Nizhni Nóvgorod, Rusia
DPA

Si Uruguay llega a los octavos de final del sábado ante Portugal como un equipo consistente y peligroso es en gran parte gracias a Óscar Tabárez. El técnico más veterano del Mundial, de 71 años, es un sabio del fútbol y la vida en torno al cual gira mucho el juego de una selección.

Con su hablar pausado, sus desplazamientos lentos y su bastón, con su estampa de Jorge Luis Borges en una cancha, más filósofo que técnico, el «Maestro» analiza las idas y vueltas de Rusia 2018 en un lenguaje que parece estar por encima del tiempo y de las circunstancias y que va siempre más allá del fútbol, del Mundial, de las cifras.

«Como pasa siempre en la historia del fútbol, se cae otra estadística», dice sin inmutarse tras ganar 1-0 a Egipto, primera victoria de Uruguay en un debut mundialista desde 1970. Y sobre el cabezazo del central José María Giménez que valió entonces los tres puntos en el último minuto: «Los caminos al gol son infinitos».

«De todos los partidos en el mundo salen cosas sorprendentes, inexplicables», reflexiona pausadamente, más admirado que inquieto. Y hasta la arenga a sus jugadores roza lo metafísico: «Lo que quieren todos los uruguayos es lo mismo que nosotros: ganar el partido. Pero ustedes son los únicos que pueden producir esa nueva realidad».

Mientras los futbolistas viven en la ansiedad del hoy, Tabárez los serena con su mirada atemporal. «Partidos de jugadores que no están a su nivel les he visto a Messi, Pelé, Maradona y a tantas glorias», responde cuando Luis Suárez no marca. Y es que, insiste: «El fútbol, además de muchas otras cosas, es un asunto entre seres humanos».

Por frases como esas y por el caudal de experiencia y reflexión que destilan, Tabárez es en sí mismo una institución, la figura en la que se apoya la transformación que vive el fútbol uruguayo desde que volvió a dirigir la selección en 2006 y que ahora se plasma en un equipo cargado de ilusiones en Rusia.

Es resultado de una larga carrera que comenzó como futbolista en 1967, hace más de medio siglo, y que lo llevó por diversos clubes de Uruguay y México hasta estrenarse como técnico en 1980 y llegar a la selección por primera vez en 1988 para clasificarla a Italia 1990, el primero de los cuatro Mundiales que disputó.

Entre Italia y Rusia pasaron 28 años, un récord igualado solo por los brasileños Mario Zagallo (1970-1998) y Carlos Alberto Parreira (1982-2010). El sábado, ante Portugal, romperá otra marca al sumar 134 años con el técnico luso, Fernando Santos: el duelo mundialista con más edad en los banquillos.

Después de ese primer Mundial entrenó a Boca Juniors y pudo derribar su primera barrera histórica: en 1992 le dio al equipo el primer campeonato desde el conquistado en 1981 todavía bajo el liderazgo de Diego Armando Maradona. «Como pasa siempre en el fútbol, se cae otra estadística», podría haber dicho ya entonces.

En 2006 volvió a la selección acompañado por un proyecto que iba más allá de lo que ocurre en la cancha y que incluía un reordenamiento institucional o la apuesta por reforzar las selecciones juveniles. El impacto de esa gestión con mentalidad a largo plazo no tardó en reflejarse en éxitos.

En Sudáfrica 2010, Uruguay llegó hasta semifinales y acabó cuarta. Un año más tarde, ganó la Copa América de 2011 nada menos que en Argentina. En 2012 recibió la Órden del Mérito de la FIFA y en 2014 llegó con fuerza al Mundial, pero el imprevisible mordisco de Luis Suárez a un rival trastocó al equipo, eliminado en octavos.

«Me sorprende, en primer lugar, cómo pasa el tiempo», explica ya en Rusia, su tercer Mundial consecutivo, volviendo la vista a esa carrera. «Los cambios que ha habido no solo en el fútbol, sino en el mundo, han sido espectaculares. No es lo mismo el año 90 que el 2018. El mundo es otro».

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