Alfonso Mata

Timote O´Scalan (1726-1800) fue un médico que durante la diáspora irlandesa, nacida de la represión inglesa, migró primero a Francia donde se tituló de médico y de ahí pasó a España donde ocupó en la monarquía hispánica cargos institucionales de alto estrato: en la corte, en el ejército y en las corporaciones médicas de la Corona y luego de una vida dedicada a su profesión y completamente ciego, murió en Madrid en 1795.

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Porqué traerlo a colación acá. Pues por lo que escribió luego de larga experiencia, sobre epidemias y vacunaciones de forma muchas veces personal. Cayó gravemente enfermo, al parecer de paludismo, del cual tardó un año entero en recuperarse. Igualmente atendió epidemias de enfermos españoles y de la tropa francesa y los brotes epidémicos de viruela en España, en que como funcionario propuso al protomedicato como profiláctica la inoculación, un proceso mediante el cual se tomaba pus de una persona infectada por la enfermedad y se le inserta en una incisión practicada en otra persona sana, con el propósito de transmitirle a este último, una forma leve de la enfermedad que, no obstante, le  protegía  de  por  vida  de  padecer  la  viruela  llamada  «natural». Ya para entonces era sabido, el descubrimiento de Jenner, que era el de utilizar el germen de la viruela de origen  vacuno,  mucho  menos  peligroso  que  el  germen  de  origen  humano  que  se  utilizaba  para  la  inoculación.

y ¿por qué es importante leer algunos extractos de lo que escribió sobre vacuna y vacunación O´Scalan?. Léalo y saque sus propias conclusiones.

Año de 1792, aparece «Ensayo apologético de la inoculación, ó demostración de lo importante que es al particular, y al estado» y su primera aseveración inspirada por Cicerón «La insensbilidad de muchos, deprime la verdad» ya nos pone de sobre aviso de lo que hablará. Escuchemolse:

“En todos los tiempos, la opinión vulgar ha perjudicado los establecimientos útiles, siendo empeño ordinario de los hombres sostener sus dictámenes, aun conociendo el hierro. Mucha perspicacia es menester para despojarse uno mismo de sus alucinaciones, cuando las ve apoyadas de la multitud; ni hay ingeniero capaz de torcer el curso de los impetuosos ríos de preocupaciones, y costumbres universales. La experiencia nos manifiesta los deplorables efectos, que en toda clase de profesiones proceden de esa causa. El alma generosa, que animada del celo del bien público procura evitar, sufre una inundación de contradicciones de parte de los mismos a quienes intenta ilustrar: tal es la condición de los hombres, que prefieren no pocas veces la costumbre a la evidencia del desengaño, que resulta de los principios más bien combinados.

Este fatal influjo del amor propio y de la ignorancia, pues siempre la necedad fue indocil, se ha propagado tanto en la medicina, que aún los remedios altamente calificados, en la práctica de sus más célebres escritores, no han estado libres de la censura de otros. La quina ha tenido, y tiene muchos enemigos; y Fernelio declamó contra el mercurio cuando todo el mundo sabe la eficacia singular de este medicamento tan heróico. ¿Qué mucho, pues, que la inoculación de las viruelas padezca tantas oposiciones en nuestra península, habiéndolas experimentado acaso mayores en los demás países de Europa, hasta que la evidencia de sus saludables resultas batió las cataratas de sus antagonistas?

Si hay males que no pueda vencer la naturaleza por sí sola, y los vence con el auxilio de la medicina, como se palpa con la infección venérea, hay otros, cuya malignidad resiste muchas veces los esfuerzos del arte, debiendo ocupar las viruelas el primer lugar en esta clase mortífera de enfermedades; pues entre cuántas acometen al género humano, ninguna causa mayores estragos que ellas. Son una guadaña venenosa que ciega sin distinción de clima, rango, ni edad, la cuarta parte del género humano, constando por repetidas observaciones, que la décima cuarta parte de cuántos anualmente pierden la vida son víctimas sacrificadas a esta cruel hydra, y qué otros tantos individuos quedan ciegos, estropeados, y por consiguiente reducidos hacer carga pesada al estado.

