Por Gonzalo Ruiz Tovar
Lima
Agencia (dpa)
De las especulaciones que se hacen en fútbol, algunas son suscritas por mayorías. Por ejemplo, la que dice que sin Paolo Guerrero el Perú no se habría clasificado al Mundial de Rusia 2018.
Guerrero no es solo el atacante que complica defensas y aterroriza arqueros. Es el que se echa al hombro el equipo, el que pelea cada balón, el que vibra, reacciona y tramsmite a los compañeros una catarata de energía y autoconfianza.
Pero el «Depredador» no estará cuando el Perú retorne a un Mundial después de 36 años. Una sustancia que consumió en octubre antes del partido con Argentina por las eliminatorias sudamericanas marcó positivo en el test antidoping. Tras marchas y contramarchas, la Corte Arbitral del Deporte (CAS) lo suspendió el lunes por 14 meses. Volverá a las canchas en enero, cuando Rusia sea historia.
«Siento que he perdido mi sueño de jugar al fútbol y de jugar un Mundial», afirmó Guerrero, de 34 años, en un video que publicó tras la noticia. «Les diría a las personas que contribuyeron para esta vergonzosa injusticia que me están robando el Mundial y mi carrera también. Espero que consigan dormir en paz», agregó.
«Es una hora oscurísima, pero quiero ratificarle a mi país que jamás he consumido algún droga y jamás he tenido la voluntad de hacerlo, porque no lo necesito y siempre he sido un profesional», les dijo Guerrero a quienes lo ven como ejemplo de disciplina.
El centrodelantero debutó con la selección mayor en 2004, cuando estaba en las divisiones menores de Bayern Múnich, a las que llegó en 2002 desde las canteras de Alianza Lima y sin jugar un solo partido profesional. Allí nació el romance entre él y la «blanquirroja».
Porque, a diferencia del también gran goleador peruano Claudio Pizarro, que solo lo hizo en clubes, Guerrero brilló con la selección. Con 32 tantos es el máximo anotador del equipo «inca», superando los 26 del legendario Teófilo Cubillas y los 24 del mítico Teodoro Fernández y de su amigo del alma Jefferson Farfán.
Guerrero fue la principal carta del equipo que se clasificó para Rusia. No estuvo en el repechaje ganado a Nueva Zelanda, porque ya estaba suspendido, pero todos sabían que sin él no se habría llegado a ese punto. Por eso, Farfán celebró el gol decisivo con la camiseta de su amigo en las manos.
Paolo nació en 1984 en el distrito limeño Chorrillos, hijo de José Guerrero, futbolista virtuoso al que la falta de compromiso hundió en la mediocridad, y de Petronila Gonzales, mediático personaje que el lunes, en medio del dolor, acusaba sin pruebas a Pizarro y la Federación Peruana de conspiración.
Su tío José Gonzales fue por años arquero de la selección, hasta que en 1987 murió con sus compañeros de Alianza en un accidente aéreo, hecho que presuntamente generó el primer gran enemigo que tuvo que vencer Paolo: el pánico a los aviones.
Su hermanastro Julio Rivera también jugó en la selección, pero su vida fue algo desordenada. Para suerte de Guerrero, el educador Constantino Carvallo lo llevó a su colegio Los Reyes Rojos, junto a Farfán, para darles herramientas de vida más allá del fútbol.
Tras cuatro años con Bayern y seis con Hamburgo, Guerrero llegó a Brasil: primero a Corinthians y en 2015 a Flamengo, equipo con el que reapareció el domingo tras pagar seis meses de suspensión, castigo que estuvo vigente hasta que la CAS lo amplió el lunes por apelación de la Agencia Mundial Antidoping (AMA).
«Demostré que nunca consumí droga y que no tuve intención de mejorar mi performance, porque ese té no la mejora y eso fue probado en la FIFA, la AMA y la CAS. Yo estaba bajo protocolos de seguridad y nutrición de la selección. Tomé el té que el mozo (del hotel) no debería haber servido», afirmó el «Depredador».
Guerrero afirma que el prohibido metabolito benzoilecgonina estaba en ese té. La Comisión de Apelaciones de la FIFA le creyó con base en estudios médicos. La CAS también le creyó, pero consideró que hubo negligencia.
Los peruanos no necesitan pruebas para creerle. Le creen porque es Paolo, el de los tatuajes, el de los peinados, el que nunca se asustó, el que un día se fue para Alemania y desde allá construyó el personaje que se transformó en ídolo.