En la comunidad indígena de Turucu, cercana al volcán activo Cotacachi en el norte de Ecuador, el fútbol siempre había sido cosa de hombres.
La única cancha de un reluciente verde era de ellos y para ellos, especialmente los fines de semana. Pero las cosas cambiaron desde el año pasado, cuando un grupo de mujeres decidió crear una nueva versión de ese deporte: el fútbol de mano con anaco, ancestral falda que usan las indígenas. Es un juego únicamente para mujeres.
El partido, de dos tiempos de 25 minutos, empieza cuando la pelota es lanzada al aire. Los gritos y las risas surgen a borbotones casi de inmediato, más aún cuando una de las jugadoras se apodera del balón y empieza a correr a cancha contraria para anotar en un pequeño arco.
De un equipo y otro corren atrás de la que lleva la pelota, unas intentando neutralizar el ataque y otras, pidiendo un pase que permita seguir avanzando. Si alguna tropieza y cae, las risas casi impiden seguir el partido. Esta variante del fútbol, es la versión más simple y lúdica de lo que es un verdadero juego, el sinónimo perfecto de la diversión.
El fútbol con anaco, fue una creación del grupo de mujeres emprendedoras de Turucu, 67 kilómetros al norte de la capital, una pintoresca comunidad indígena quichua rodeada de pequeñas parcelas agrícolas y humildes casas, cerca del Cotacachi, uno de los grandes atractivos del norte ecuatoriano.
Las reglas son pocas y simples: el uniforme es el mismo vestuario tradicional indígena, anaco azul o negro, e impecables blusas blancas bordadas con flores de llamativos colores, emulando las que crecen libremente en los campos cercanos, la cancha es casi la mitad de la reglamentaria del fútbol tradicional.
No se puede empujar a las rivales ni tomarlas por los brazos y tampoco patear el balón, que siempre será trasladado con ambas manos. Si hay una falta fuerte se sanciona con un tiro penal que se cobra a 10 metros del arco, de 90 centímetros de ancho por 80 de alto, impulsando la bola con las manos. Cualquiera puede ser delantera o defensa. No hay arqueras.
“Desde la niñez, a las mujeres nos han indicado que el deporte, el fútbol es cosa de hombres”, contó Zoila Quinchiguango, una de las integrantes del equipo Mujeres Emprendedoras, a The Associated Press.
Al salir a jugar con el anaco, añadió, «hemos querido demostrar que las mujeres no solo somos para la casa, criar guaguas (niños) o cuidar animales, sino que en la cancha podemos divertirnos”.
Y quienes también disfrutan de estos partidos de fútbol de mano con anaco, no son solo ellas, sino la familia, Desde el costado de la cancha, los hijos gritan, corren de un lado a otro y dan instrucciones que nadie escucha.
En el partido de los equipos Estrellitas y Mujeres Emprendedoras, la mayor era Fabiola Flores, presidenta del Grupo de Mujeres, y la menor, Sharumi Morán, de 13 años. Más que fuerza, esta versión del fútbol requiere de agilidad y velocidad.
Un intenso aguacero no impidió que ellas, completamente empapadas, pero felices, siguieran jugando y riéndose. Al final, Estrellitas ganó 5-3.
Flores dijo a la AP que “lo importante no es ganar, de lo que se trata es de divertirnos” porque cuando jugamos “las penas se quedan esperándonos en nuestra casa o se quedan en el camino, cuando entramos a la cancha nos olvidamos de todo, de los hijos, de los maridos, de las deudas, todo es diversión”.
“Es como una sanación, eso es el fútbol con anaco, nos deja livianitas y contentas, con decirle que hasta nos olvidamos que estamos peleadas con los maridos”, añadió, mientras reía de su propia ocurrencia.
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Casi nadie conoce que la Copa América está cerca de empezar en Estados Unidos, casi no saben quién es el joven diamante del fútbol ecuatoriano Kendry Páez, de 17 años, o el astro argentino Lionel Messi, las mayores algo han escuchado del brasileño Pelé o de Diego Armando Maradona, pero todas aman el fútbol con anaco.
Sissa de la Cruz, de 33 años, es una de las más entusiastas. “Este deporte se trata de unirnos como mujeres, unir a las generaciones más antiguas y a las jóvenes, que solo quieren salir a las grandes ciudades, donde somos discriminadas. Una cosa que disfrutemos entre mujeres, netamente para diversión”.
La mayor del equipo es Dolores Guandinango, de 58 años, suele jugar a menudo, ella prefiere quedarse atrás y defender cerca del arco. Cuando recuerda que su marido murió atropellado por un autobús el año pasado empieza a sollozar. Muchas lágrimas caen por su rostro cuando relata sus múltiples necesidades económicas, mientras la última de sus nietas duerme profundamente colgando de su espalda, envuelta en una impecable manta blanca.
“Cuando juego el fútbol con anaco me olvido de las penas, aunque sea un ratito y nos reímos con las compañeritas, solo un ratito se van las penas, mientras estamos en la cancha”, añadió.