Moscú
DPA
«Si me tuviera que ir a la guerra con alguien, no lo dudaría, sería con Mandzukic»: la frase la pronuncia Josep Guardiola en el libro «Herr Pep» y posiblemente resume a la perfección lo que es Mario Mandzukic.
El futbolista, autor ayer del gol hasta ahora más importante de la historia de Croacia, es un volcán, una pesadilla para cualquier defensa, ese jugador que siempre conviene tener al lado y nunca enfrente. No ofrece ninguna pizca de ternura este delantero de 1,90 metros y cara de pocos amigos.
«A Mandzukic le podría atropellar un tanque y estaría bien», dijo una vez Niko Kovac, actual entrenador del Bayern Múnich y que tuvo al jugador a sus órdenes en la selección croata.
Nacido en la localidad de Slavonski Brod el 21 de mayo de 1986, Mandzukic no tuvo un camino sencillo hasta la cumbre. Porque ahí es donde está ahora: en la final del Mundial de Rusia con su Croacia, a la que clasificó ayer con un gol en la prórroga ante Inglaterra.
Mandzukic creció entre los sonidos de las bombas y los disparos de la Guerra de los Balcanes. Como muchos de sus compañeros en la selección, es un «hijo de la guerra». Huyó del horror y se refugió con su familia en Alemania, donde empezó a dar sus primeros pasos como futbolista.
Tras la guerra y la independencia de Croacia, regresó a su tierra natal y en 2007 le llegó su gran oportunidad al fichar por el Dínamo de Zagreb, el club más importante del país. Su viaje continuó en el Wolfsburgo, el Bayern Múnich, el Atlético de Madrid y por fin la Juventus de Turín, su actual club y en el que coincidirá a partir de la próxima temporada con el portugués Cristiano Ronaldo.
Mandzukic, de 32 años, nunca olvidó la guerra y la lleva tatuada en su piel. En la parte baja de su espalda se lee en hebreo, aunque con alguna falta de ortografía según expertos: «Lo que no te mata te hace más fuerte».
Su piel también está decorada con numerosas cicatrices, recuerdos de incontables batallas en el césped. Que levante la mano el central que no ha tenido un roce con el croata. Porque Mandzukic nunca se ha escondido. Si hay que chocar, se choca. Si hay que sangrar, se sangra. Si hay que correr 13 kilómetros, como hizo ayer, se corren.
«Nos vamos a dejar hasta la última gota de sudor en el campo», indicó antes de la semifinal ante Inglaterra. Dicho y hecho. El delantero corrió como un poseso durante el partido, pero no le faltó aire en los pulmones. Su seleccionador, Zlatko Dalic, le quiso cambiar en la prórroga.
«No, no», le dijo Mandzukic, que minutos después estaba celebrando el gol de la victoria. Lo festejó arrollando incluso a un fotógrafo, que captó unas instantáneas que describen bien lo que es Mandzukic. Un rostro consumido por la euforia, puro fuego, un jugador que sube la temperatura de cualquier partido.
«Mandzukic es un guerrillero», señaló una vez el español Juanfran, que fue su compañero en el Atlético de Madrid.
Mandzukic ganó dos Bundesligas con el Bayern, una Champions con los alemanes y tres títulos de la Serie A con la Juventus. Con el equipo turinés disputó además la final de la Liga de Campeones en 2017, en la que marcó ante el Real Madrid uno de los mejores goles de su carrera.
El más importante, sin embargo, lo anotó ayer en Moscú para clasificar a Croacia a la final del Mundial. Ahí le espera el domingo Francia. Que se preparen Raphael Varane y Samuel Umtiti.