentando, mediante una mejor conectividad, crear una especie de red comercial que haga que todos los caminos lleven a China».
La segunda mayor economía del mundo crece ahora con lentitud y busca motores nuevos. Además, quiere la apertura de nuevos mercados. «Una nueva era de globalización». También se pretende una mejor conexión económica de las regiones menos desarrolladas del oeste de China con los vecinos occidentales del país asiático.
Uno de los proyectos modelo, aunque estuviera previsto anteriormente, es el corredor económico entre China y Pakistán, que iría desde Xinjing, en el lejano oeste chino, a la ciudad portuaria paquistaní de Gawadar en el mar Arábigo, cerca de las rutas petroleras del Golfo Pérsico.
65 países mostraron ya su interés en el proyecto. En Europa dos regiones están en el punto de mira: Europa central y la región del Mediterráneo. Entre los proyectos se encuentra la compra del puerto griego de El Pireo y la prevista construcción de ferrocarriles que unan Belgrado con Budapest. A ello se suman las conexiones de trenes de mercancías entre China y España o con el gran puerto fluvial de Duisburg, en Alemania, que Xi Jinping visitó en 2014. También proyectos que ya comenzaron anteriormente.
La iniciativa persigue diversos objetivos. China intenta, entre otras cosas, exportar sus estándares tecnológicos en la construcción de ferrocarriles, las telecomunicaciones o el sector energético. El mejor ejemplo de ello es la construcción del tren de alta velocidad en Indonesia, donde China se impuso a Japón.
«Para Pekín el negocio podría reportar pérdidas, pero supone un gran avance convencer a otro país de aceptar la tecnología y los estándares chinos», considera Peter Cai, del instituto Lowy en Australia.
Los expertos ven también potencial de impulsar el crecimiento global mediante inversiones regionales. Pero el peligro de corrupción o de incentivar proyectos inútiles o inviables es grande. Además existe una «considerable falta de confianza» entre China y países que entran en juego en la iniciativa, cree Cai.
El mejor ejemplo es India, que recela de la cooperación china con su rival regional y vecino Pakistán. El primer ministro indio, Narendra Modi, estará ausente en la cumbre de Pekín.
A ello se suman otros problemas: dos terceras partes de los países del OBOR tienen una credibilidad tan mala que espantan a los banqueros chinos. A ello se une la inestabilidad política y los riesgos para la seguridad para las empresas chinas, que tendrán prioridad en la construcción de proyectos de infraestructuras, un hecho no exento de controversia.
Angela Stanzel, del «think tank» Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR) pronostica grandes desafíos para el proyecto lanzando una pregunta: «La Ruta de la Seda de China ¿a ninguna parte?»
Para Pekín el negocio podría reportar pérdidas, pero supone un gran avance convencer a otro país de aceptar la tecnología y los estándares chinos.
Peter Cai, del instituto Lowy en Australia.