La vacuna no puede provocar gripe. Foto La Hora/AP

Alfonso Mata

Qué sabemos

No todos y todas experimentan los mismos efectos por la gripe o el COVID-19 y otras infecciones del aparato respiratorio. Aparte de los niños pequeños con problemas nutricionales o prematurez, los adultos de 65 años o más sufren los efectos de salud más graves. En el caso de la gripe, representan aproximadamente el 90% de las muertes relacionadas con esa enfermedad y el 50% –70% de las hospitalizaciones. También tienen una mayor probabilidad de sufrir secuelas a largo plazo, incluida la pérdida persistente de la función y la discapacidad.

Los efectos desastrosos que la gripe o en estos momentos al COVID-19 tiene en la tercera edad es que cuando eso sucede en personas mayores con afecciones médicas crónicas, como enfermedades cardíacas, diabetes, enfermedades respiratorias, provoca mayor posibilidad y un mayor riesgo de complicaciones y muerte ante cualquier ataque viral o bacteriano. A eso se suman las disfunciones propias del sistema inmunitario relacionadas con la edad, que contribuyen a la gravedad de la enfermedad y a una peor respuesta a las vacunas estándar. La fragilidad es un indicador significativo de un mayor riesgo de malos resultados y costos más altos por recuperar la salud, que debe tenerse en cuenta en la gestión de la salud.

Hay efectos directos e indirectos provocados por la gripe y por el SARSCoV-2. Los efectos directos incluyen exacerbaciones de afecciones existentes, así como problemas adicionales, como bronquitis y neumonía y sus secuelas. Los efectos indirectos incluyen eventos cardiovasculares desencadenantes, como ataque cardíaco y accidente cerebrovascular y trastornos del sistema de coagulación y la inflamación. La gripe y el coronavirus también pueden exacerbar los trastornos renales, la insuficiencia cardíaca y la diabetes y desencadenar el delirio que puede conducir a un deterioro funcional, caídas y fracturas.
El riesgo de mortalidad relacionada con la influenza o el coronavirus es cinco o más veces mayor entre las personas con enfermedad cardíaca, 12 veces mayor entre las personas con enfermedad pulmonar crónica y 20 veces mayor entre las personas con enfermedad cardíaca y pulmonar.
Los riesgos en las personas mayores también difieren con la edad de envejecimiento. La investigación muestra incrementos significativos en las tasas de hospitalización por influenza con cada aumento de 10 años en la edad. Las tasas de hospitalización entre adultos de 85 años y mayores son de dos a seis veces mayores que las tasas de adultos de 65 a 74 años.

¿QUÉ PASA CON EL SISTEMA INMUNE?
Es sabido que el sistema inmune se vuelve disfuncional con la edad: el sistema inmunitario se debilita y se desregula; la inmunidad humoral tiende a disminuir, y los anticuerpos producidos pueden ser menos efectivos. Las afecciones médicas crónicas múltiples con componentes subyacentes de inflamación, tienen efectos adicionales, denominados «inflamatorios». Afecciones como diabetes, artritis y enfermedades cardiovasculares crean un estado proinflamatorio sistémico crónico de bajo grado con niveles elevados de citocinas proinflamatorias. Junto con este asalto constante, hay una consecuente degeneración del tejido.
El sistema inmune del joven y el adulto tiene un mecanismo antiinflamatorio para mantener el equilibrio y limitar el daño de las respuestas inflamatorias. Pero en los adultos mayores, esta homeostasis está desregulada; Los problemas incluyen atrofia tímica y disminución de la actividad de las células T. En general, con una infección como la gripe y el COVID-19, el sistema inmunitario no genera una respuesta inmunitaria que sea tan efectiva como en los adultos más jóvenes.

Debido a que la influenza y el COVID-19 a menudo exacerban las condiciones crónicas existentes, esas condiciones pueden considerarse el diagnóstico primario, y la influenza y la COVID-19 pueden pasar desapercibidas. Pero también influenza y COVID-19 pueden confundirse en personas mayores, ya que ambas comúnmente presentan fiebre y tos, pero este no es siempre el caso. Estudios de pacientes de 60 años de edad y mayores que se presentaron en los departamentos de emergencia de hospitales de cuidados agudos encontraron que solo el 31% de los pacientes se les confirma COVID-19. Los investigadores concluyeron que en este sentido puede haber confusión y no solo a estas edades, sino a cualquiera, de ahí la importancia de las pruebas diagnósticas. Incluso muchos recomiendan que las pruebas se debería de hacer a todas las personas mayores de 65 años pues ignoramos si a pesar de tener una respuesta asintomática pueden estar teniendo exacerbación de su enfermedad crónica secundario a la presencia de SARSCoV-2.
Las gripes e incluso el mismo COVID-19 a menudo se consideran una morbilidad a corto plazo, pero muchas personas mayores experimentan un deterioro funcional que persiste luego de estas por semanas o meses. Por ejemplo se sabe que aproximadamente 1 de cada 5 o 6 adultos mayores hospitalizados por influenza terminan con un deterioro funcional persistente, y muchos nunca regresan a su estado inicial antes de contraer la influenza. En el caso de la COVID-19, ignoramos la magnitud de ello. «La pérdida persistente de la función, o la discapacidad catastrófica, deben considerarse al observar la carga general de la gripe y no digamos de una enfermedad aún desconocida como es el COVID-19. Para algunos médicos, la discapacidad catastrófica se puede medir utilizando el Índice de Barthel, que mide 10 actividades de la vida diaria. Según las mediciones, la pérdida de la capacidad de realizar dos o más actividades diarias representa un deterioro funcional catastrófico, que puede incluir perder la capacidad de vestirse, caminar o bañarse. Las funciones de orden superior, como preparar una comida o salir a comprar comestibles, tienen más probabilidades de verse afectadas por una enfermedad aguda. Los estudios muestran que cerca del 15% de los adultos mayores hospitalizados con influenza, experimentan una discapacidad catastrófica. La escala de fragilidad clínica es otra herramienta que se puede utilizar en esta población.

Se pueden usar medidas de fragilidad para determinar quién tiene mayor riesgo de perder la función. Es un continuo, que va desde resistente y en forma a vulnerable. Los pacientes resistentes se recuperan bien de la gripe, pero los pacientes frágiles a menudo terminan con una mayor discapacidad.
Los estudios epidemiológicos han encontrado que las tasas de mortalidad varían según el nivel de fragilidad en los pacientes. Según los datos, para las personas con fragilidad moderada o grave, la tasa de mortalidad es del 12%, mientras que para los que son menos frágiles, la mortalidad es del 2%,. Este gradiente también se ha aplicado a pacientes frágiles más jóvenes, no solo a los mayores de 65 años.

Ante lo planteado, debido a los altos riesgos que enfrentan los adultos mayores debido a la COVID-19 y basándonos en sus primos la influenza y la gripe, la mejor estrategia es la prevención con vacunación. Los Centros mundiales de salud han informado que las personas en este grupo de edad pueden recibir la vacuna contra la influenza con un producto aprobado. Las vacunas están disponibles en la mayoría de países. Pero eso no es suficiente, los países deben abrir programas especiales que identifique atiendan y den seguimientos a más de la mitad de pacientes mayores de 65 años, que padecen enfermedades crónicas que no están siendo atendidos ni controlados en esos males y a los que urge identificar y atender. La enfermedad por su condición ingrata a estas edades se convierte en un punto de interrogación en la salud para el que la padece ¿a dónde me lleva y que oculta? Y aun cuando no se las lleguemos a eliminar, al menos no les pongamos sobrecargas.

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