La pandemia del Covid-19 en Guatemala ha llevado al confinamiento y a situaciones excepcionales y dolorosas a personas e instituciones como las de salud. Foto la hora: AP

Alfonso Mata

Cada quien en lo suyo
La pandemia del Covid-19 en Guatemala ha llevado al confinamiento y a situaciones excepcionales y dolorosas a personas e instituciones como las de salud, especialmente a nivel de atención primaria que ya de por si venía siendo dolorosa. Pero también hemos podido enterarnos por los medios de comunicación y las redes sociales, de historias de solidaridad y humanidad únicas. Sin embargo, ello no es suficiente para protagonizar realmente un impacto en contra del daño causado tanto por la pandemia como por autoridades y funcionarios.

El personal de atención primaria, han tenido que luchar para que no nos cierren sus centros o dejar de funcionar y es loable como ante las circunstancias actuales vemos enfermeras auxiliares, comadronas, a pie por los caminos y barrios, generando servicio domiciliar con conocimiento de las personas y sus circunstancias que permite dar una «respuesta integral» y el ambulatorio es, para muchas personas, un espacio de referencia al que acudir en caso de necesidad. Nos encontramos que si cerrábamos las unidades de salud mucha gente se quedaría desatendida -afirma personal de salud consciente ya que el miedo a ir a los hospitales ha sido «muy grande, no querían ir a enfermar».

Según estudios científicos – se ha dicho- la relación entre un médico o enfermera y su paciente, en un trato continuado y de confianza profesional, ayuda a la salud e incluso salva la vida a las personas. Este hecho en algunos países lo llaman «longitudinalidad» y es un elemento de uso por la población que no tiene cobertura médica privada, es un servicio público que «se debe garantizar» y que como se veía denunciando en los medios de comunicación desde antes de la pandemia, este se había venido deteriorando en cantidad y calidad en los últimos gobiernos y eso posiblemente habría afectado a la población más vulnerable, que ante esa deficiencia y mediocridad no tiene otra que acudir a los hospitales y pagar de su bolsillo la solución a sus problemas de salud.

Los hospitales nacionales no han corrido mejor suerte. Antes y durante la pandemia, han tenido que hacer un esfuerzo titánico para poder salir adelante y se han encontrado en situaciones en las que «no sabían qué hacer con los pacientes con y sin coronavirus y no vale la excusa de los políticos de que se trata de una enfermedad nueva, de la que no había evidencia científica; en gran parte es debido a la mala organización del sistema total de salud y a la falta de insumos y recursos.

Un estado no previsorio
Para algunos especialistas y expertos, muchas de las acciones que se debería haber montado en el sistema de salud antes y durante esta pandemia, eran previsibles, ya que a lo largo del siglo XX hemos vivido 3 o 4 pandemias. Una de las más letales y silenciadas es la que ocupa su trabajo habitual: el VIH. Más de 35 millones de personas han muerto a causa del VIH, una pandemia que sólo se ha visto superada en el último siglo por la gripe española, que según los cálculos actuales provocó la muerte a 50 millones de personas. La irresponsabilidad gubernamental ha llevado a dilemas éticos al personal de salud que han vivido situaciones muy duras, especialmente el personal de los hospitales que han sido especialmente dolorosas como son las «muertes en soledad» y el hecho de que los médicos se han visto en un dilema ético de seleccionar a quién tratar y ante el dilema de «frenar la expansión del virus» y «poder acompañar en uno de los momentos más importantes de la vida de alguien como es la muerte».

Ahora la esperanza de todos está en la vacuna y las limitantes que esta plantea es otro dilema ético que poco importa a los gobernantes. En teoría deberían tener preferencia a ella «la población más vulnerable que es la que merece más cuidado y el personal de salud», un principio que se cree debería aplicarse cuando haya una vacuna efectiva. Una vez se haya vacunado el personal sanitario de todo el mundo, las vacunas deben ir a las poblaciones con menos recursos. Sin embargo, no nos podemos mostrar optimistas en esto, la suerte ya está echada.

A lo largo de estos meses hemos visto recopilación de imágenes y videos mostrando solidaridad de todo tipo y que no se había visto nunca, pero eso no ha movido a cambios drásticos a los gobernantes y a los funcionarios, que más bien las han visto con indiferencia. No existe un solo, tan solo un video en que se vea a un funcionario político de rango Ministros, diputados, jueces, etc. haciendo tales obras o públicamente favoreciendo una actuación como debe ser. Creo que esta es una gran lección de lo deteriorado que esta nuestro sistema político. De igual manera la documentación y las reflexiones de personalidades de la vida social nacional e internacional, no han servido para propiciar un cambio. La verdad y la ciencia se han tirado al sótano del hacer público.

¿Y la población?:
Su impotencia generalizada la ha reconvertido en creatividad, en oración y en una nueva esperanza pero hasta ahí. La documentación recogida y las imágenes de acontecimientos recientes, nos muestran un amplio abanico de comportamientos, e interpretaciones del fenómeno pero unidad al respecto no. La pluralidad va desde vivencias de apoyo y solidaridad hasta de una irresponsabilidad total y la mayoría estacionada en medio de esa brecha. Alguien con mucho tino dice «De un día para otro se nos giró como un calcetín toda la vida, igual cosa sucedió en el sistema de salud o el hospital. Pero como estamos acostumbrados a cada quien ver por lo suyo, cada quien ha ido afrontando de la mejor manera que puede lo que le afecta, pero entre unos y otros, solo hay una gran palabra: desconfianza». Un estudiante de vocacional próximo a graduarse dice «Nos damos cuenta de que, por mucho que se pueda ver todo el mundo, al final cada uno va buscando en las redes lo que le es más próximo a su territorialidad y a nosotros no nos afecta el virus luego no tenemos por qué restringirnos tanto». Y así podríamos ir sacando opiniones y comentarios que muestran claramente la gran división de actitudes y prácticas ante la pandemia menos una verdadera solidaridad.

Lo que si queda claro en esta pandemia es que no ha existido una asociación de conceptualización, planificación y accionar entre Estado y sociedad que sea beneficiosa para ambas partes involucradas y que respete los elementos esenciales de un combate adecuado ante la pandemia

Acuerdos en términos de una asociación no pueden funcionar, si no se cuenta con un gobierno regido por un concepto claro de soberanía y democracia, una condición sine qua non para la adhesión a los mismos de todos los grupos que conforman una sociedad y para una direccionalidad del desarrollo nacional y esto dentro de todos los campos del accionar del estado.

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