Buenos Aires
DPA
Diego Simeone y su Atlético de Madrid son hoy los máximos exponentes de una filosofía futbolística asociada a la fortaleza defensiva, el juego aguerrido y el contragolpe, pero hubo una época en la que el «Cholismo», aún incipiente, encarnaba valores opuestos.
De los diez años de carrera como entrenador que cumplió este año, los cinco que dirigió hasta ahora en el Atlético, rival el próximo sábado del Real Madrid en la final de la Liga de Campeones, son los que han dejado una huella más profunda. Pero antes de convertirse en el técnico de moda en Europa, hubo otros cinco años en el futbol argentino de duro aprendizaje, turbulencias, metamorfosis. Y éxito bajo otros métodos.
«De aquel entrenador que empezaba con un 4-2-3-1, con dos delanteros por afuera, hoy soy mucho más equilibrado», reconoció el «Cholo» en una reciente entrevista con el diario argentino «La Nación.
Su inicio en los bancos en 2006 con Racing de Avellaneda, el club del que es hincha y donde había finalizado poco antes su carrera como jugador, no pudo haber sido más traumático. Tres derrotas consecutivas de arranque, incluido el clásico con Independiente, amenazaban con derrumbar fugazmente su nuevo proyecto.
Sin embargo, fiel a su carácter, tomó medidas drásticas. Decidió concentrar indefinidamente al plantel, repuntó y logró evitar el temido descenso. Pero no la decisión de la dirigencia de prescindir de él y así aterrizó pocos meses después en Estudiantes de La Plata.
En el «Pincha Rata» mostró ya una vocación netamente ofensiva, con Juan Sebastián Verón marcando el ritmo desde el mediocampo y jugando en algunos momentos de los partidos con hasta cuatro delanteros. Un equipo intenso y asfixiante, que presionaba en campo contrario e iba en busca de la victoria desde el primer minuto.
Aquel conjunto quedó guardado en la memoria de sus hinchas por el 7-0 en el clásico de la ciudad de La Plata ante Gimnasia, un partido en el que motivó a sus jugadores con un discurso de Al Pacino haciendo de entrenador de futbol americano en «Un domingo cualquiera». Ganando 5-0 y con dos hombres más que su ya entregado rival, colocó a Pablo Lugüercio por Diego Galván, un delantero por un volante, muestra de su insaciable voracidad.
Llegó pronto su primer título como entrenador, una inolvidable remontada en las últimas fechas con Estudiantes para arrebatarle a Boca Juniors un trofeo que parecía tener servido, y recaló en River Plate.
En el conjunto «millonario», donde dirigió a jugadores como Alexis Sánchez o Radamel Falcao antes de su explosión internacional, profundizó aún más su estilo ofensivo y llegó a jugar con un 3-3-3-1 o un 4-2-3-1. Y vio el cielo y el infierno. Fue campeón argentino en 2008, pero al torneo siguiente dejó su cargo sin respuestas ante un River que marchaba en un inimaginable último lugar.
Al año siguiente dirigió a San Lorenzo, otro grande argentino, pero fue en su fugaz experiencia en el fútbol italiano en 2011 con el Catania cuando hizo el «click», justo antes de arribar al Atlético.
El técnico argentino fue incorporando con el tiempo mayor estabilidad en su propuesta, aunque advierte sobre la necesidad de una constante evolución.
Adaptación a los jugadores y aprendizaje permanente parecen ser premisas en la carrera de Simeone como entrenador. Pero también el carácter ultracompetitivo, la pasión y la intensidad que lleva en la sangre desde su época de futbolista, más allá de los cambios de esquema. Tal vez, las señales de identidad más genuinas del «Cholismo».