Miami
Agencia dpa

Kobe Bryant siempre se consideró diferente al resto por superior. Eso le llevó a sentir soledad, frustración, inadaptación e ira, combustible que lo llevó a ser uno de los grandes de la historia del baloncesto.

Bryant, de 37 años, anunció ayer que abandona a final de la presente temporada, derrotado por el paso del tiempo y por la decadencia de su cuerpo y del equipo de su vida, Los Angeles Lakers, con los que ganó cinco anillos.

«Mi cerebro no puede procesar el fracaso. Creo que el fracaso es peor que la muerte», afirma Bryant en el cierre del documental «Muse» (Musa, Inspiración) que repasa su vida y que se estrenó a final de febrero. El jugador ya sabía que afrontaba el último capítulo de su carrera y dejó su epílogo en formato audiovisual.

Ese capítulo final empezó en abril de 2013, cuando se rompió el tendón de Aquiles. A esa fractura le sucedió otra en la tibia la temporada siguiente y luego, otra en el hombro la pasada campaña. En las dos últimas temporadas disputó apenas 41 encuentros.

El baloncesto siempre fue el refugio para el niño que con seis años se marchó con su familia a Italia, donde su padre Joe continuó su carrera profesional tras pasar por la NBA.

En la escuela en Italia tuvo que leer y exponer en clase un trabajo sobre la «Ilíada» de Homero en latín. Bryant se superó, pero sintió el peso de ser diferente, de la soledad, y se refugió en la pelota y la canasta.

Lo volvió a hacer cuando ya como preadolescente regresó a Philadelphia. Con su italiano perfecto y sus modales y juego refinados, le costó recuperar su nivel de inglés e integrarse, y los profesores alertaron a sus padres sobre una posible dislexia. Rechazado de nuevo, aislado, construyó su autoconfianza en la cancha. «Usé el resentimiento, la ira en mi beneficio al jugar. Fue una nueva sensación y me encantó», dice en «Muse».

Así se fue convirtiendo en la gran promesa del baloncesto. En 1996 y sin pasar por la universidad llegó a la NBA con 18 años y lo hizo con el equipo con el que soñó: los Lakers. Ningún jugador en la historia de la NBA ha sido más fiel. Ninguno jugó 20 temporadas con la misma camiseta.

Tras una mala primera campaña en la NBA, sin apenas oportunidades y cerrada con cuatro lanzamientos que ni tocaron el aro en el último partido ante Utah Jazz, Bryant despegó.

Se convirtió en la estrella que aún es hoy por su juego, su imagen y su confianza. En 1999 conoció a su mujer, Vanessa, mientras grababa su primer videoclip musical y de 2000 a 2002 logró tres anillos junto a Phil Jackson y Shaquille O’Neal. La vida le sonreía.

Pero se acabaron los títulos y en 2004 se produjo la acusación de violación que finalmente fue archivada, pero que manchó su nombre. Luego llegaron los problemas en casa, incluido un aborto de su esposa. «Fue por mi culpa, es la realidad, y es algo con lo que cargaré toda mi vida».

Quentin Tarantino y la película «Kill Bill» lo inspiraron para crear un alter ego, «The Black Mamba», que superaba los problemas y el odio que le expresaba la gente en la cancha. Kobe Bryant se enfrentaba a las dificultades mientras la Mamba Negra, feroz y sin clemencia con sus rivales, ofrecía el mejor baloncesto de su carrera. Sus 81 puntos ante Toronto Raptors en enero de 2006, la segunda mejor marca anotadora de la historia de la NBA, lo demostraron.

Todo volvió poco a poco a su lugar. Se fueron solucionando sus problemas personales y quiso demostrar que podía ganar anillos sin ayuda del gigante O’Neal. «Quería liderar a este equipo a mi manera y llevarlo al título», recuerda.

La derrota en la final de 2008 ante unos Boston Celtics más «sucios» le hizo buscar la «naturaleza malvada» de sus compañeros, entre ellos el español Pau Gasol, y así ganó en 2009 y 2010 su cuarto y quinto anillo. El sexto, con el que quería igualar a Michael Jordan, nunca llegó.

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