Por: Ilina Muñoz

La lectura provoca un placer sin comparación, leer libros del Fondo constituye un doble placer, por la calidad y riqueza de su catálogo bibliográfico. Entre esos libros fundamentales se encuentra El diosero, de Francisco Rojas González.

Francisco Rojas González pertenece a una generación de escritores que discurre a contraluz de la revolución mexicana. Nació en 1904, en la capital del estado de Jalisco y, en 1952, murió en la misma ciudad. Se destacó por su carácter multifacético; figuró como ensayista, narrador, antropólogo, etnólogo y sociólogo y sus obras se proyectaron en el cine.

Gracias a sus diversas investigaciones sociales, realizó viajes significativos por varias regiones indígenas de México, por este acercamiento humano, su obra narrativa se enriqueció de experiencias más allá de lo superficial, algunas de ellas derivan del resultado de una cuidadosa observación del choque de dos culturas; la mestiza y la indígena.

El diosero fue publicado por primera vez en 1952 por el Fondo de Cultura Económica, un año después de la muerte de Rojas González, fue reeditado en 1955 y 1960; llegó a su trigésima segunda reimpresión en 2004. Cada cuento de este libro reconstruye la realidad indígena en las diversas regiones de México, tales como el pueblo de Xoxocotla, Tapijulapa, Bachajón, Tezompan… Están cargados de anécdotas y mitos por donde fluye el humor, la crítica, la historia, la fantasía y el realismo.

La sabiduría es un elemento que tiene sus raíces en la cosmogonía ancestral y se articula en varios de estos cuentos, como en La tona, que se desprende espiritualmente de palabras clave como totemismo y nahualismo, el autor nos introduce como entes expectantes en el desarrollo de un parto, en el que se ven involucrados una comadrona del pueblo y un doctor, este último representa la visión del mundo citadino. El papá del recién nacido se encarga de regar arena alrededor de la casa, con la esperanza de que un animal deje sus huellas en ella, y de este modo decidir sobre el nombre del bebé, ya que, según la creencia, este animal se convertirá en su protector durante toda su vida, por lo que debe llevar su nombre. A través de esta historia, es posible advertir el abismo entre dos culturas que coexisten sin llegar a conocerse.

Asomarnos al universo literario de Francisco Rojas González implica contemplar el mundo desde una perspectiva indígena que se aparta de cualquier visión folclórica. Cada uno de sus relatos trata de contener la voz espiritual y la esencia del universo indígena.

El cuento El diosero nos transporta a una casa en medio de la selva, habitada por un cacique y sus tres kikas o mujeres, quien despoja al Dios cristiano de sus habilidades creadoras para vestirse con ellas. Llevados de la mano del narrador en primera persona, presenciamos el enfrentamiento del cacique con los elementos de la naturaleza, creando y destruyendo a varios dioses.
Cada historia es de una vitalidad extraordinaria, transmitida por los personajes que le sobreviven a la escasez material, producto de la falta de oportunidades, Las vacas de Quiviquinta es una historia que refleja esta estrechez económica: el lector se expone a las desavenencias de una familia que se ve paralizada del terror que provoca la pérdida de la cosecha, que afecta a todo el pueblo. La historia sorprende por el paralelismo que el autor recoge en la figura simbólica de la vaca.

Emprender esta lectura es penetrar a un mundo que no deja de asombrarnos a través de una crítica social implícita, que refleja la distancia entre culturas que coexisten sin conocerse.

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