Las razones de la reducción de la mortalidad en las primeras décadas del siglo XX y las nuestras a partir de la quinta década del XX, son bien conocidas y no se pueden cuestionar seriamente. Foto la hora; ap

por qué las mujeres viven más

Alfonso Mata

Condiciones de vida, estilo de vida, evitación de riesgos dirán muchos. Propio de la constitución genética dirán otros. Al final, para desmenuzar este misterio no basta una ciencia. Muchos se inclinan a pensar que los principales factores responsables de las tendencias y las diferencias actuales son los cambios en el entorno social y físico, en el comportamiento personal y en la atención médica.

Lo cierto es que en ambos sexos ha existido un aumento en la esperanza de vida y ello se atribuye y se dice que se ha producido principalmente por una reducción de más del 90% en la tasa de mortalidad de lactantes y niños menores de 5 años, que era del 30% a principios de siglo XX y ahora es en países desarrollados solo del 2%. . Como resultado, el aumento de 23 años en la esperanza de vida al nacer corresponde a un aumento de solo 14 años para los que sobreviven hasta alcanzar la edad de 5 años. Sin embargo, se han producido reducciones de la mortalidad en todas las demás edades; incluso para los mayores de 80 años, la reducción ha sido de hasta un tercio.

Las razones de la reducción de la mortalidad en las primeras décadas del siglo XX y las nuestras a partir de la quinta década del XX, son bien conocidas y no se pueden cuestionar seriamente, excepto en lo que respecta a la importancia relativa de los diversos factores responsables de la reducción. Estos fueron esencialmente factores que disminuyeron el riesgo o la fatalidad de la infección, incluida una mejor nutrición, un tamaño familiar más pequeño, un mejor suministro de agua no contaminada con heces, control de los vectores de la malaria, tuberculosis, inmunizaciones, pasteurización de la leche, educación materna en el cuidado de los lactantes. Pero entonces ¿por qué de las diferencias?

Hablemos de lo biológico y partamos de una evidencia global: característica sólida es que las mujeres viven más que los hombres no solo en países tecnológicamente avanzados y de baja mortalidad sino en los países de baja y alta mortalidad del mundo moderno a través de la historia.

Veamos ahora la enfermedad, la ventaja de supervivencia de las mujeres no se debe a la protección contra una o unas pocas enfermedades. Las mujeres mueren en tasas más bajas que los hombres por prácticamente todas las principales causas de muerte, con la notable excepción de la enfermedad de Alzheimer, a la que las mujeres son particularmente propensas y cánceres propios de su sexo.

El hecho que esto se de en todos los países, hace pensar que la diferencia de longevidad entre sexos no puede atribuirse, únicamente al distinto papel sociocultural que adquiere cada sexo en el seno de una determinada comunidad, ya que se produce de forma consistente en sociedades con costumbres, lugares de asentamiento y hábitos de vida muy diversos. Por consiguiente tienen que existir mecanismos biológicos que subyacen a una supervivencia femenina más prolongada y estos en general siguen siendo esquivos y poco estudiados.

Pasemos a ver qué pasa con los estudios en animales. Los mecanismos de la biología de los mamíferos, particularmente con respecto al envejecimiento y las enfermedades, se estudian más fácilmente en ratones de laboratorio. Aunque no existen diferencias consistentes en la longevidad entre los sexos de ratón, incluso dentro de un solo genotipo, a menudo hay diferencias sustanciales

al investigar las causas ambientales. Las diferencias de sexo en respuesta a intervenciones genéticas o farmacológicas que prolongan la vida aparecen sorprendentemente a menudo en ratones. La mejora de la longevidad debido a la manipulación de la señalización a través del factor insulinico  IGF-1 o mTOR generalmente favorece a las hembras, mientras que la mejora a través de una variedad de tratamientos farmacológicos favorece a los machos. Estos patrones, podrían deberse a interacciones de las intervenciones con esteroides sexuales, con los niveles de adiponectina, hormona sintetizada por el tejido adiposo o leptina, o con las diferencias sexuales en la función inmunológica o la distribución regional de la grasa corporal. Claramente, las generalizaciones de un sexo no pueden extenderse al otro, y la inclusión de ambos sexos en estudios biomédicos de humanos u otros animales vale el esfuerzo y el gasto.

Por consiguiente estamos ante cuatro posibilidades cuatro hipótesis basadas, respectivamente, en: 1. Diferencias establecidas por los genes, 2. Una responsabilidad que recae sobre las hormonas sexuales, 3. Susceptibilidades que tienen que ver con el dimorfismo sexual del sistema inmune y 4. otra que tiene que ver la distribución corporal de la grasa entre hombre y mujer.

En humanos, si tomamos los datos de precisión de un país como Suecia que los tiene desde 1800 podemos ver cosas muy claras. En Suecia desde 1800, la esperanza de vida al nacer era de 33 años para las mujeres y 31 años para los hombres, ya existían diferencias en sexo. Ahora la esperanza de vida es de 83.5 años para las mujeres y 79.5 años para los hombres, las mujeres viven más que los hombres. Si partimos de los cincuenta año para medir la esperanza de vida, las mujeres también viven más que los hombres en cada año. Por lo tanto, esta diferencia constante en la esperanza de vida, no se debe a muertes tempranas como las debidas a la guerra o enfermedades infantiles. Y hay otro dato de hecho desde el nacimiento las mujeres sobreviven más que los hombres y eso desde hace dos siglos se sabe. En los datos estadísticos de Suecia, en 1800 la mortalidad masculina desde el nacimiento hasta la edad de 5 años fue mayor que la mortalidad femenina, cuando un tercio de los bebés moría antes de cumplir los 5 años, y todavía es cierto hoy, cuando mucho menos del 1% de los bebés muere entre el nacimiento y la edad de 5 años. Pero esa característica que hemos observado en Suecia, se observa en varios países incluyendo el nuestro y esta consistencia biológica nos obliga a voltear la vista hacia la genética.

Sin embargo, no podemos descartar que en las diferencias de sobrevivencia puede existir un peso dado por una variedad de factores culturales, ambientales y socioeconómicos que afectan la magnitud de las diferencias sexuales en la esperanza de vida. Lo que queremos decir es que en algunos países la diferencia de años de sobrevivencia, puede ser menos de cuatro años, pero en otros de hasta diez años. En Guatemala la esperanza de vida en hombres en 1960 era de 46.08 años y en 2018 71.11  y para mujeres de 46.08 y en la actualidad de 76.9 Por lo tanto Entre los países modernos e industrializados, la brecha de género en la esperanza de vida varía en unos 4 años (por ejemplo, Israel y los Países Bajos) a más de 10 años en los países de la ex Unión Soviética. En nuestro caso se encuentra en 5.79. Los hombres no solo tienen consistentemente tasas de mortalidad más altas que las mujeres, también tienen una variación consistentemente mayor en la mortalidad que las mujeres. En Guatemala, en 1960 la mortalidad por mil adultos hombre era de 389.47 y en 2018  201.48, en el caso de las mujeres de 357.91 y 111.16 respectivamente. Para el caso de los bebés la tasa pasó de 157.4 en 1960 a 23 por cada 1,000 bebes nacidos en 2019. En el caso de mujeres de 137.3 a 18.3 en los mismos períodos. La magnitud de las brechas en esas mediciones puede varias en las subpoblaciones dentro de una población y entre subpoblaciones.

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