Berlín
Agencia dpa

Jürgen Klopp escuchó el pitido final sentado en el banquillo. Con paso lento se incorporó, entró en la cancha, saludó a los jugadores de su Borussia Dortmund que acababan de perder 3-1 ante el Wolfsburgo la final de la Copa Alemana y se dirigió solo hasta su hinchada, aplaudiendo. El estadio entero lo ovacionó.

La Copa fue para el Wolfsburgo, equipo con credenciales para heredar del Dortmund la condición de gran rival del Bayern Múnich de Josep Guardiola. Pero las emociones en el legendario Estadio Olímpico de Berlín se concentraron en el banquillo de Klopp, que dirigió por última vez al Dortmund y puso fin a toda una era en el futbol alemán.

«El dolor de la despedida empieza a aparecer. Duele horriblemente», reconoció tras el encuentro un Klopp visiblemente emocionado y sin su emblemática sonrisa. «Vengo de expresar mi agradecimiento a cada uno de mis jugadores. Fue un gran honor jugar con cada uno de ellos».

Las palabras del técnico de 47 años fueron las más esperadas pese a que se había empeñado en no acaparar la atención del encuentro. «No aspiro a ser el héroe del partido. Eso se lo dejo a mis jugadores», había avisado antes de la final. No ocurrió ni una cosa ni la otra.

Ni el Dortmund fue el equipo con actitud y orgullo que tuvo de rodillas al Bayern Múnich dos temporadas, ni Klopp el técnico impetuoso que en siete años con el Dortmund sumó multas por 54 mil euros (60 mil dólares) debido a sus excesos al costado del campo.

Tras el primer tanto del Wolfsburgo se cruzó con el cuarto árbitro protestando la falta que derivó en el gol. Pero fue una excepción en un partido que vivió más reflexivo que nervioso, más melancólico que eufórico. El adiós pesaba más que la posibilidad del título.

Y es que el capítulo cerrado por Klopp tiene características casi únicas en los anales del fútbol alemán.

Klopp no sólo forjó el Dortmund más ganador de la historia (dos Ligas, una Copa, dos Supercopas Alemanas), sino que también lo convirtió en el mejor aliado «local» del fútbol joven, veloz y de toque que también caracterizó a la selección alemana.

«No habríamos sido tan exitosos con ningún otro técnico del planeta», lo elogió el jefe del club, Hans-Joachim Watzke. La admiración superó las fronteras de Dortmund y se contagió a todo el fútbol alemán. «Es sin duda el mejor entrenador alemán de la actualidad», llegó a reconocer incluso Horst Heldt, mánager del archirrival Schalke.

Joachim Löw, técnico de Alemania y uno de los beneficiados por la cantera de talentos que explotaron de la mano de Klopp, lo definió como «una de las figuras más influyentes de los últimos años en la Bundesliga y el fútbol alemán».

Sobre todo desde la «final alemana» de Liga de Campeones europea perdida en 2013 frente al Bayern Múnich, Klopp se convirtió en un nombre codiciado también en el resto de Europa.

La noticia de su salida disparó por eso los rumores sobre su futuro: del Real Madrid al Liverpool, pasando por el Bayern Múnich. El técnico mantuvo hasta hoy un riguroso silencio sobre sus planes.

Klopp había prometido «menos lágrimas» que en la última fecha de la Liga, cuando fue ovacionado por la legendaria tribuna sur del estadio del Dortmund mientras se despedía llorando.

No pudo contenerlas al recibir el atronador aliento del Olímpico de Berlín, que escuchó mientras caminaba lento y pensativo. «Fue algo maravilloso, por supuesto estoy agradecido. Pero no me consuela», comentó tras el encuentro.

Las emociones vividas hoy en la noche de Berlín en el adiós a Klopp muestran que su sucesor, Thomas Tuchel, tendrá muchos vacíos que llenar en la nueva era que iniciará el Dortmund.

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