ANA MARÍA VELA DE CASTAÑEDA
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EL DIAGNÓSTICO
Aquella tarde recibí el diagnóstico: Biopsia positiva, para adenocarcinoma invasivo. Me paralicé; sentí una corriente helada recorrer mi cuerpo. Por unos momentos dejé de oír al médico, lo único que repetía mi mente y corazón era: tienes cáncer, vas a morir de lo mismo que murió tú padre, cuñado y tú amiga. A partir de ese momento, empecé a experimentar una diversidad de pensamientos de temor, angustia, incertidumbre y emociones, que me iban alejando de “toda esperanza” y solo pensaba:
Una mañana de diciembre de 2015, mientras me arreglaba para salir de casa, sentí en mi pecho izquierdo una bolita del tamaño de una moneda de 10 centavos, se movía al tocarla y me daba cierto dolor al presionarla. Al mismo tiempo salía una pequeña secreción maloliente del pezón del pecho derecho. El médico de cabecera me ordenó hacerme una mamografía y ultrasonido de mama. El diagnóstico radiológico fue: glándula mamaria inflamada -No tienes por qué preocuparte –me dijo; así que me olvidé de la bolita y su dolor. Desde ese momento, inicié con gripes seguidas, extremo cansancio, somnolencia y fatiga al ejercitarme y en junio de 2016, seis meses después, nueva consulta médica. Nueva serie de exámenes todos informados normales. No satisfecha con ello y recordando la bolita de mi pecho izquierdo, consulté cuatro diferentes médicos: no encontraron nada; pero dos de ellos, recomendaron extraerla para mi tranquilidad: –será “inofensivo” no te preocupes– me dijeron. Fue así como llegué a la sala de cirugía un lunes de septiembre de 2016. Un par de horas después, cuando me llevaron a la habitación y recién estaba despertando de la anestesia, veo a mi esposo Hugo a mi lado, totalmente quebrado y pude descifrar que algo malo pasaba. Él solo me dijo: “Any, es cáncer”. El médico entró detrás de Hugo solo a confirmarlo, a explicarme el panorama y la acción inmediata que debía tomar. –Esperemos la biopsia, fue su recomendación para tranquilizarme, pues yo ya suponía una malignidad pinta y parada.
La biopsia confirmó la sospecha del médico y vino entonces analizar pros y contras, ventajas y desventajas de tratamientos. Eso me añadió temor, mucha confusión, y un poco de depre. Constantemente surgía dentro de mí la pregunta ¿por qué yo?, anhelaba que todo fuera un sueño del que tenía que despertar. Mi vida estaba sufriendo un cambio radical. Renunciar a mi trabajo, actividades sociales, compromisos familiares y otra serie de cosas, que poco a poco, me llevaron a renunciar a mi “yo”.
LA TERAPIA
A partir de entonces, todo se dio rápidamente: una mastectomía. El doctor me insistía que una mastectomía de una mama era suficiente, pero eso no me tranquilizaba. Por ser mujer de oración, pedí sabiduría para tomar la mejor decisión, la cual terminó en una mastectomía bilateral, con lo que quedé más tranquila, más segura en mi opinión y sentir sin que el pánico desapareciera.
Enfrentarme a tanta toma de decisiones importantes fue agotador y desgastante y por momentos me sentía ausente y con dificultad para llevar mi vida. Luego tuve un par de sesiones de fisioterapia para recuperarme de la cirugía, hasta iniciar en el mes de octubre el primero de los 8 ciclos de quimioterapia que tendría cada 21 días.
El temor, la incertidumbre, pensamientos y sentimientos negativos, empezaron a dominar mi mente y corazón a medida que llegaba el día de mi primera quimioterapia. Esta fue la primera experiencia que me sirvió, para conocer la reacción de mi cuerpo ante los químicos que recibía. Para tranquilizarme, tomé la decisión de documentarme sobre la enfermedad. Leí sobre tratamientos, posibles efectos secundarios, su control y cómo contrarrestarlos y con la ayuda del oncólogo y una nutricionista, cambié radicalmente mi sistema alimenticio y estilo de vida.
