Cuando Gianni Infantino le dijo a un grupo de dirigentes del fútbol europeo reunidos en Viena que cruzaba los dedos para que el campeón de la Copa Mundial fuera de su continente, el presidente de la FIFA se apuró a subrayar — sonriente — que es un comentario que adapta dependiendo de la región en la que se encuentra.
No es asunto que le cause gracia alguna al resto del mundo.
Siete de los últimos campeones del mundo han sido europeos. También 13 de los últimos 16 semifinalistas. Apenas tres selecciones fuera de Europa — Brasil, Argentina y Uruguay — han alcanzado la finalísima del Mundial. Uruguay no lo hace desde el Maracanazo de 1950. Y si acaso dos selecciones no europeas que no son Brasil y Argentina han accedido a las semifinales desde 1970: Corea del Sur en 2002 y Uruguay en 2010.
Ningún equipo africano se ha abierto paso entre los cuatro últimos, en parte por la mano de Luis Suárez en el último aliento para Uruguay, hundiendo a Ghana en los cuartos de final de 2010. Nadie de Norteamérica lo ha hecho desde Estados Unidos en el primer Mundial en 1930.
El Mundial es una fiesta a la que están invitadas naciones de todas partes del planeta, pero realmente, sólo los europeos hasta lo último. «Lo que se quiere es que la Copa Mundial sea un torneo global», comentó Jonathan Wilson, autor de varios libros de fútbol. «Lo ideal es tener un equipo de cada confederación en los cuartos de final».
Brasil y Argentina desafían poderío de Europa en el Mundial https://t.co/RJofnIDaNw
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«Lo que se quiere es tener a las mejores selecciones, pero las mejores selecciones de la mayor cantidad de lugares distintos que sea posible. Este es un deporte global. Si termina concentrado en un pequeño grupo de la zona más rica del occidente europeo, resulta aburrido para todos».
Wilson atribuye la reciente hegemonía europea a que las potencias del fútbol del continente inyectan cuantiosas sumas de dinero y recursos al desarrollo del jóvenes jugadores — lo que ha denominado como una «industrialización de la cantera juvenil». Todo comenzó con el Instituto Nacional de Fútbol de Francia en la década de los 90. Alemania, España e Inglaterra, más recientemente, han hecho lo propio.
La hoja de ruta lleva a esas jóvenes promesas a sus ligas nacionales, las cuales son las más competitivas y ricas del mundo. «Tienes las mejores instalaciones, los mejores profesores, los mejores tutores para aprender», dijo Wilson a The Associated Press. «Te pones a prueba contra los mejores». La única nación que impidió una consagración europea en una Copa del Mundo desde 1994 fue Brasil en 2002. El técnico de la Verdeamarela ese año, Luiz Felipe Scolari, dice que tuvo la fortuna de haber contado con una «generación espectacular» con el tridente ofensivo conformado por Ronaldo, Rivaldo and Ronaldinho — y que los europeos ahora producen mejores jugadores que antes, tras haber estudiado el equipo de 1958 que le dio al país el primero de su cifra récord de cinco títulos.
En una entrevista con AP, Scolari considó que el actual dominio europeo es una «fase y podría verse fulminado por Brasil en Qatar o, quizás, en 2026. Después de todo, Brasil llega al Mundial al frente del ranking de selecciones, invicto en las eliminatorias de Sudamérica y con apenas cinco derrotas en 76 partidos bajo la dirección del técnico Tite.
«Los chicos que tenemos ahora pueden brindarnos el resultado que esperamos», dijo Scolari. «Pero no se les puede presionar para alcanzarlo todo. Quizás en cuatro años podemos presionarles para lograrlo todo, porque van a llegar en su apogeo, con 26 y 27 años».
Tradicionalmente, Argentina — tercera en el último ranking de la FIFA y dos veces campeona mundial — es la selección que junto a Brasil se presenta con la opción de romper la supremacía europea. Y Lionel Messi y compañía desembarcarán en Qatar con esa ambición. Mientras lo más granado de Europa suscita dudas — Inglaterra lleva seis partidos sin ganar, Francia y Alemania apenas han ganado uno de sus últimos seis, Italia ni siquiera se clasificó — Argentina mantiene un invicto de 35 partidos con el entrenador Lionel Scaloni, quien ha armado un equipo más balanceado alrededor de Messi.
Un reciente elemento ha alterado las cosas. La nueva Liga de las Naciones de la UEFA — y el impacto de la pandemia de COVID-19 — tuvo como efecto que las selecciones más fuertes de Europa no enfrenten con frecuencia a Brasil y Argentina. Apenas un partido de ese tipo sobresale tras el Mundial de 2018: La Finalissima, un nuevo duelo entre los campeones de la Eurocopa y la Copa América. Argentina derrotó 3-0 a Italia en Londres en la primera edición el pasado junio.
La Albiceleste ha chocado con tres europeos desde el pasado Mundial. Brasil apenas ha disputado uno. «Es muy complicado medir su potencial», dijo Wilson, cuyos libros incluyen «Ángeles con caras sucias: La historia definitiva del fútbol argentino».
«Quizás no sea lo peor que se presenten a este torneo con confianza, sin un complejo de inferioridad», añadió.
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Si se saca a Brasil y Argentina, se antoja casi imposible otro campeón que no sea un equipo de Europa, que cuenta con 10 de los primeros 12 en el ranking de la FIFA y 13 de las 32 naciones en Qatar. Y la lista de candidatos europeos va en alza estos días. Croacia fue finalista en el Mundial de 2018. Dinamarca avanzó a las semifinales de la Euro 2020. Y Suiza es un tenaz rival como las grandes potencias, nutriéndose con jugadores que militan en varios de los mejores clubes del continente.
En cuantos a los africanos, cuya mejor carta es el campeón continental Senegal, siguen padeciendo la carencia de recursos en vez de la falta de talento. «(Los países africanos) tienen tantos jugadores en Europa y en clubes formidables ahora mismo, por lo que supones que deben sacar un mejor resultado de lo que suelen hacer», dijo a la AP Lars Lagerback, el técnico de Nigeria en 2010. «Son demasiados retos, con tanta gente metida en la logística y todo lo demás».
«Cuentan con los jugadores con la calidad individual, pero hay que saber rodearlo con todo», añadió. Y ahí es, al final de cuentas, en donde Europa marca la diferencia.