Alfonso Mata
La vacunación quizá sea de todas las estrategias en salud publica utilizadas, la más respetable y aceptada por el público; pero en la actual pandemia, muchas dudas surge sobre ella, en gran parte debido a la falta de información adecuada, pero también a la información falsa y mal intencionada.
Desde el advenimiento de la primera vacuna a principios del siglo XX, el espíritu detrás de la vacunación fue evitar que las personas sanas contrajera la enfermedad, es decir prevenir para que no desarrollen alteraciones en sus órganos y la forma de funcionar de estos, a pesar de que posterior a la vacunación entren en contacto con los microorganismo y que al contactar con parte de cuerpo, este elimine al virus a tiempo antes de que afecten sus células. Eso también ayuda a frenar futuros brotes y epidemias. Y antes de lanzar al mercado la vacuna se realizan estudios para comprender mejor su efectividad.
Las investigaciones sobre las vacunas han avanzado mucho, ya no solo se están empleando para atacar las llamadas infecciones sino también enfermedades crónicas como el cáncer. Así que no solo es importante saber que molestias me va a causar la vacunación de forma inmediata (dolor en el lugar de la inoculación, hinchazón, un poco de fiebre y malestar general) sino también que efectos no deseables pueden tener después.
Para entender las vacunas debemos entender que no existe vacuna alguna que proteja contra varias enfermedades y de igual forma no a todos protege por igual. De tal manera que ahora sabemos que hay vacunas que producen menos molestias al ponerse; pero lo más importante es saber su efecto sobre la forma de producirse y trasmitirse del microorganismo que puede producir la enfermedad que previenen.
En general se puede hablar de grandes éxitos de las vacunas no solo para prevenir sino para actuar post exposición. Por ejemplo, de la vacuna contra la rabia, que ha logrado una eficacia casi total en las personas expuestas. La vacuna contra la viruela es otro caso que proporciona una profilaxis posexposición bien documentada, hasta que la enfermedad fue erradicada del ser humano. En el caso de la COVID-19, la incertidumbre sobre su éxito perdurará hasta que se conozca mejor en torno al estado de exposición y la duración de la incubación del virus y por supuesto, eso hace que las propiedades posteriores a la exposición sean difíciles de estimar para cualquier vacuna contra el SARSCoV-2 que actualmente está en el mercado, y los estudios al respecto realizados son insuficientes, pero no quiere decir que no sirvan o que causen mal, pues las pruebas muestran sobre su seguridad al igual que otras vacunas.
La efectividad de una vacuna, de la vacunación posterior a la exposición varía ampliamente según el curso de la enfermedad en términos de respuesta inmune individual y diseminación a nivel poblacional. Aunque en general la vacunación previa a la exposición protege a las personas no infectadas de la infección, la vacunación posterior a la exposición en algunas vacunas modifica o previene la enfermedad clínica entre las personas que ya están infectadas. En el caso de la Covid-19 y sus vacunas, eso está por verse. Los ensayos posteriores a la exposición deben operar dentro de un tiempo limitado: los participantes deben ser identificados y tratados entre la exposición (positivo al SARCoV2) y el inicio de los síntomas. Según los expertos caben beneficios cuantificables pos exposición al virus de forma natural, si la vacuna estimula una respuesta inmunitaria más rápida o mayor que la provocada por la infección natural sola. Veamos un ejemplo de esto: para la viruela, la vacuna induce una respuesta de anticuerpos 4 a 8 días antes que el virus de la viruela, probablemente porque la respuesta pasa por alto las etapas iniciales del tracto respiratorio de una infección natural etc. En el caso de la rabia, sin embargo, no se ha podido dar completamente una explicación de los mecanismos posteriores a la exposición de la vacuna y su protección se ha atribuido generalmente a los anticuerpos neutralizantes; pero se sabe que los pacientes expuestos a la rabia con virus de inmunodeficiencia humana, se mantienen bien a pesar de los niveles de anticuerpos bajos o indetectables después de la vacunación. Pese a ello, si somos mordidos por un perro desconocido, nadie escatima en no vacunarse.
Entonces ante las nuevas vacunas; ante la falta de un tiempo prudencial de seguimiento para conocer realmente a nivel comunitario la exposición; la vacunación masiva posterior a la exposición podría ser fundamental para reducir la carga de la enfermedad, especialmente cuando sabemos que en el presente caso de la COVID-19, la detección masiva de exposición no fue factible.
En algunas enfermedades este concepto de vacunación masiva ya se experimenta. Por ejemplo, se han utilizado modelos matemáticos para la tuberculosis para estimar la eficacia de una vacuna posterior a la exposición para reducir la incidencia de la enfermedad en comparación con una vacuna preventiva, aunque es indudable que una vacuna previa a la exposición, aumentaría el impacto a medida que se vacunaran y protegieran más personas no infectadas contra la infección. Bajo ese principio, se identificó un candidato antituberculoso posexposición prometedor: la vacuna M72 / AS01E, y se aplicó en una comunidad con infección latente (Durante la infección latente, el RNA o el DNA del virus permanece en la célula del huésped pero no se replica ni genera enfermedad durante un período prolongado, en ocasiones durante varios años; tal es el caso de la tuberculosis). Pues bien, esta vacuna mostró recientemente una eficacia del 54% en esa población: Sería interesante saber en un futuro o conocer sobre su probabilidad mundial.
En el caso de las vacunas actuales contra el SARSCov-2, el verdadero nivel de protección de severidad y aparecimiento de complicaciones en COVID-2 en casos contaminados se desconoce a cabalidad, aunque sabemos que el virus SARSCoV2 dos no es un virus que podemos llamar latente. No obstante, aunque la mayoría de las enfermedades no tienen un grupo tan grande de huéspedes que alberguen infecciones latentes, la vacunación posterior a la exposición ya ha reducido los brotes más pequeños de varicela, hepatitis A y sarampión. Estas enfermedades tienden a propagarse ampliamente durante los brotes, pero los estudios de vacunación reactiva generalmente operan en períodos de tiempo acelerados y los investigadores han luchado para distinguir los efectos anteriores y posteriores a la exposición.
A la fecha, ya existen y se sabe que muchas vacunas contra diferentes enfermedades han demostrado evidencia estadística de un efecto posexposición positivo. Aunque los efectos medidos para la viruela fueron variables y la mediana fue más baja que para la mayoría de vacunas en el caso de las paperas, tal efecto no se ha visto tan claro. La eficacia de la vacuna contra el ataque secundario varía en potencia entre enfermedades. Algunos han concluido que colocadas en un intervalo de 3 a 4 días posterior a la exposición al virus, es suficiente para una protección significativa posterior a la exposición. Por supuesto que una vacuna administrada en cualquier momento antes de la aparición de los síntomas resulta mucho más ventajosa. Pero no olvidemos que en el primer caso estamos hablando de modificar la enfermedad entre aquellos en quienes se desarrolla la enfermedad y en el segundo de prevenir su aparecimiento. Se ha encontrado también que para las enfermedades de las que los pacientes se benefician de la vacunación posterior a la exposición, un período de incubación más largo puede permitir una ventana más larga para que la vacunación posterior a la exposición sea eficaz. Por consiguiente, en nuestro caso, es muy posible que los que ya contrajeron la enfermedad, la vacunación no representará un beneficio para ellos. Es evidente por otros estudios, que los resultados indican que el éxito de la profilaxis posterior a la exposición depende de los plazos de la vacuna en lo que respecta a los mecanismos de la enfermedad. Creemos que la gran duda en nuestro caso para promocionar la vacunación en todos, se relaciona con la veracidad de la prueba que califica de tener o no la enfermedad.