Alfonso Mata
La incertidumbre es peor que la realidad. La vivimos al aparecimiento de la pandemia y la seguimos viviendo. Originalmente y desde el punto de vista clínico, solo el 0.8 al 3% de los niños presentan síntomas leves con el COVID-19. Al menos hasta hoy, los niños no son las principales víctimas de esta pandemia. Pero corren el riesgo de estar entre los más afectados en su salud y bienestar secundario a ella.
¿Cómo así? Se preguntarán. El impacto negativo que la pandemia puede producir en la niñez, tiene su origen en tres escenarios que pueden incidir en ello:
El primero de ellos se asocia con la infección que el virus pueda provocarles y en esto, afortunadamente, los niños se libran en gran medida de las reacciones sintomáticas graves que son más comunes en los adultos mayores, al menos por el momento. Sin embargo, existen casos que ameritaron hospitalización y algunos que murieron, aunque son excepciones y probablemente estén asociados con condiciones médicas preexistentes en ellos.
El segundo escenario tiene que ver con su seguridad; es mucho más probable que los niños pierdan trágicamente a un padre, familiar o tutor debido a la infección por coronavirus COVID-19 dejando a la deriva su cuidado y bienestar.
En ambos escenarios, el papel del trabajo sanitario preventivo y curativo del sistema de salud resulta de vital importancia. Pero también el cumplimiento de las medidas sanitarias que la sociedad debe hacer. En nuestro medio, resalta el incumplimiento tanto del Estado como de la sociedad en ello, exponiendo a mayor riesgo la salud directa e indirectamente del niño.
El tercer escenario de la pandemia, que puede impactar la salud del niño es su efecto sobre el estado socioeconómico de la familia. En el caso de lo social, tiene que ver con las medidas correspondientes para detener y controlar la transmisión del virus y con la prestación de servicios regulares de salud. En lo primero, al haber incumplimiento privado y estatal de las medidas sanitarias, la transmisión del virus se vuelve más eficiente y a una velocidad mayor. Al suceder esto, los servicios de salud se ven abrumados por la gran cantidad de pacientes infectados que necesitan tratamiento y entonces, los niños y las mujeres embarazadas que utilizan los servicios regulares de atención materno infantil, tienen menos posibilidades de acceder a la atención curativa y preventiva de rutina además de que atendiendo a la pandemia, se han dejado de brindar los servicios sanitarios y educativos cara a cara a los niños, lesionando la escolarización, los programas de alimentación, atención materna y neonatal, servicios de inmunización, servicios de salud sexual y reproductiva, tratamientos por problemas especiales, programas de protección infantil basados en la comunidad y atención infantil a discapacidades, así como atención a las víctimas de maltrato infantil. Las alteraciones restrictivas de las prestaciones de esos programas y servicios y a menudo su suspensión parcial o completa, está afectando a una amplia población infantil, regular usuario de esos recursos. En este sentido, la pandemia tiene un impacto profundo en el bienestar mental, el desarrollo físico social, y en la seguridad y privacidad de los niños. Si bien los niños no son las principales víctimas del virus, sí lo pueden estar siendo por el impacto de las carencias a que están sometidas instituciones y hogares por su causa, llegando algunos de ellos a condiciones catastróficas y orillando a una morbimortalidad a mediano y largo plazo de mayor magnitud y poco cambio.
Finalmente tenemos que mencionar el escenario económico. Aunque antes de la pandemia, la situación ya era de caos en nuestro medio, [un niño de cada dos padecía de algún tipo de pobreza a consecuencia de restricciones económicas: acceso a educación, alimentación, entretenimiento, salud con retraso en crecimiento de todo tipo] resulta evidente que cuanto más dure la pandemia, más dramáticas serán las consecuencias para estos niños, a lo que se sumarán nuevos niños de familias enfrentadas ya en estos momentos, a graves dificultades económicas a lo que se adiciona un gasto público limitado e inadecuado para atender eso. Si bien, las remesas han sido un paliativo a esa situación, no han evitado que se agrave la situación.
Es pues evidente y como bien señalan organismos internacionales, que la pandemia está impactando en la niñez a través de: 1º empobrecimiento; 2º mala atención y formación; 3º calidad de vida y salud; y 4º seguridad. Si bien es demasiado pronto para cuantificar la magnitud final de esas situaciones negativas, sería crucial al menos proyectar la magnitud de estos impactos en diferentes grupos y plazos, cosa que debería estar haciendo el Estado, instituciones y centros de investigación, con el fin de dar respuesta a políticas al respecto, en lugar de dejar que a nivel de los hogares, el colapso de los ingresos produzca amenazas y sufrimientos en miles de niños. De tal suerte que cabe esperar, que los más afectados sean los niños de hogares ya de por sí más pobres de las zonas más marginadas, así como los niños que ya están en desventaja o son vulnerables.
En un país como el nuestro, en que la desnutrición y las infecciones son epidémicas en más de un tercio de la población, al igual que la violencia intrafamiliar, una pequeña disminución de ingresos familiares, aunque sea solo temporalmente, puede tener consecuencias catastróficas para los niños, especialmente porque esos niños viven en hogares pobres con pocos activos.
Lo triste en nuestro caso es que, nuestra situación actual, no se ve acompañada de una rápida expansión de programas de asistencia social para compensar a las familias por la pérdida de ingresos, y los pocos esfuerzos realizados -montados con intenciones políticas la mayoría de veces- a favor de brindar apoyo concreto a los niños y sus familias, resalta por su insuficiencia, baja cobertura y un reembolso de los ingresos perdidos, muy lejos de ser adecuado y completo.
Lo cierto es que el comportamiento y evolución de la pandemia dentro de nuestro territorio sigue sin estar claro. La duración y cumplimiento de las medidas sanitarias se torna cada día más difícil y arbitraria para los grupos de mayor riesgo y podríamos aseverar que el impacto de esta crisis pandémica en la salud de los niños, se concentra en tres áreas principales: 1º la morbilidad padecida sobre su cuerpo, 2º el impacto socioeconómico inmediato en sus familias de las medidas para detener la transmisión del virus y poner fin a la pandemia y la pérdida laboral, y 3º el posible impacto a largo plazo de la detención de evolución de potenciales biopsicosociales en el desarrollo de los niños. Las pérdidas potenciales biopicosociales en las que puede estar actuando la pandemia y su efecto en el desarrollo del capital humano son difíciles de imaginar. Ese panorama resulta más aterrador, cuando se sabe que los servicios sanitarios y médicos básicos están sufriendo de severas restricciones, por lo que cabe esperar para los próximos años, un aumento de la morbimortalidad en la niñez.
Las herramientas de vigilancia para la cuarentena, el cumplimiento de las medidas sanitarias y el rastreo de contactos, ha demostrado en nuestro medio ser muy ineficiente para controlar la propagación del virus y para atender eficientemente las medidas de compensación socioeconómica donde se necesitan. De tal forma que las consecuencias a largo y mediano plazo de la pandemia sobre la niñez, no solo dependerá de su duración, sino de las políticas sociales y económicas de recuperación que se implementen. Aunque tarde, hay que empezar.