Río de Janeiro
DPA

Zika, crisis económica, escándalos de corrupción y una presidenta ausente: cuando Brasil inaugure «sus» Juegos Olímpicos este viernes, ya no será la potencia ascendente que se ganó en 2009 el derecho a ser la primera sede olímpica de Sudamérica.

«Se abre una nueva frontera», aseguraba todavía en 2009 el ex mandatario Luiz Inácio Lula da Silva, el día en que un pujante Brasil convenció al Comité Olímpico Internacional (COI) de entregar la organización de los Juegos de 2016 a Río de Janeiro.

Pero en Brasil, el «país del futuro» latinoamericano, corren ahora tiempos duros. Su economía se desplomó en 3.5 por ciento en 2015 y las previsiones para este año también apuntan a una fuerte contracción económica. El país que bajo la presidencia de Lula sacó hasta 2010 a más de 40 millones de personas de la pobreza ya tiene en tanto a casi 11.5 millones de desempleados.

Desde mediados de 2015 es el epicentro además de la epidemia de zika, una de las enfermedades que más preocupa en el mundo por estar asociada a casos de microcefalia en recién nacidos. Más de 165 mil personas están bajo sospecha de contagio en Brasil, los casos confirmados de microcefalia o transtornos similares en bebés ascienden a mil 700, según cifras de la Organización Mundial de la Salud.

Y está, claro, la crisis política.

La presidenta Dilma Rousseff no estará el 5 de agosto en la apertura de Río 2016, como le habría gustado a su predecesor Lula. «No pretendo participar en los Juegos en una posición secundaria», dijo Rousseff recientemente en una entrevista para descartar que estará en la tribuna de invitados junto a Michel Temer, su vicepresidente y actualmente jefe de Estado interino.

La mandataria está suspendida del cargo desde mayo por acusaciones de haber maquillado los presupuestos públicos, y podría ser destituida definitivamente en las siguientes semanas, poco después de que termine la cita olímpica el 21 de agosto.

Casi peor imagen que Rousseff tiene sin embargo la clase política brasileña en general: unos 50 políticos son investigados actualmente en el marco de la operación «Lava Jato», que investiga el desfalco vinculado a la petrolera estatal Petrobras y que es visto como uno de los mayores escándalos de corrupción de la historia del país.

También Lula, el «padre» de los Juegos, se ausentará de la ceremonia de apertura del viernes en el estadio Maracaná. Según el diario «Folha de Sao Paulo», el ex presidente declinó la invitación que le hizo llegar el COI para la inauguración.

Otra muestra de la crisis institucional sería que ninguno de los ex jefes de Estado de Brasil vivos estén en el palco de honor, como especulaba el diario. Por ahora también Fernando Henrique Cardoso (1995-2002) rechazó la invitación, según «Folha».

El peor escenario para Temer, eso sí, sería que durante su aparición en el Maracaná lo acompañe un concierto de silbidos y de insultos, como le ocurrió a Rousseff en la apertura del Mundial de futbol en 2014.

Temer, enemigo de la presidenta desde que apoyó el proceso de «impeachment» en su contra, registra una popularidad por los suelos: sólo el 14 por ciento aprueba su gestión, según una encuesta reciente. Como consuelo le queda quizá constatar que por ahora no ha habido en Brasil protestas sociales similares a las que empañaron las semanas previas a la Copa del mundo hace dos años.

Artículo anteriorArranca Río 2016: Suecia vence a Sudáfrica en el fútbol femenino
Artículo siguienteMinfin presenta política ambiental