Salud, desnutrición. Foto la hora: Archivo.

Alfonso Mata

Cuando se habla del programa de control del coronavirus, de la desnutrición de los mosquitos todos los médicos vemos eso con una sonrisa llena de ironía.

La mayoría de la gente quiere que se dé la vacuna pronto, que a los niños se les alimente, que se fumigue, porque piensan que eso conduce a algo bueno. Los políticos por su lado, lo hacen para causar una buena impresión y ganar votos y alguien para limpiar un poco su alma, en fin cada quien por algo. Sin embargo, hay que aclarar que la investigación demuestra que ninguna de esas tres formas, es la mejor forma de combatir esos problemas. Son y pueden ser causas necesarias pero no las suficientes ya que la mala situación, trae a cuestas otros problemas.

Todo el tiempo las autoridades sanitarias enfrentan dificultades que provienen del choque entre las facciones sociales interesadas y al tratar de llevar la investigación a la práctica. Exterminar las causas sociales y económicas de la desnutrición, la vacunación para acabar con la infección, control y vigilancia para evitar las pandemias, la destrucción de los lugares de cría de mosquitos e insectos dañinos, es la forma más eficaz de controlar y reducir la incidencia de esas epidemias que se vuelvan endémicas en la nación. No queremos decir que carezcan de sentido común las medidas que se implementan, sino que son soluciones necesarias pero insuficientes. Las prácticas de sentido común que no toman en cuenta los últimos descubrimientos sanitarios han tenido desastrosas consecuencias. Alimentar a los desnutridos, no resuelve el problema de base por ejemplo. Crear vacunas, no soluciona el problema de las pandemias. Para impedir la desnutrición se necesita actuar sobre causantes de la pobreza que tiene que ver con desigualdades e inequidades socio económicas. La práctica tradicional y el sentido común tienen su impacto que no es suficiente para acabar con el mal.

Es por tanto un primer motivo de reflexión, asegurarnos que la discrepancia entre lo que se sabe y lo que se hace tenga real existencia. Tenemos que tener conciencia que la dificultad para poner en práctica el conocimiento adquirido en la investigación sobre salud en las comunidades y de no establecer políticas gubernamentales científicamente mejor sustentadas, está minando los esfuerzos por lograr una población sana. El alto nivel de mortalidad evitada y de días perdidos por enfermedad, pone de relieve este problema. Si bien las intervenciones para prevenir todo ello han contribuido a reducir la totalidad de la morbimortalidad en los últimos 50 años, los problemas nutricionales, infecciosos en cuanto a su morbimortalidad no han disminuido con tanta rapidez.

«Que se necesita más investigación para saber cómo hacer llegar las intervenciones apropiadas a las personas que las necesitan» es algo que tiene reconocimiento por los círculos académicos y científicos «Dicha investigación es crucial en casi todos los campos de la salud», y a eso los organismos internacionales añaden ante la experiencia que ha estado dejando la COVID-19 y el estancamiento que han sufrido los objetivos de salud mundial. «Sabemos reducir la mayoría de morbimortalidad, pero no hemos podido hacer llegar las intervenciones a las poblaciones que más las necesitan». Eso trasciende el mundo de los sistemas de salud y se enclava en las acciones multisectoriales.

Desde hace décadas, se pregona que existen intervenciones efectivas y de bajo costo, como las vacunas, los suplementos vitamínicos y nutricionales en general y los mosquiteros tratados con insecticida, que pueden prevenir las dos terceras partes de la mortalidad entre los menores de 5 años, y miles de investigaciones socio-medicas señalan que no se sabe lo suficiente sobre la forma de hacer llegar dichas intervenciones, de forma más amplia, a las personas que las necesitan.

Los expertos en salud alegan que el mal funcionamiento de los sistemas de prestación de servicios sanitarios en los países en desarrollo, hace que se desatiendan las infecciones infantiles, las muertes maternas y otras enfermedades. Pero eso es solo ver parcialmente el problema. Dentro de esos países con ese problema, además se añade un nivel de pobreza y extrema pobreza que ata de manos a muchos al respecto a lo que se suma no solo problemas de organización y funcionamiento interno sino la falta de recursos e inversión nacional en pro de la salud.

Ha existido a nivel nacional, investigación para fortalecer los sistemas de prestación de servicios sanitarios, y hacer que funcionen y sean equitativos, pero o han caído en sacos rotos o no va más allá del diente al labio. Lo cierto es que no han logrado los suficientes beneficios de la salud pública y ello a pesar de que existen lineamientos globales para que exista una justicia sanitaria y que establece con mucha claridad que para que eso sede, para que exista justicia sanitaria, tiene que haber políticas y actos gubernamentales que apoyen lo siguiente:

• Sistemas de salud con suficiente financiamiento, acceso universal y el número necesario de profesionales de salud
• Acceso equitativo a los indicadores claves de salud, como nutrición, educación, agua, saneamiento y vivienda
• Programas de salud pública destinados a reducir la carga de ciertas enfermedades entre la población pobre
• Mayor investigación sobre las enfermedades que afectan a los pobres de la Tierra
• Mayor financiamiento para la salud y el desarrollo mundial y
• Acuerdos comerciales que respeten el «diferente y particular» nivel de desarrollo de las naciones más pobres.

Según los expertos, es esencial saber cómo funcionan los sistemas de salud para poder reformarlos. Dos maneras en que la investigación y la reforma de los sistemas sanitarios pueden reducir la morbimortalidad parecen existir. Debe existir en el esfuerzo por reformar el sistema de atención sanitaria, la concentración de la mayor parte del gasto en salud en las enfermedades prevalentes a nivel local ya que, está demostrado, que eso es más costo efectivo y da mejor resultado en la reducción de la morbi mortalidad, que pagar por servicios caros en hospitales especializados. Eso significa proporcionar a las unidades administrativas locales, a los gerentes de salud a nivel de distrito herramientas, técnicas y ligeros incrementos en financiamiento, de forma que pudieran concentrar sus recursos en las principales causas de la carga de enfermedad a nivel local y mejorar la prestación de servicios sanitarios.

Pero a su vez se necesita ubicar la investigación sanitaria a orientar la política y la toma de decisiones, no solo coyunturales sino estructurales y organizativas de la administración y la atención médica. Eso también significa que en la debida aplicación de los programas, la participación de la población es indispensable y esto de forma responsable y constante.

De tal forma que todo ello debe descansar sobre la planificación y diseño no solo de métodos de prestación de servicios y procesos administrativos de estos, sino además se deben establecer las pautas para la capacitación local, el seguimiento de programas, estudios de su impacto en los pacientes, y sus familias y comunidades, y documentación de la totalidad del proceso; y lo que es más importante: proporcionar a las autoridades sanitarias y publicas información crítica e imparcial sobre los avances. Al realizar investigación a la par de la aplicación de los programas, podemos conocer con suma rapidez si algo no funciona y cambiar de enfoque casi inmediatamente.

«Hay que comenzar por las necesidades que la comunidad piensa que existen, en vez de que sean los epidemiólogos internacionales o sociólogos quienes digan lo que hay que hacer. La comunidad ya sabe cómo hacer ciertas cosas, por lo que hay que tener en cuenta los puntos fuertes de la situación local y partir de ellos.»


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