Cuántos ciegos y ciega de resultas de la viruela naturales se ven en las calles cada día, causando horror y compasión, que su muerte sería menos gravosa al Estado que la vida miserable de que gozan con detrimento propio, y de la sociedad.

Son demasiado notorios los estragos de las viruelas, especialmente en las epidemias que no se acometen a menudo, desolando, y despoblando los campos, las villas y las ciudades, con notable menoscabo de la agricultura, y de la Industria.  Aunque pudiera alegar muchos ejemplos en confirmación de lo dicho manifestando la mortandad causada en varios pueblos de España con tampón esta enfermedad me contento con referir la epidemia voraz en el año de 1780 afligió la vía de Panas que del reino de Aragón según consta en las actas.

Cuantas epidemias de esta naturaleza se han experimentado, no solo en España, sino en el resto de Europa, en América,  y en el resto del mundo.

¿que medidas, pues, debemos tomar para precaver a nuestros conciudadanos de tan terrible azote… Es indispensable resolverse sobre la elección del remedio. Ninguno más eficaz ni mas benéfico se ha descubierto hasta ahora que la Inoculación.

Gracias a los hombres más ilustres en la República de las letras, y algo más sabios médicos, que movidos del exterminio manifiesto que causaban las viruelas naturales, y animados del bien de la patria, y de la humanidad, después de buscar todos en todo tiempos algún específico capaz de precaver, disminuir, o detener el curso de tantos males, y después de varias tentativas inútilmente practicadas, hallaron al fin que ella sola era el suspirado arcáno, el preservativo único, y poderoso. Los prósperos sucesos acreditaron desde luego la importancia del descubrimiento, demostrando desde entonces la experiencia, madre de la verdad, que la inoculación es casi siempre infalible en producir viruelas regularmente libres de mayor peligro. De 10,000 inoculados en Inglaterra solo falleció uno; en Aragón en 1791 de 10,157 solo murió uno de 30 años acometido tres años antes de tisis.  De 31,000 que lo han sido en España desde hace veinte años, han muerto quince es decir uno en cada apurismadamente 2,106 inoculados contra 40,514 acometidos de las viruelas naturales.

A pesar que la ventaja de esta operación son tan palpables, y qué habido hombres ilustres en todas clases, y aún facultativos de la mayor celebridad que la han practicado en sí y en sus hijos y familias, todavía en nuestra España no se haya extendida con la generalidad que debería esperarse, por la preocupación que aún reina contra tan saludable preservativo. Nadie ignora cuán profunda raíces hecha este vicio en los ánimos, y cuán difícil, o por mejor decir, imposible es el extirparlo. Los magistrados más esclarecidos, los hombres más doctos, los ejemplares más convincentes de la utilidad de la inoculación, no han sido suficientes hasta ahora para ponerla cubierto de los tiros de tan poderoso enemigo, llegando a tal extremo la alucinación de sus contrarios, que ciegos a las luces de la misma evidencia, y demostración, no sólo la miran con horror, sino persiguen hasta con pleitos a los que la practican aunque sea en sus propios hijos.

Llegará, pues, tiempo (y aún me parece no está lejos) que la España siguiendo el ejemplo de la Inglaterra, la Rusia, y las demás partes de Europa, adopte generalmente, y sin recelo está utilísima operación. Todos sin diferencia contribuirán por medio de ella al bien de la sociedad, al aumento de la población, y al fomento de las artes, y de la industria. Cada particular, como miembro del mismo cuerpo político, ayudará a promover el beneficio público, y a desterrar las reliquias que pueden subsistir de la antigua preocupación, mirando como ignorante, y obstinado al que se atreva a negar las felices efectos de la inoculación, confirmados por millares de experimentos hechos en Sololá Europa de 70 años a esta parte.

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