La religiosidad genera conformidad en el creyente, que muchas veces impide que éste se entienda de la transformación del mundo de las injusticias que exponen a riesgos y daños su salud. Foto la hora: Archivo.

Alfonso Mata
lahora@lahora.com.gt

De los textos y autoridades, al reconocimiento social de lo que ellos enseñan como fuente de conocimiento y razonamiento para conocer la realidad de la salud, han tenido que pasar siglos llenos de confrontaciones que han acarreado millones de muertes innecesarias, guerras y luchas de coexistencia y discordias dentro de la existencia cotidiana, de lo que no ha escapado la salud, propiciando una diversa forma poner en juego lo físico, mental y emocional. Es evidente que nuestro siglo se está desarrollando dentro de posturas contradictorias entre la vida individual y social que no deberían necesariamente producirse, pero que no han dejado de darse, generando inequidades y desigualdades, como lo señalé en un artículo anterior.

Dentro de la tradición actual, las mecánicas del conocimiento científico y religioso han cambiado. La confianza explicativa de la religión y la ciencia sobre la salud varía en las poblaciones. Aunque antagónicas en los orígenes explicativos de sus fundamentos, eso no significa que no puedan ser usadas y compartidas por el profesional, el enfermo o el sano. Entendamos su principio: La fe religiosa, don divino, confrontación con los cielos, sin necesidad de buscar explicación alguna, simple creencia. La razón, perfección del hombre en su búsqueda de la realidad de ser y explicar acontecimientos y sucesos. Y algo que carecen ambas: ni la fe, ni el conocimiento, resultan algo definitivo y permanente. En las dos, el cambio se relaciona con la información en forma de cantidad y en su interpretación. De tal manera que, la importancia y relación de religión y ciencia en la salud y la enfermedad, está relacionada con el clima social y la cultura.

La religiosidad genera conformidad en el creyente, que muchas veces impide que éste se entienda de la transformación del mundo de las injusticias que exponen a riesgos y daños su salud. Con la enfermedad sucede algo diferente. La creencia religiosa en salud-enfermedad ha sido motivo de estudios desde varios aspectos: Evolución, mantenimiento y recuperación de la salud pasando por su intervención para lograrla; fomento de estado de ánimo, satisfacción hacia la vida, impacto potencializador sobre los medicamentos y funcionamiento y organización fisiológica y reducción de ansiedad, angustias y alivio de la depresión. Todos ellos son aspectos que se han estudiado y encontrado su lado positivo sobre la salud y la enfermedad.

Combate por hegemonía entre ciencia y religión sobre la vida y sobre la muerte se viene dando desde siglos; combate que no permite caer en demarcaciones precisas y necesarias, provocando una fusión y mezcla entre religión y ciencia que cada cultura maneja a su antojo.
No obstante lo dicho, el lecho del enfermo y el moribundo, en muchas situaciones se convierte en lugar de intensos combates sobre conocimientos, actitudes y prácticas y aunque a lo largo del siglo pasado y el presente lo son menos, aún se acepta por muchos, que el sufrimiento físico es la consecuencia más visible de la caída moral del hombre y su pecado, convirtiéndose eso en determinante de la enfermedad en muchos casos.

Una creencia es un regulador de aspectos que reglamentan modos y estilos de vida pero también mueve a objetivos e ideales y algo por lo cual además de vivir se está dispuesto a luchar. Conformidad y convicciones rodean a la creencia. Valores morales la sustentan y debilitan y en último caso, llevan al sujeto y a los sujetos a comportarse más allá de implicar regulaciones y demostraciones así como razonamientos de otras opciones. También la ciencia médica y el profesional de salud suele caer en esos comportamientos dogmáticos muchas veces.

En nuestro medio, lo religioso y lo científico, se encuentran llenos de elementos dogmáticos. Es un sistema organizado dentro del cual se desarrolla el individuo y la sociedad, generando tradición y cultura verbal, escrita, experimental, y regulaciones de vida en los miembros de una sociedad. La influencia de ambas formas de pensamiento, anima desde el comienzo de la vida a hombres y mujeres, a adoptar un comportamiento ante la salud y la enfermedad, y una y otra forma de pensamiento, van dando explicación sobre la manera de producirse éstas en las diversas facetas de la vida y de la muerte. Tanto la ciencia como la religión, dentro de su dinámica racional, van generando aproximaciones y explicaciones de la realidad, generando actitudes y prácticas que van modificando las interacciones que pueden darse entre religión y ciencia con la salud.

En términos de promoción y prevención de la salud, la presencia de creencias y preceptos religiosos llena páginas de páginas en cuanto a regulaciones de actitudes y prácticas en: alimentación, forma de comportarse, relaciones sociales, hábitos y conductas sexuales y laborales, consideraciones sobre el cuerpo y su comportamiento, cuestiones psicológicas, y todo esto, actuando como fuente de curación o enfermedad, sanación y esperanza ante la adversidad, pero también para lograr algo. De tal manera que no extraña que ante la opinión del médico y sus conocimientos científicos, aparezca la fe en Dios, aunque los profesionales de la salud a esto le den muy baja importancia y subestimamiento. Son muchos los pacientes y las poblaciones, que van en búsqueda a través de lo sagrado, de algo más íntimo y un modo de actuar que ayude a personas y poblaciones a sentirse en un estado de bienestar y paz consigo mismo y con todo.

Por tanto, no podemos ignorar los profesionales de la salud, que las personas y las poblaciones viven y enmarcan su modo y estilo de vida dentro de preceptos y principios que les pone en una posición diferente anta la salud y la enfermedad y que coloca el ejercicio médico ante una necesidad de hacerse con humanismo. Verdad es que ante un Dios creador, un Dios al que podemos volvernos en nuestra indigencia y con él que podemos relacionar nuestra vida, cabe suponer que actúe ante el peligro, con esa orientación universal religiosa de amo de la decisión final. Vale entonces pensar que la creencia no puede ser y tener de parte del profesional, un acento de reproche ante normas sociales de valoración relacionadas con autenticidad y confianza sobre lo religioso. De hecho, son numerosos los estudios en que resulta evidente que la religión también es una expresión a considerar en la prevención de la salud y la sanación y no viene al caso tener que aclarar ni exponerse a la obligación de buscar quien tiene la razón.

Un buen profesional de la salud pues, debe mantener el solicito cuidado de separar ambos lenguajes y de evitar toda debilitación de su contenido a causa de su saber y considerar que la rectitud de los resultados científicos que utiliza, no deben poner en duda ni enfrentar el pensamiento religioso, ni es lícito la inversa. Todos debemos hacer un esfuerzo para poner de acuerdo ambas posiciones ante un enfermo. El enfermo consta de cuerpo y alma que interactúan en el desarrollo la enfermedad. No tratemos de cerrar puertas sino de abrirlas.

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