Alfonso Mata
Guatemala cuenta con dieciséis universidades, probablemente medio millón de estudiantes Este es un país en que como todo vale (legal o no legal), todo sucede. De nada se conoce con veracidad, pero de todo se habla como si fuese la verdad. No conocemos (tampoco las universidades) el aumento de las tasas de problemas de salud mental en universitarios.
La capacidad de los estudiantes para tener éxito en la educación superior y más allá, depende de su bienestar físico y mental, y las instituciones de educación superior de la nación, están experimentando niveles crecientes de enfermedades mentales, uso de sustancias y otras formas de angustia emocional. Algunas de las tendencias problemáticas se han mantenido durante décadas. Algunos se han visto agravados por la pandemia de COVID-19 y las consecuencias sociales y económicas resultantes.
Es un hecho seguro que la pandemia trastocó las vidas de profesores y estudiantes del país, alejándolos del campus y un modo de vida, eliminando las fuentes habituales de conexión social y amplificando el estrés social, laboral y financiero de muchos de ellos llenándoles de temores sobre su futuro. Esos cambios han afectado su salud mental. En muchos países, los universitarios están reportando tasas más altas de depresión que antes de la pandemia, y más estudiantes dicen que su salud mental está afectando negativamente su desempeño académico. ¿Y los miles de profesores qué?
Se puede debatir si esto constituye una verdadera crisis o no, pero es innegable que se necesitan nuevos enfoques y estrategias para hacer frente a la creciente demanda de ayuda en este campo. Pero no seamos más papistas que el Papa; incluso antes de la pandemia, las tasas de problemas de salud mental en nuestro país iban en aumento. Hay pequeños estudios que señalan que uno de cada cuatro estudiantes, informa de algún problema en su salud mental importante. Casi tres de cuatro en los últimos años, manifiesta algún tipo de estrés. El estrés académico afecta física y mentalmente y demanda de recursos económicos que generan ansiedad y esta condición no cuenta con programas preventivos ni clínicos correctos y por supuesto ello tiene que ver con rendimiento. Pareciera que la situación que genera mayor estrés en los estudiantes universitarios es la sobrecarga de trabajo y el tiempo limitado para realizar todas sus tareas y en la mayoría de estudios realizados en el mundo la mujer lleva la peor parte.
«Estas son estadísticas aterradoras, y Covid-19 y sus consecuencias económicas solo están agravando el problema» afirman muchos, a lo que se suma que puede estar existiendo a la par de ello, un mayor uso de substancias. Ante ello y pese a la magnitud del problema, resulta inverosímil que las universidades no hayan adoptado un enfoque nuevo y más holístico. Vemos en sus páginas electrónicas y de divulgación, hojas de hojas llenas de procesos administrativos, pero de este tema, nada. Han relegado el problema de salud mental de los estudiantes, que sin lugar a dudas ha de ser el número uno a “los centros de asesoramiento de los campus” y estos, trabajan especialmente por demanda. No he encontrado en ninguna universidad ni campus, en su personal (líderes institucionales, profesores, personal y los propios estudiantes), una estrategia declarada e implementada, del papel que la universidad debe desempeñar ante este problema y ante la coyuntura actual.
Las universidades deben considerar sus espacios como un lugar en que en vez de aumentar la angustia de profesores, estudiantes y personal, puedan contribuir positivamente a su salud mental y bienestar. Eso demanda no solo de docencia sino de investigación y acción. Esto requiere de liderazgo desde arriba, con rectores, decanos y juntas directivas que marquen el tono, reduzcan el estigma asociado a los problemas de salud mental y expresen la necesidad de un cambio cultural en todo el campus. No es tarea de un profesor, es tarea de un proceso organizativo al respecto. Todos los miembros de una universidad, necesitan de educación y apoyo acerca de las prácticas de enseñanza y tutoría que apoyen el bienestar de todos. Eso no solo tiene que ver con los pensum, sino sobre el modelaje de un modo y estilo de vida. No se pretende crear terapeutas, pero si reconocimiento mejor de riesgos, daños y formas de canalizar a donde corresponde la solución. A su vez, estudiantes y profesores, también deben tener oportunidades estructuradas para aprender cómo apoyar su propio bienestar y el de los demás. Como parte de la orientación formal, por ejemplo, los universitarios deben aprender cómo los comportamientos como el sueño, la nutrición, el ejercicio, las redes sociales y el trabajo afectan y se ven afectados por el bienestar. También se les debe enseñar cómo cultivar un clima universitario saludable y respetuoso, incluido el reconocer y abordar los prejuicios implícitos.
Las facultades de psicología, medicina, ciencias sociales, deben brindar orientación regular y amplia sobre el apoyo de salud mental disponible para todo el conjunto universitario (ese apoyo necesita crearse), y deben asegurarse de que esta ayuda esté disponible cuando la necesiten sus miembros. Siendo la salud mental tan importante como fuente y generadora de enfermedad mental, emocional y física, no es concebible una escuela social, de psicología y medicina y salud, que no pueda brindar a los miembros universitarios acceso a servicios de alta calidad para la salud mental ya sea en el campus o en la comunidad local o por convenios institucionales. Los servicios de apoyo deben adaptarse a las historias y necesidades únicas de de estudiantes y profesores, y deben responder al hecho de que muchos de ellos, habrán experimentado racismo y prejuicios implícitos, tanto antes como durante su tiempo en la educación superior.
Si bien el impacto duradero de COVID-19 en la educación superior seguirá interesando a los investigadores en los próximos años, las universidades deberían estar buscando formas de comprender el impacto inmediato y formas de mitigar el estrés negativo en sus miembros.
El objetivo de la educación postsecundaria es equipar a los estudiantes con los conocimientos y las credenciales de grado que les permitirán ser miembros productivos de la sociedad. Por lo tanto, la universidad debe promover la misión académica de aumentar y fomentar un mayor nivel de rendimiento y aprendizaje de los estudiantes y eso necesita en buena parte de un enfoque en todo el campus en salud mental y el bienestar de todos sus miembros.
Muchas universidades brindan servicios a los estudiantes en un entorno clínico, además de programas que se enfocan en el bienestar general del estudiante. Estos servicios pueden incluir salud general, así como aquellos para estudiantes que experimentan problemas de salud mental y uso de sustancias. Sin embargo, esos servicios suelen ser muy pobres en sus alcances, contenidos y recursos y existe una variación considerable en el alcance de los servicios, el nivel de educación y la licencia profesional del personal clínico, la disponibilidad de proveedores y su capacitación recibida para trabajar con poblaciones específicas de estudiantes y profesores. En general, los centros de tratamiento en el campus y su personal deberían estar en una posición única, capacitados y enfocados profesionalmente para navegar de manera efectiva en este problema y eso como mandatos, pues las universidades están llamadas a desempeñar un papel protagónico dentro de la sociedad, orientado hacia el desarrollo de diversos escenarios para la formación técnica y profesional de sus miembros: docentes y estudiantes, y en los procesos de gestión del conocimiento de problemas y soluciones, por medio de la educación, la investigación, la acción social. Ello significa penetrar en la cultura en que está inmersa su fuerza docente y educandos y en la formación de su talento que es imposible si se enfrentan a problemas de salud.
Finalmente, no podemos olvidar que la educación superior tiene la oportunidad única y la responsabilidad de ofrecer una educación transformadora, de involucrar la voz de los estudiantes, el desarrollo de nuevos conocimientos y la compresión, para predicar con el ejemplo y abogar por una toma de decisiones que beneficie a la sociedad.