Patricia Vélez

Mi nombre es E. Tengo cincuenta años y siempre he recordado de mí niñez, el sonido de las jeringas de vidrio en su recipiente de metal. Nunca olvidaré el tintineo de esas jeringas moviéndose en el agua hervida. Eso me asustaba mucho, tanto, que detesté para siempre las inyecciones. Mi enfermedad de aquel entonces, necesitó de una transfusión de sangre; la transfusión me salvó la vida pero, fue la misma que me condenó a otra insospechada enfermedad, que trascurrió escondida dentro de mi cuerpo en el resto de mi infancia, juventud y primera etapa de vida adulta, sin manifestarse.

Ya para cuando supe que la llevaba conmigo, tenía esposa, hijos, familia, amigos, trabajo, aficiones, compromisos, deudas, sueños, ambiciones, expectativas y trajines ¿Cómo supe de su existencia?. En 1999, un amigo me pidió donar sangre para su hijo enfermo del corazón y próximo a ser operado en UNICAR. Me presenté al laboratorio indicado, llené los formularios de rutina, doné mi sangre y me sentí feliz de haber cumplido con el prójimo.

A los pocos días, al volver del trabajo a casa, mi esposa me informó: “Quieren hablarte sobre tu sangre, parece que no está bien…” Y vi en sus ojos la interrogante incontenible: ¿Será que tiene SIDA? Y su temor se me trasladó: ¿Lo tendré yo? El Sida en ese entonces, estaba de moda y en esa época era considerada enfermedad de homosexuales. ¡Pero yo no lo soy! Así que acudí a la cita y ahí recibí la noticia: “Usted padece de Hepatitis C” e inmediatamente la sentencia: “se contagió por promiscuo y no debe volver a donar sangre”.

Hepatitis C, ¿qué es eso? ¿Infecciosa mi sangre? ¿Por promiscuo? ¿Yo? Y el médico interrumpió mi pensamiento: “debe informarle a su esposa, porque puede también estar infectada…” El médico continuó deshaciéndose en mil explicaciones sin que le prestara atención a ninguna; mi conciencia rechazaba la noticia. Finalmente dejó de hablar, se levantó y se despidió diciéndome: “¡Señor E! La muerte silenciosa está con usted; está informado de que muere a cada instante, de que ¡lleva años muriendo!”.

En los días siguientes y luego de hablar con mi esposa, mis emociones pasaban del temor a la cólera; de la cólera al asombro; de ahí al enojo y más enojo, porque no me identificaba en las explicaciones del médico, porque ese hombre promiscuo no era yo. Estuve verdaderamente enojado mucho, mucho tiempo…

“Dos cabezas piensan mejor que una, trabajo en equipo”, dijo mi esposa, “busquemos una segunda opinión sobre la muerte silenciosa” y eso me ayudó mucho, descubrí y supe de cómo me había infectado: ¡aquella transfusión de sangre en mi niñez! No había otra forma: no soy gay, odio las inyecciones, no soy promiscuo ni mi esposa lo es, ella y mis hijos están sanos. El contagio sólo pudo haber sucedido aquel día, cuando la cura a una enfermedad en la niñez, dejó en mi vida la muerte lenta escondida en mi sangre… ¡Desde que fui salvado empecé a morir!

– ¡Tranquilo! ¡Tranquilo! –me dijo otro médico ¡Hay tratamiento! Su nombre: Interferón. Es inyectado… Temblé al escuchar eso. ¡Jeringas!, sin tintineos ahora, porque son de plástico y descartables, pero dolorosas y atemorizantes.

– Accedo al tratamiento –fue mí respuesta. Fue caro y tormentoso…

Luego vino una biopsia. ¡Eso sí que dolió! El dolor marcó las dimensiones de mi hígado, dolió como un gancho disparado a mi hígado por Mike Tyson y no sólo al momento de realizarla, sino durante las seis horas que, según lo indicado, pasé postrado sobre el lado del hígado.

Exámenes de toda índole, mucho dinero, hospitales, referencias de un servicio a otro, médicos y mi esposa inyectándome, porque mi temor al auto pinchazo era más fuerte que mi esperanza de recuperarme. Pinchazo… Jeringas… meses ¡Temores que palpitan alrededor del ombligo! ¡Niño que vive, niño que muere sin saberlo! ¡Hombre que teme, pero que vive por no morir! El tiempo pasa, la ciencia avanza, una nueva medicina para agregar al interferón: Ribavirina. Otra biopsia, esta vez magnánima: Laparoscopía. Hospital once días. Resultado: Cirrosis. La muerte silenciosamente avanza, como se sabe… Los días pasan y de pronto: ¡Alto a los medicamentos! ¿Por qué? Daños colaterales… Defensas bajas, bronconeumonía, nebulizaciones, reposo, pero vida lo más normal posible…era la visión del médico.

Vida normal, aunque no sienta hambre, aunque la comida y mis lágrimas no tengan ningún sabor, aunque no sienta el olor de las flores, ni de mis hijos, aunque el sol no brille para mí y me caliente menos, aunque a veces sienta que la cura es peor que la enfermedad… Aunque el cansancio sea tanto que se parezca al morir. Por supuesto –asentía- vida normal; el tratamiento es aparte, vida normal, aunque me cueste levantarme de la cama, tenga fiebre o mi cabeza reviente de dolor. Pero vida normal, sí, ese era el afán, ¡Vida normal!, preciosos días de vida para vivir más vida.

He de contarles que viviendo la muerte silenciosa, y para opacarla, en más o menos seis años, subí dos veces el Volcán de Pacaya, unas seis el Volcán de Agua, cuatro el Acatenango, corrí la Max Tott en 2011, luego una ultra maratón de 25 Km., la ecológica Cobán 21 Km., Las Rosas, 21 Km., en Antigua Guatemala y proyecto una de 21 Km, en la capital… Estaba en forma ¿verdad?

Mi vida se renovó, aprendí a ordenar las ideas sobre la enfermedad y a poner mejor cuidado a mis acciones preventivas y curativas, en lo físico, lo moral y en lo anímico. No hay mal que dure cien años. De manera que llegó el tiempo de salud, por medio de la ciencia médica moderna. No más biopsia: Una prueba de fibroscan me ofreció la mejor noticia en el largo recorrido de mi enfermedad: Negativo para cirrosis. Y el examen de carga viral…. indetectable!

El 28 de julio de cada año es el “Día Mundial de la Hepatitis”. Lo leí en un poster. Yo le añadí abajo: ¡Qué bueno que solo es un día! ¡Lo malo es vivir con hepatitis toda la vida…!

Muy claro sé que mi hígado está dañado, pero ya no me ofrece augurios de muerte. Como la mayoría de las personas, moriré de cualquier cosa diferente, quizás me parta un rayo… Pero no la cirrosis ni el cáncer de hígado a causa de la infección por hepatitis C. ¡Uff! ¡Estoy curado!

NOTA

La hepatitis C, es muy raro que se transmita por sexo entre parejas heterosexuales, como la del paciente E. Hay muchos casos de donadores de sangre que no saben que fueron positivos, pero no les han notificado por varias razones entre ellas porque no dan su dirección real, o fallos en ¿logística? Otros mensajes importantes: La hepatitis C se puede curar cuando se detecta a tiempo. El grupo de apoyo ayuda mucho.

Dos cabezas piensan mejor que una, trabajo en equipo, busquemos una segunda opinión sobre la muerte silenciosa.

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