Los efectos secundarios los empecé a sentir semanas después. El cansancio y la somnolencia se acentuaron, apareció la náusea, las uñas se empezaron a oscurecer y presenté debilitamiento dental. El proceso de la caída de mi pelo fue una experiencia impactante. Pero el efecto más serio fue la depresión de la médula ósea, que dejó de producir la cantidad óptima de glóbulos blancos; bajaron tanto, que mi sistema inmunológico estaba vulnerable a cualquier anticuerpo que pudiera causar infecciones. Esto me obligó a permanecer en casa, aislada de mis nietos y personas con síntomas de enfermedad. Fueron siete meses, en los que me encontré muchas veces a solas con mis pensamientos y mi corazón, confrontando actitudes y prioridades con prácticas, lo que me permitió descartar unas y transformar otras. Poco a poco, sufrí transformación de mi modo de comportarme.
ENSEÑANZA
En este proceso conté con el apoyo de mi familia, mi esposo, mis cuatro hijos y sus cónyuges que de manera incondicional, me hicieron sentir amada, apoyada y cuidada. Me atendía un médico muy humano y profesional, que en todo momento cuidó mi salud y resolvió mis dudas y temores. No puedo dejar de mencionar amigas íntimas y mi comunidad espiritual, que siempre estuvieron pendientes de mí, aunque fuera a distancia. En este proceso, viví dos momentos y sus situaciones, que hicieron la diferencia:
Al día siguiente de la mastectomía bilateral, entró en el dormitorio un médico muy joven que estaba terminando su turno. Me habló durante 45 minutos, no del cáncer, sino de la “actitud” que debía tener en todo el proceso que estaba por iniciar. Me compartió varios testimonios y experiencias. Sus palabras quedaron resonando en mi mente a tal punto que en los momentos difíciles, recordaba sus consejos sobre “la actitud” que debía tener ante esta enfermedad.
Siendo una mujer de fe, al servicio de la evangelización, mi primera reacción no fue de fe, sino de temor, no fue confianza en Dios, sino de dudas e incertidumbre. Llegué a entender que el cáncer no solo afecta el cuerpo, sino también el alma y el espíritu humano. Desde que recibí el diagnóstico, me llevó tiempo entender que mis miedos y dudas debían ser secundarios, puesto que contaba con un padre que me ama incondicionalmente y que iba a combatir este gigante llamado cáncer junto conmigo y en quien debía confiar más. Es importante entender que Dios permite ciertas circunstancias en nuestra vida para nuestro beneficio y en todo hay siempre un propósito bueno.
Este proceso que me alejó de personas y actividades, lo llamé “mi desierto”, tiempo en el que peregriné con el Señor, mi Dios, meditando su Palabra, orando, acrecentando cada día mi relación con Él y fortaleciendo mi fe. Mi medicina diaria fue la Eucaristía, me dio valor, confianza y sobre todo intimidad con el Espíritu de Dios. “Mi actitud” sin su presencia, no hubiera sido igual de efectiva.
Hoy, agradezco a Dios por este bendito cáncer y por permitirme pasar este proceso, vivirlo y entender con amor y misericordia a otras personas que, luchan contra su cáncer.
ACTUALIDAD
Ha pasado 1 año y cuatro meses desde el octavo y último ciclo de quimioterapia; mi salud aún está resentida. Ya tengo pelo que de liso pasó a colocho y es mi pelo normal. He recuperado fuerzas, sin embargo, estoy consciente que mi cuerpo no es el mismo. Debo poner mucha atención a mi alimentación y cuidados físicos. La gripe que es pasajera en cualquier persona, para mi es severa y larga. El cansancio y somnolencia continúan, los dolores articulares, la falta de concentración y muchas otras cosas aún están presentes. Clínicamente hablando, aún no soy sobreviviente. Continúo con chequeos semestrales, evaluando todo mi cuerpo para descartar metástasis. Al principio esto me provocaba temblores de cuerpo y mucha ansiedad hasta que veía los resultados de laboratorio y de las resonancias magnéticas, pero con el pasar de los meses, he logrado ir superando estos sentimientos y entender que cada día trae su propio afán.
¿Qué puedo decirte a ti lectora? que debes aprender a conocerte y a descubrir diariamente lo que hay en tu interior. Sobre todo: debes conocer el amor, la misericordia y el poder de Dios a través de tu vida y tus circunstancias.
El oncólogo tiene que cerrar círculos médicos y es lo correcto, pero tú debes cerrarlo con el Señor, tú Dios. Nunca olvides que sobre la palabra “cáncer”, hay otra mayor y poderosa que es “Jesús”. Yo me declaro sana y nunca hablo de “mi cáncer” sino de aquel cáncer que visitó mi cuerpo en el pasado y que nunca más volverá.