Alfonso Mata
Punto de partida: reflexiones
La primera reflexión que me viene a la mente es que: los temas de salud dentro de una nación, sea la ideología que sea la que esta tenga, sólo pueden desarrollarse y adquirir relevancia bajo un marco de promoción y seguridad social (S.S.), cuyos principios han sido discutidos nacional e internacionalmente, siendo su problema no el de plantearlos, sino llevarlos a la práctica dentro del marco constitucional ya sea visto este como “derecho” o como “benefactor”. Esta reflexión en nuestro medio, tropieza con una organización política y social que le veda un actuar esperado.
Una segunda reflexión me lleva a plantearme el tema de la viabilidad financiera, sin la cual programas que tienen que ver con el desarrollo de la S.S. y su crecimiento y cobertura, quedan solo en intenciones constitucionales. El problema financiero no solo tiene que ver con disponibilidad sino con consumo y utilización de los recursos.
Finalmente, no se puede dejar de lado la discusión de los papeles y roles que corresponden al Estado y la Sociedad Civil tanto dentro de la S.S. y la organización de sus servicios y prestaciones, lo que demanda que la ciudadanía pueda tener acceso no sólo a sus marcos teóricos sino interpretaciones y capacidad instalada, para su adecuada participación.
Hacia dónde dirigir las reflexiones
De explorar e implementar esas reflexiones es que debe tratar una reforma: de comprender, instalar y ejecutar de manera integral los componentes: organización social, S.S., y sistema de salud, con viabilidad financiera y participación de los sectores estatal, ciudadano y privado. Bajo ese concepto, la reforma del sector salud solo tiene viabilidad, si se convierte en un proceso enmarcado dentro de un marco político-ideológico de esos tres componentes.
«Se debe reconocer que de toda actividad de la cual se piensa obtener el alimento para prolongar la vida y para mantener a la propia familia, derivan molestias y enfermedades a menudo muy graves e incluso la muerte» escribía en 1713 Bernardini Ramazzini. Desde entonces, una y otra vez se han producido cambios y conclusiones sociales que han propiciado cambios sociales y estatales, y desde finales del siglo XIX, los Estados son conscientes de la necesidad constante de reformas sociales «La superación de los males sociales, no puede encontrarse exclusivamente por el camino de reprimir excesos social-demócratas, sino mediante la búsqueda de fórmulas moderadas que permitan una mejora del bienestar de los trabajadores» afirmaba Guillermo I, Otto Von Bismark, militar y canciller que creía y sostenía que «un hombre que tiene asegurado su porvenir, su vejez tranquila, el bienestar de su familiares, no es anarquista. Démosles ahora a los pobres lo que tienen derecho, antes que nos lo arrebaten por la fuerza. Por muy elevado que sea el costo, siempre será menos que una revolución» En ello han creído y luchado muchos pueblos para acercar salud y bienestar a la mayoría de sus ciudadanos.
Ya en el campo de la aplicación, posterior a la postguerra de principios del siglo XX, los países creían fielmente que «El Seguro social en la plenitud de su desarrollo, debe proporcionar la seguridad de un ingreso suficiente para sobrevivir. Representa una lucha contra la necesidad y esta no es más que una de las cinco gigantes que obstruyen el camino de la reconstrucción: Los otros se llaman: enfermedad, ignorancia, miseria y ocio».
Distinguir lo verdadero de lo falso
En Guatemala en este tema, los esfuerzos se reflejan dentro del campo de la salud en gran énfasis en la curación. Más específicamente: en la atención médica al niño, en la búsqueda de su crecimiento adecuado; en la atención a la mujer durante su vida reproductiva; en una fracción que comprende la cuarta parte de los trabajadores, en evitar riesgos del trabajo y la atención a sus enfermedades laborales y no laborales. En todos esos campos, el sistema ha venido ampliando servicios, programas y coberturas, pero en los últimos treinta años, eso se ha estancado y aunque se ha mejorado la calidad de los servicios, esta dista de ser la esperada en la magnitud que se necesita y en muchos casos en su calidad. Muchos de los programas sociales y de salud, están impregnados de desestabilización programática, con rupturas continuas en aprovisionamiento, procesos y proyectos, fruto de muchos factores externos político financieros y errores de conceptualización, planificación y conducción en las instituciones. De tal manera que orden y desorden se mezclan en combinaciones turbulentas político, institucionales y financieras, no permitiendo ni la expansión ni el desarrollo de una promoción y seguridad social cabal y completa, con grandes pérdidas de la capacidad de desarrollo potencial biopsicológico en el niño, salud de la mujer y en malos rendimientos en el trabajo, de una buena cantidad de pobladores, y con eso se afecta lo social y económico de la nación, dado que el efecto sobre los trastornos de las actividades individuales se amplifica sobre la sociedad, tanto en su presente como en su futuro.
Podría pensarse de que hablamos de un fenómeno superficial y pasajero, pero no es así. La desorientación de los marcos políticos, financieros y técnico administrativos en nuestro medio institucional y dentro del sistema de salud, son históricos. A partir de un primer esfuerzo en la década de los 50, el proceso se detuvo y la evolución del sistema no ha coincidido con los acontecimientos demográficos ni sociales, ni institucionales. La falta de apoyo político y financiero, sumado a la mediocridad y la rapiña institucional, amplia los problemas anteriores y provoca que el bienestar individual y colectivo sea diferente en los diversos grupos sociales de la sociedad guatemalteca, a lo que llamamos Inequidad. No podemos seguir teniendo ese comportamiento indolente, libre y ajeno, ni como Estado ni como sociedad, sin que tengamos que pagar una factura en nuestro bienestar y salud, independiente de nuestra posición dentro de la sociedad.
En resumen
En resumen: una reforma del sistema de salud no puede ser ajena a una reforma de la seguridad social. Una reforma del sistema de salud, no puede ser indiferente a dos condiciones: a las necesidades sociales individuales y grupales y a las institucionales para satisfacer a las primeras. La primera tiene que luchar contra un marco y sistema político voraz, creador de contradicciones, sectarismo, privilegios e injusticias, que sólo conduce a una diversidad y desigualdad epidemiológica y de salud y para lo cual no solo se necesita una revisión sino reformulación de una ley general de salud, que de verdaderamente lugar a un sistema de protección social en salud más amplio e incluyente.
También y a la par de lo político, se debe atender lo administrativo, gerencial y financiero. Nuestra preocupación por las partes administrativas y financieras de todas las instituciones públicas y privadas involucradas en el proceso de salud-enfermedad, se ha centrado en la corrupción y en la falta de calidad que se ha creado, producto de una mala organización y funcionamiento del sistema, actualmente lleno de procesos dirigidos al uso de recursos con otros fines que los normados y establecidos, lo que ocasiona no solo un peligroso riesgo sino uso indebido e ilegal que provoca deshonestidad institucional, perdida de su credibilidad e inestabilidad nacional.
Ante esos dos hechos, lo que se debe atender es evitar qué lo que viene sucediendo continúe y prevenir su aparecimiento futuro, considerando de antemano que las organizaciones dentro del sistema de salud, son sistemas dinámicos de partes relacionadas, que interactúan entre sí, y son sus relaciones e interacciones y conexiones, las que producen cosas buenas y malas. La verdad, sin embargo, es que existe corrupción y fraude porque el sistema y sus procesos lo permiten, pero las autoridades y la población lo tolera. Permisibilidad injustificada y tolerancia, son dos males arraigados en nuestra nación, institucional y socialmente.