Alfonso Mata

Leitmotiv se refiere a un asunto repetido que aparece una y otra vez en eventos similares. Muchos autores científicos, literarios incluso filósofos, han identificado y descrito los leitmotiv críticos que han aparecido repetidamente en epidemias y pandemias a lo largo de la historia y lo primero que se han dado cuenta es que no todos los temas biológicos, sociales psicológicos y políticos aparecerán en cada epidemia o pandemia ni los que aparecen lo hacen en igual forma y magnitud. Pero siempre deben buscarse los principales ingredientes de una epidemia, con el entendimiento de que la combinación precisa de los mismos, puede cambiar de era en era y de enfermedad en enfermedad de nación en nación y transformar la evolución de la pandemia en naciones y grupos humanos.

Los leitmotivs incluyen lo siguiente:
Pensar que las epidemias casi siempre se enmarcan dentro de la forma en que una sociedad determinada entiende una enfermedad en particular. Esto facilita la forma en que se conduce viaja e infecta a sus víctimas el microorganismo. El acercamiento conducta humana y características del microorganismo determinan su difusión y estragos en parte y pesan en todos las epidemias

Las personas que vivían en épocas cuando no se consideraba que los microbios fueran la causa de enfermedades epidémicas, respondían a estas amenazas de manera diferente a nosotros o la mayoría de nosotros, personas que vivimos y entendemos el papel de los microbios. En tan cerca como el siglo XIX, por ejemplo, tanto expertos como laicos creían que muchas epidemias y enfermedades contagiosas se propagaban a través del aire contaminado, o miasma, de la palabra griega que significa contaminación del aire. La teoría miasmática de la enfermedad sostenía que las emanaciones tóxicas emergían del suelo o de material orgánico en descomposición o productos de desecho y causaban enfermedades epidémicas específicas como el cólera, el tifus y la malaria. Dado el mal olor que impregnaba todos los centros urbanos de esta época, la creencia de que era una fuerza malsana tenía mucho sentido, pero cuando esta teoría estaba en boga condujo a enfoques de salud pública que eran muy diferentes de los que se toman hoy en día. Además de las llamadas a la cuarentena, la mayoría de los intentos de controlar una epidemia se centraron en limpiar y desinfectar calles, alcantarillas, retretes y otras partes sucias del entorno urbano. Esta tendencia cambió notablemente a mediados y finales del siglo XIX con el advenimiento de la teoría de los gérmenes de la enfermedad, y continúa siendo revisada, refinada y ajustada hoy en día, a medida que aprendemos más y más sobre la ecología microbiana, la evolución y la genómica. Aún así, las viejas ideas sobre el contagio a menudo tardan en morir y, como las fiebres de origen desconocido, tienen el poder de reclutar; Como resultado, muchas personas hoy tienen ideas sobre la causa y la propagación de enfermedades infecciosas particulares que son marcadamente diferentes a los principios que enseña el aula de la escuela de medicina o de los niveles medios de educación.

De igual manera parece universal desde épocas remotas, la devastación económica típicamente asociada con epidemias y que puede tener una fuerte influencia en la respuesta del público a una crisis de enfermedades contagiosas. Una orden de cuarentena, que cierra un puerto o una ciudad a los viajeros o bienes extranjeros, cuesta a las comunidades una gran cantidad de dinero y crea grandes dificultades para las personas. No es sorprendente, entonces, que durante las conferencias sanitarias internacionales de mediados del siglo XIX y las actuales, los comerciantes y financistas a menudo se oponen abiertamente a cualquier esfuerzo para prevenir o contener enfermedades que pudieran haber tenido el efecto de impedir las empresas comerciales y el flujo de capital. Tales preocupaciones son particularmente destacadas en el mundo en estos momentos, dada la existencia de un mercado globalizado en el que un porcentaje en rápido crecimiento de la población mundial hace negocios y estos se deterioran a una velocidad semejante a la de la pandemia.

Sin embargo, hay dos lados de esta ecuación. Si bien el aumento del comercio mundial ciertamente puede contribuir a la propagación de una pandemia, también establece condiciones que fomentan respuestas más efectivas a una pandemia. Las epidemias le cuestan mucho dinero a la comunidad empresarial y, en particular, el costo de una pandemia, según todas las proyecciones confiables, simplemente es asombroso. Lo triste en esto es que a pesar de la realidad de tales pérdidas, eso no alienta aun como es debido a las naciones, a comunicarse más abiertamente con las naciones con la esperanza de que sus mayores recursos financieros puedan ayudarlos a contener o mitigar rápidamente el brote, más bien los defensores de la vida se enfrentan con los defensores de lo económico tontamente sin darse cuenta que la polaridad afecta a ambos.

Un tercer elemento que resulta determinante son los movimientos de personas y bienes y la velocidad de ello. Estos son factores importantes en la propagación de la enfermedad pandémica. No es casualidad que el auge de las pandemias de peste bubónica durante la Edad Media (así como la invención del concepto formal de cuarentena) coincidiera con la llegada de los viajes por el océano y las conquistas imperiales. A medida que los humanos viajaban en círculos cada vez más amplios, también lo hacían los gérmenes que los habitaban. Durante el siglo XIX, cuatro devastadoras pandemias de cólera fueron ayudadas e incitadas por el viaje en barco transoceánico de millones de personas. A fines del siglo XIX, los viajes de Europa o Asia a América del Norte requerían un tiempo de viaje de 7 a 21 días, lo que daba a la mayoría de las enfermedades infecciosas amplios períodos de incubación y facilitaba su reconocimiento por parte de los funcionarios de salud en el punto de desembarque. Hoy en día es bastante diferente, cuando el modo principal de viaje internacional, los aviones comerciales, permiten a las personas viajar a cualquier parte del mundo en menos de un día. Sin embargo, si bien la respuesta natural a una pandemia podría ser limitar los viajes aéreos, ya sea por un edicto internacional o por la respuesta natural de las personas para evitar el viaje en avión comercial durante tal crisis, dicha respuesta plantearía un nuevo conjunto de problemas y potencialmente consecuencias perjudiciales, no hemos podido aislar y controlar a los viajeros para que no contaminen y sean contaminados.

Nuestra fascinación por el microbio que aparece repentinamente y mata a relativamente pocos de manera espectacular, con demasiada frecuencia triunfa sobre nuestra curiosidad por las plagas infecciosas, curiosidad que antes duraba años, pero ahora meses y en consecuencia hay un número considerable de infecciones que matan a millones de pacientes cada año y de las cuales ni siquiera nos mueve al morbo. En 2003, por ejemplo, la respuesta de la sociedad al SARS, que afectó a aproximadamente 8,000 personas y mató a 800, fue mucho más dramática que la respuesta mundial a la tuberculosis, que infectó a 8,000,000 y mató a 3,000,000 ese mismo año. Un ejemplo aún más notorio es la falta de atención generalizada a los flagelos comunes de las infecciones del tracto respiratorio inferior y las enfermedades diarreicas, que matan a millones anualmente. Desafortunadamente, será imposible saber hasta mucho después de que se haya comprometido el dinero y los recursos, y tal vez solo después de que haya concluido la pandemia de COVID-19, si fue una forma adecuada para enfocarse en lugar de hacerlo en los muchos otros grupos emergentes de amenazas infecciosas que tenemos. Quizás la pregunta más destacada que se debería de responder es en desarrollar un plan global contra el contagio.

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