Representantes de la iglesia evangélica presentaron una propuesta de protocolo para la reapertura de las actividades religiosas en sus templos, esto para evitar más contagios del nuevo coronavirus, según dijeron. Foto la hora: Archivo.

Alfonso Mata
lahora@lahora.com.gt

Dentro de las largas filas de cucuruchos y cargadoras, se mueve el sufrimiento: enfermos, lisiados o con familiares afectados. Las marchas procesionales se confunden con imploraciones al Nazareno y la Dolorosa por la salud o la mejora y algunos incluso en búsqueda de la tranquilidad de la muerte. La Semana Santa es período de pedir, olvidándose de la explicación, la forma de abordar y resolver del médico, sanador o curador. El deseo de evitar el sufrimiento se eleva a los cielos; pero ¿funciona esto?

Hasta hace menos de dos siglos, la salud y la enfermedad en el vivir cotidiano, se asociaba en buena parte con lo religioso y lo mágico. La mayoría de nuestros ancestros con salud, agradecían en sus oraciones diarias tal benevolencia y los enfermos o con malestares, pedían recuperarse y esperaban que lo mágico de las terapias actuara sobre ellos. Muchos de los terapeutas no razonaban las causas naturales de los procesos patológicos del hombre y su tratamiento, pero atendían a sus pacientes llenos de fe en lo que hacían e invocando al cielo para que los orientara o la pronta sanación de sus pacientes. Causa, Diagnóstico, estaba basada en parte en la concepción sobrenatural; se apoyaba en recursos naturales mágicos y en lo religioso y en más o en menos, en remedios vegetales; pero, entiéndase bien, no por las propiedades terapéuticas de los constituyentes en sí de las plantas, aunque conocían la actividad estimulante de algunas de ellas, creían y atribuían virtud mágica o religiosa a la hierba utilizada. Esas ideas, aunque en menor aceptación en la actualidad, aún persisten mezcladas con creencias antiguas. Desgraciadamente, la falta de sistematización de la información sobre la relación entre salud enfermedad y religión, imposibilita que se puede analizar y entender este fenómeno como debiera ser.

¿Cómo es que persiste aún tanta tradición ajena al saber científico? En nuestro medio, la conquista y la organización política y social que le siguió, duró más de cuatro siglos, veinte generaciones y ello iba acompañado de la conquista espiritual llamada evangelización, que entre sus elementos llevaba una interpretación en lo referente a origen y evolución de la enfermedad y de su tratamiento, cargada fuertemente de creencias mágicas y religiosas. Con el tiempo, la mística de la medicina misionera religiosa, se fusionó a la concepción indígena sobrenatural de la enfermedad y desde entonces, aunque cada vez con nuevas interpretaciones o pedazos de ellas, ese elemento forma parte de la concepción multicultural de creencias sobre salud y medicina.

Es pues evidente que en nuestras actuales capas sociales, en magnitud y sentido, existe una evolución e involución de causas divinas como explicaciones etiológicas de males y enfermedades, al igual que del efecto en los tratamientos. En el hecho de la enfermedad y el enfermo, se le encuentra explicaciones religiosas y eso juega su papel en él que padece como en la familia y los amigos. De tal manera que esa determinante divina, permite entender y razonar a muchos que, así como la naturaleza, la cura o prevención, pueden ser dominadas por la ciencia, ello necesita complementarse con el apoyo del poder divino de la súplica. Explicaciones y relaciones sobre ello cambian, según padecimientos y formas de ser del padeciente y cultura en que se vive.

En el enfermo, el modo de ser y de sentir sus creencias sobre salud y enfermedad, lo hace actuar y cumplir ante ellas de manera individual y grupal. El terapeuta en su diario hacer, se topa con pacientes y familiares de estos, en que predomina la esperanza, la desesperación o la evasión. La esperanza suele ser compañera de fe religiosa en el enfermo creyente, amortiguando angustias y desesperaciones así como ansiedad. En unos más, en otros menos, un Dios personal y vivo, agita su alma. En este tipo de paciente, es muy fácil entre el azar de la salud y los altibajos del pensamiento dedicado a ello, encontrarse uno con un alma suplicante al estilo de la copla de Unamuno:

Méteme, Padre Eterno, en tu pecho
Misterioso hogar,
Dormiré ahí pues vengo desecho
Del duro bregar.

Y en ese bregar y bregar y esperar, se eleva la oración, la promesa, la penitencia y el sacrificio, con la fe de que es el cielo quien decidirá si la enfermedad se consume, la salud se recupera o la muerte llega, sin que en ello sea más que observador receptivo el que enferma y testigo el que observa.

Ante ese saber dual del paciente y sus familiares, un buen médico es aquel que sabe realizar con holgura unificación de sus saberes con la experiencia espiritual del paciente. La buena conexión psicológica y espiritual con la física en la historia de la enfermedad resuelve la mitad de la duda clínica y potencializa el efecto del tratamiento. La reflexión sobre esas entidades producidas por la mente y el alma sobre el cuerpo del enfermo, deberían ser motivo de especial atención en la consulta médica, pues es la única forma que permite oír la voces de incertidumbre y la agonía del paciente, ante el dolor y el sufrimiento que padece y sus causas. El médico debe ser un analista que reúna y reflexione una descripción rica y minuciosa no sólo de la enfermedad sino del espíritu del padeciente, siendo ella una manera de entrar a la abismal hondura de la mente el espíritu y el cuerpo del enfermo. Esta sutil parcela del ejercicio médico, con frecuencia se olvida por el personal de salud y por los estudiosos de la medicina, dejando de lado que las claves más decisivas de la existencia humana: vida-muerte, determinan muchas veces una promoción buena de la salud o el precipitarse de la enfermedad.

Como decía San Agustín, encontrar las sombras detrás de la enfermedad y la puerta que cierra muchas veces la entrada a la curación es primordial: «No quieras salir de ti, vuelve a ti mismo. La verdad habita en el hombre interior; y si también encuentras mudable tu propia naturaleza, trasciéndete a ti mismo. Más nunca olvides que, al subir, trasciendes un alma racional. Dirígete, pues, hacia aquellas regiones donde toma su luz la razón misma» (de vera religione). Consejo para el médico, consejo para el paciente.

El paciente a través de su enfermedad y de sus males, vive también una experiencia espiritual y en eso hay que ayudarle y no es raro que el creyente encuentre en esa confrontación, la posibilidad de su posible deficiencia y limitaciones que al solventarlas, incrementa su mejora. Para él, un Dios invisible pero creído y poseído le apoya, recogiendo su alma a favor de su cuerpo: el alma del sufrido, incluso la herida que le inflige el cielo, ayuda a la conversión del cuerpo.

Sé que lo expuesto, aunque pueda ser materia orientadora, no constituye una evidencia como tal, pero es una declaración del problema de relación para el médico con la enfermedad y el enfermo; binomio este que trasciende en su determinismo científico a la etiología de la enfermedad en muchos casos y permite penetrar en el enfermo, en su humanidad como un elemento más etiológico y provocador, pero también como apoyo terapéutico. Todo consiste en resolver interrogantes de la experiencia religiosa existencial, como causante de enfermedad y promocionante de la salud.

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