Alfonso Mata
Vamos para un año y el ajetreo no se detiene. El amor a la medicina, el apoyo incondicional a alguien, ante las irresponsabilidades de la sociedad y la mala gobernanza, mantiene al pie del cañón día a día al personal de salud. Un 50% de muertes se estima se hubieran podido evitar y aún más la cantidad de pacientes hospitalizados, si sociedad y estado hubieran cumplido con lo que le correspondía. Y en medio de ello, aún prejuicios contra el personal de salud cuando son los que más apoyo y aprecio deberían tener.
En búsqueda de darle sentido a la enfermedad y sus complicaciones, el médico ha pasado más horas que nunca sobre sus pacientes ensayando ambos caminos (el psicológico y el científico) en la búsqueda del sentido de la COVID-19 en cada uno de sus pacientes; pues en cada uno de ellos esta se manifiesta de manera diferente y necesita y responde a tratamiento diferente. Interés, talento y dedicación, les demanda cada caso. Por su lado el personal de salud, poniendo toda la fe y esperanza del dictamen médico a lo que añaden cariño en el cuido y dedicación en el cumplimiento, no cesa de darle y trasmitir esperanza al paciente, poniendo todos sus recursos intelectuales y afectivos en cada uno.
El sueño, la digestión gástrica, el cuido de la familia, el mantenimiento del cuerpo y del espíritu, todo se ha olvidado por el personal de salud y han sido perturbados no por la angustia ante la muerte, con la que lidian día a día para devolverle la salud de cuerpo y alma a muchos seres que no lo han sabido hacer con la atención debida ni de parte de ellos ni de la sociedad en que viven. Todos esperamos y exigimos del personal de salud una acción correcta, cariñosa, abnegada y justa, pero nosotros, eso sí, somos actores de múltiples irresponsabilidades que llevan a la explotación del trabajo del recurso de salud y por lo general, nuestras demandas por su atención, son producto de razones más fuertes que el pensamiento como lo son los sentimientos de amor a uno mismo más que al prójimo. Nuestros sentimientos hostiles al prójimo, van a dar y se resumen en esa cama que alberga a un paciente que no lo debió ser. Médico y sociedad pareciera que no tiran de la misma cuerda. Los miembros de la sociedad se obstinan en revolverse entre los causales de la enfermedad en mantenerlos y alimentarlos con sus acciones egoístas y aunque eso se haga en forma inconsciente que conduce ora a buscar lo placentero y a huir del sacrificio ora a exigir la devolución de la salud sin importar ese hombre o mujer de blanco que se obstina en curar, cual si la pandemia se hubiera vuelto un juego de ping pong.
En cada cama hospitalaria resulta evidente que las vidas entrelazadas de las protagonistas parten y van por caminos diferentes. No es fácil ejercer la profesión que se ama, en una sociedad que pone siempre sus intereses por debajo de su salud y los que les cuidan, relegando a hombres y mujeres sanitarias al papel de objetos.
Resulta claro en la conciencia del médico y de personas sensatas, que las actitudes insensatas sociales y políticas, la vida cotidiana como la acción política llena de injusticias e incumplimientos, son los causantes de buena parte del dilema absurdo a que a muchos pone ante la muerte y no el virus propiamente dicho, y por lo tanto, es esa decisión nacional de partir de una falsa realidad para resolver el problema de la trasmisión del virus lo que nos ha llevado a un falso pragmatismo que además de no solucionar solo ha agravado el problema sanitario. El falso pragmatismo ha consistido en un equivocado realismo para detectar el virus, de detectar los casos, la forma de resolución de la trasmisión, lo cual ha desembocado en soluciones defectuosas e incumplidas, que han llevado a una utilización muchas veces inhumana del personal médico y paramédico. Podemos decir decía el otro día un médico que “el verdadero compinche de la Covid-19 es la patología política y social resumida en una falta de alianza entre el prójimo y uno mismo” situación que nos lleva a admirar pero no nos mueve a cooperar.
Se avecina una campaña de inmunización con resultados esperados aun dudosos. Es momento de reflexión. La locura de abrir los centros de enseñanza en la situación actual, a sabiendas que fue un error en países más preparados que el nuestro, en el que no podrá dejar de bregar a un ritmo de locura el personal de salud, luego de casi un año de intenso trabajo.
Resultan más que evidentes, las señales de agotamiento del personal de salud y por las erróneas decisiones del gobierno, estamos a la puerta de una posible tercera ola y por consiguiente de un ovillo de problemas médicos y de calidad de vida del personal de salud. La exposición a un ambiente rico en factores estresantes, sumado al aumento de la carga laboral y una mala remuneración, los ha llevado casi al límite y es muy probable que muchos estén ya padeciendo de estrés crónico como se ha reportado en estudios en otros países. La atención adecuada al personal de salud que brega en primera línea contra la covid-19, su seguridad, ha brillado por su ausencia. Ni asociaciones ni sociedades médicas han ido más allá de la denuncia y nadie ha estado atento a los efectos de pandemia, especialmente con respecto a las infecciones y muertes del personal de salud. De tal manera que una máxima prioridad de su protección no se ha dado, aún ante la persistencia continua y catastrófica en el número de muertes e infecciones entre médicos y enfermeras debido a COVID-19 y quien sabe –no hay estudios- entre sus familiares. Paradójico: el sistema de salud no ha podido ni siquiera cumplir con la responsabilidad con su personal, que es la columna vertebral del sistema de salud. Y lo más triste: el número real de daños y muertes de trabajadores de la salud es desconocido. Triste pero cierto, héroes en el anonimato y apenas reconocidos por una sociedad indiferente al heroísmo que desde siempre ha vivido en medio de jornadas de matanzas innecesarias acallando nuestra sensibilidad.