Alfonso Mata
Así es, pero dos se han hermanado de manera mísera. Primero sobre una epidemia consuetudinaria, regida por la costumbre, ha caído en estos momentos la Covid-19. Nos referimos a esa epidemia con dos caras: la mala nutrición que por un lado es producto de carencias nutricionales y que llamamos desnutrición y por otro a excesos que llamamos obesidad y entre ambas afectan a más de la mitad de la población nacional. Pero en uno y otro caso, el coronavirus tiene un impacto mayor en esta población con mala nutrición. Segundo, tenemos una política y un accionar gubernamental totalmente incapaz de lidiar con ello ya sea por indolencia, pero también por ignorancia y corrupción.
Nuestra epidemia alimentaria es producto de desbalances, inequidades y desigualdades de acceso a la cadena alimenticia (disponibilidad, acceso, consumo y utilización de alimentos) que tiene la población y a eso se suma en estos momentos entre los efectos de la epidemia de la Covid-19: la parada del sistema socioeconómico. Todo ello afecta a los más pobres y vulnerables, ante la indiferencia gubernamental.
Fundamental y en buena parte, la doble cara de la pandemia nutricional tiene que ver con acceso a los alimentos, con grandes limitaciones de consumo para un buen número de personas, a alimentos de buena calidad y a eso se suma -aunque el gobierno diga lo contrario- un aumento al precio de los mismos, que se acompaña de malas condiciones salariales en la industria agroalimentaria y caída en los ingresos. Ante esa situación que se vive, en este momento, ningún organismo del Estado ha previsto ni proyectado el impacto del coronavirus en la seguridad alimentaria, actuando en ello de manera irresponsable al ser una de las áreas más dañada en la vida nacional.
Según estimaciones de la FAO para América Latina, el impacto que está teniendo el coronavirus en la seguridad alimentaria es dramático y calcula que el número de personas en inseguridad alimentaria, ya de por sí antes de la pandemia muy alta, se ha incrementado en un 17 a 20% en los países y ello probablemente más en los antes del coronavirus más dañados. A esos datos, en nuestro territorio debería sumarse el impacto climático de huracanes o tormentas tropicales en el 2020 por lo que es muy probable que andemos por un 25% en el aumento de personas en inseguridad alimentaria y a eso se suma que nuestro gobierno, en lugar de colocar un líder calificado en la lucha contra este mal (SESAM), pone a una persona incompetente.
La crisis de inseguridad alimentaria se va a incrementar por otra razón también: las economías informales han sido duramente golpeadas y han mermado ingresos en un gran porcentaje de población.
Acciones para mitigar Impacto en población vulnerable se vuelve en estos momentos de alta prioridad. Una política clara, transparente e integral de aumento de gasto social directo (no de gastos de operación) particularmente programas de protección social y transferencias financieras echas insisto, con equidad, trasparencia y calidad, son impostergables. Basar toda la atención y descansar su solución en las remesas, que es realmente lo que ha evitado y paleado que la situación alimentaria explote, ha sido y es un acto irresponsable de gobiernos anteriores y el actual que ha tratado a la fecha el problema de la inseguridad alimentaria al igual que el manejo del coronavirus con incapacidad y deshonestidad y mostrando en su actuar, toda suerte de inequidades y desigualdades.
En otro orden de cosas, una buena acción nacional de lucha contra estas epidemias, requiere de un apoyo internacional por algunos años; de apoyo internacional para la acción en el campo de las finanzas, encaminado a facilitar créditos blandos al país, a fin de que este pueda montar programas de apoyo social y financiero para las poblaciones de alto riesgo. Eso va asociado a una necesidad de apoyo multinacional y multilateral de ayuda, sin obligaciones financieras severas. Insistimos, el país no sólo está viviendo una pandemia sanitaria sino a la vez alimentaria, de la que sólo, tardará años en salir y con muchos daños y que demanda de ayuda y el apoyo internacional, manejado dentro de un orden político y gubernamental del que en estos momentos carecemos.
La otra cara de la moneda de la pandemia por coronavirus sobre la pandemia alimentaria tiene que ver con los servicios de salud y la atención a pacientes. La población con obesidad se ve afectada más por complicaciones y letalidad por el coronavirus y de nuevo, la obesidad afecta más a los pobres a los que les es posible solo un acceso -por ser más barata- a una mala dieta que predispone a la obesidad y por consiguiente, cuanto son contaminados, no solo presentan un riesgo y complicaciones, sino que demandan de mayor atención médica tanto para recuperarlos, como para atender sus complicaciones posteriores. Además se sabe que de cada tres pacientes con obesidad mórbida en nuestro medio, dos tienen un mal manejo ya sea de diabetes, hipertensión y enfermedad cardiovascular que padecen asociada a la obesidad y que eso además de ser debido a malos hábitos alimentarios y exceso de consumo de azúcares, es debido también a una falta de acceso adecuado a servicios de salud.
De tal manera que es más que evidente dentro de nuestra sociedad, que la obesidad convive con la desnutrición tanto en las grandes zonas urbanas y ciudades, en donde se afirma que por cada persona con desnutrición hay más de tres con sobrepeso y obesidad y ambos fenómenos cursan con la pobreza de la mano y hay que estar conscientes que la obesidad no significa una buena nutrición, significa un mal comer que resulta más accesible a población muy pobre y hay que considerar que tenemos una prevalencia de las más altas del mundo especialmente entre mujeres de estatus muy pobres; más de la mitad de personas obesas son de estratos socioeconómicos más pobres.
Vivir entre dos pandemias alimentarias y a la par con el coronavirus no es simple pues tenemos que atender ambas: una sindemia, lo que significa que ambas pandemias se alimentan entre sí y eso significa que su resolución solo es posible si la acción de su atención demanda no solo fijarse en la enfermedad infecciosa, sino también al contexto social de las persona, pues ambas pandemias se desarrollan dentro de inequidad social y sanitaria, causada por la pobreza, el estrés, la violencia estructural y la corrupción estatal.
La población y los políticos deben tener claro que, en los próximos meses, esa problemática multi dependencia y multipandemia no se va a reducir con la vacuna. Es muy posible que a la par que se está produciendo un nueva ola de casos de coronavirus, en el caso de la desnutrición se haya duplicado el problema y si no ponemos atención a ese problema, en el 2022 se habrá triplicado de lo que teníamos pre pandemia y eso no sólo tiene que ver con una mala situación financiera o el empeoramiento de esta, sino también con el mal esfuerzo de un Sistema Nacional de salud deficiente, que en estos momentos sus prestaciones las tiene volcadas a atender la Covid-19, con descuido del manejo integrado de la salud infantil.
En tal sentido, lo más urgente en estos momentos es abordar no sólo un problema de vacunación y de poder adquisitivo y el acceso a alimentos, sino a la par, un manejo equitativo justo y transparente, de una reestructuración económica laboral y de prestaciones sociales, que envuelva la estimulación del aparato reproductivo nacional y agilizar y enfocar de manera más transparente el sistema de protección social, tan mal manejado y con tanta corrupción actual.