MEDELLÍN, Colombia
AP

Emotivos homenajes simultáneos llenaron estadios en Colombia y Brasil para recordar a las víctimas de la tragedia aérea que esta semana que se cobró la vida de 71 personas cuando el avión chárter que trasladaba a un modesto equipo brasileño de fútbol a la final de un prestigioso torneo sudamericano se estrelló cerca de Medellín.

_Depo23_1bLos homenajes se realizaron a noche mientras los investigadores del siniestro, ayudados por la dramática grabación de las conversaciones de cabina, estudiaban por qué el avión de fabricación británica se quedó aparentemente sin combustible antes de impactar contra una embarrada ladera a solo unos kilómetros (millas) del aeropuerto internacional de Medellín.

En una conversación en ocasiones caótica con la torre de control, el piloto de la aeronave, Miguel Quiroga, pidió permiso para aterrizar por «problemas de combustible» sin lanzar un aviso oficial de socorro. Una controladora aérea le explicó que otro avión, desviado por problemas mecánicos, estaba acercándose a la pista y tenía prioridad, y que tenía que esperar siete minutos.

Mientras el avión realizaba un recorrido circular durante la espera, la desesperación del comandante aumentó. «Falla eléctrica total, sin combustible», dijo en unos tensos momentos finales antes de que el aparato iniciase una caída de cuatro minutos.

Para entonces, la controladora había calibrado la gravedad de la situación y pidió al otro avión que abandonase su maniobra para dejar sitio al vuelo chárter. Pero era demasiado tarde. Justo antes de quedarse en silencio, el piloto expresó que estaba volando a una altura de 9 mil pies e hizo una última solicitud a tierra: «¡Vectores, vectores!»

La grabación, obtenida por medios colombianos, parece confirmar el relato de una auxiliar de vuelo que sobrevivió al siniestro y de un piloto que volaba cerca y escuchó la frenética conversación. Esto, junto a la falta de explosión en el impacto, apuntan hacia un extraño caso de agotamiento de combustible como la causa del accidente del avión, un BAE 146 Avro RJ85 que según los expertos cubría la distancia máxima que puede recorrer en el vuelo que partió de Santa Cruz, en Bolivia.

Mientras los expertos trabajaban, miles de seguidores del Atlético Nacional de Medellín vestidos de blanco abarrotaron los 40 mil asientos del estadio donde su equipo tenía que disputar el partido de ida de la final de la Copa Sudamericana contra el malogrado Chapecoense brasileño. Con las palabras «Campeones Eternos» en una pantalla grande, la habitualmente combativa hinchada del Atlético puso el espíritu deportivo por delante y rindió homenaje al rival, que pidieron que sea declarado vencedor del torneo.

Durante el acto se leyeron los nombres de los 71 fallecidos en el accidente del lunes por la noche mientras una banda militar tocaba marchas fúnebres y helicópteros Black Hawk, que participaron en las labores de rescate que lograron sacar a seis personas con vida de entre los escombros, sobrevolaban el estadio Atanasio Girardot. En las gradas, los seguidores se pusieron en pie para guardar un minuto de silencio sosteniendo velas y carteles que decían «Todos somos Chapecoense» y «El fútbol no tiene fronteras».

El momento más emotivo del homenaje en Medellín fue un discurso del ministro brasileño de Exteriores, Jose Serra, quien viajó a la ciudad junto con un avión militar para repatriar los cuerpos de las víctimas, que en su mayoría eran compatriotas. El funcionario destacó el hecho de que ambos equipos compartiesen colores, verde y blanco, un signo de unidad en medio de la tragedia.

«Los brasileños no olvidaremos jamás la forma en que los colombianos sintieron como suyo el terrible desastre que interrumpió el sueño de Chapecoense», dijo en español el canciller, interrumpido por sus propias lágrimas y la ovación de los presentes en la cancha. La solidaridad de los colombianos, agregó, ofrece un enorme consuelo, «una luz en la oscuridad cuando todos estamos intentando comprender lo incomprensible».

En Brasil, el ambiente era incluso más sombrío cuando residentes de la pequeña ciudad agrícola de Chapecó llenaron su estadio para asistir a una misa católica con los familias de las víctimas y los futbolistas que no viajaron a Medellín con el equipo.

A la misma hora que deberían haber estado en sus casas viendo a su equipo por televisión, más de 22 mil seguidores del Chapecoense lloraban al ver videos de homenaje llegados de todo el mundo. Después corearon los nombres de cada uno de los miembros del plantel además de la aparición de Carlos Miguel, un niño de cinco años, que se disfraza de «mascota» del club con un tocado de indígena chapecó y que muchos temieron que pudiera ir a bordo del avión.

El Chape llegó a la cima del futbol sudamericano sin contar con grandes estrellas ni jugadores de la celebrada selección nacional. Hace siete años militaba en la cuarta división y en 2014 ascendió a la máxima categoría. Su camino a la final de la Copa Sudamericana impresionó a fans de todo el continente al eliminar a algunos equipos legendarios de la región.

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