El oro olímpico brillaba por su ausencia en el palmarés de Novak Djokovic, la única pieza que le faltaba al serbio para pretender a ser el mejor jugador de todos los tiempos, una medalla que se colgó en los Juegos de París para completar todos los horizontes a los que puede aspirar un tenista.
Cuando se convirtió en el jugador con más Grand Slam de todos los tiempos o el que más semanas completó en el número 1, ya tenía suficientes argumentos para ser el mejor de la historia, pero quedaba pendiente un fleco que el español Rafael Nadal, su máximo rival, sí tenía.
Desde ahora, Djokovic también puede presumir de haber conseguido el título olímpico, logrado al quinto intento, tras tres semifinales perdidas y un bronce, logrado en Pekín que quedaba casi como una humillación en medio de tantos éxitos.
A sus 37 años, cuando todos le predicen una carrera en declive, el serbio quería saldar esa deuda con su propio palmarés, conseguir el éxito que se le negaba, en un escenario tan glorioso como la pista central de Roland Garros y contra un rival de prestigio, el español Carlos Alcaraz, que muchos consideran el mejor candidato para destronarle.
Su triunfo en París no solo le iguala con Nadal, le convierte en el tercer hombre en atesorar los cuatro Grand Slam y el oro olímpico, algo que también consiguió el estadounidense André Agassi, al igual que su compatriota Serena Williams y la alemana Steffi Graf, que es la única que lo consiguió todo en el mismo año, 1988.
Era una condición para que nadie le afeara su aspiración de convertirse en el mejor tenista de todos los tiempos, un título honorífico para el que ya tenía argumentos de peso, sus 24 Grand Slam, al menos tres en cada uno de ellos, sus 428 semanas en el número 1 del mundo, sus 40 Masters 1.000, sus 99 títulos en todas las superficies.
Lo logró al quinto intento, tras el bronce en su debut en 2008, sus dos cuartos puestos, en Londres (donde perdió contra Andy Murray en semifinales y contra Juan Martín del Potro por el bronce) y Tokio, derrotado por Alexander Zverev y Pablo Carreño, y su fracaso en Rio, donde cayó en primera ronda contra Del Potro.
Muchos disparos que se estrellaron en el palo, pero que le convierten en el tenista con más victorias en el torneo olímpico de tenis, 19, pero faltaba el remate final.
Y lo hizo en el año más incierto, una temporada en la que hasta ahora no había levantado ningún trofeo, en el que había dosificado sus apariciones en la pista, privilegiando los grandes torneos, pero sin lograr ninguno.
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Cayó en las semifinales de Australia, tuvo que retirarse lesionado en al rodilla en Roland Garros y perdió en al final de Wimbledon contra Alcaraz.
Pero el torneo olímpico de París seguía estando marcado con mayúsculas en su punto de mira, como si fuera la única forma de completar el círculo de un palmarés infinito, que para el serbio tiene un significado especial, el de jugar por su país, algo que siempre le hace trascender a sus propios límites. En 2010 le dio a su país la Copa Davis. Faltaba el oro olímpico.
Por eso lo intentó pese a quienes le daban ya por acabado, para convertirse en el ganador más veterano de un oro en tenis desde que esa disciplina regresó al programa olímpico en 1988 y en el primero que lo logra sin perder un set.
Convertido en el primer serbio que se cuelga el oro olímpico en tenis, Djokovic prosigue cerrando los flecos que le faltan para tener en su poder todos los récords para un tenista a quien se le agotan las fronteras.