El panorama actual de la pandemia mundial del COVID-19 señala claramente que el grupo de población más afectado es el de la tercera edad. Foto la hora: AP.

Alfonso Mata

El panorama actual de la pandemia mundial del COVID-19 señala claramente que el grupo de población más afectado es el de la tercera edad. La cobertura del sistema de salud a ellos, apenas llega a un 20%, lo cual indica que muchos ancianos no tienen contacto con los servicios o los subutilizan, lo que constituye una clara desventaja en estos momentos, pues la epidemia ataca con más complicaciones y resultados negativos a este grupo, especialmente a los que tienen complicaciones cardiovasculares entre otras. En un estudio hecho por la OMS en Latinoamérica se observó que el 53% de adultos mayores de 65 años presenta hipertensión arterial pero sólo entre 4-14% recibían tratamiento adecuado, mejor dicho eficaz. A eso se añade que el gasto catastrófico en salud (capacidad de pago en salud: el ingreso efectivo de las familias menos el gasto en subsistencia) también es muy alto en este grupo de edad y va desde el 8% de los ingresos hasta el 46% de forma regular, pero excede el 100% en momentos de emergencias.

A la luz de una potencial epidemia de COVID-19 en nuestro país ¿qué nos enseñan esos hallazgos? primero que el paciente de tercera edad que será afectado, tendrá una patología más complicada y menos controlada que la que tenían los Europeos y por lo tanto es de esperar menos buenos resultados. Segundo, que si queremos obtener buenos resultados en este grupo y evitar mortalidad mayor, vamos a necesitar de más transferencias gubernamentales y acción médica.

Pero no toda la responsabilidad de los cuidados de este grupo en momentos de emergencia recae en el sistema de salud. Las responsabilidades de cuidados ahora y ante potencial pandemia y a largo plazo, recae fundamentalmente sobre la familia del anciano afectado, que por lo general carece de capacitación o apoyo para proporcionar la atención necesaria tanto a sus patologías y limitaciones propias de la edad, como a las que le pueda ocasionar la COVID-19 y eso muchas veces, hace y va hacer que no sea infrecuente que estos pacientes de la tercera edad, lleguen con problemas avanzados a las consultas externas y emergencias. Al respecto, dentro de los planes de manejo de la pandemia, no se ha contemplado nada sobre ello.

Tipificando a nuestro potencial paciente

Las limitaciones actuales de acceso a servicios adecuados de salud para la tercera edad y los elementos señalados, nos muestra desde ya que muchos de los contagiados de esa edad, lo serán teniendo limitaciones en su funcionalidad y es muy probable que muchos de los casos que murieron a la fecha en los países europeos y asiáticos, eran pacientes con trastornos y limitaciones funcionales propias de la edad y de su comorbilidad mal atendidas, que se infectaron. Sabemos que los sistemas de salud normales, tienen un gran desafío en condiciones normales para la atención de esta población, desafío relacionado con la enorme diversidad de estado de salud y estados funcionales que presentan las personas mayores y tan diferencial entre hombres y mujeres. Esta diversidad, refleja los cambios fisiológicos que se producen con el tiempo, consecuencia de modos y estilos de vida, pero que no siempre se asocian con las edades cronológicas. Por ejemplo, puede y no es raro, encontrarse personas de 80 años que tienen niveles de capacidad física como mental, similares a los de muchos jóvenes de 20 años, pero también nos tropezamos con personas de 70 años que requieren la ayuda de terceros para realizar actividades básicas. Por consiguiente ante la potencial pandemia, lo más acertado de es que vamos a ver necesidades y complicaciones diversas en personas mayores y con un espectro muy grande de funcionamiento normal y patológico.

Pero debemos ser sinceros y honestos. Es muy probable que algunas muertes a la fecha que han acaecido, se deba a que el personal de salud no está acostumbrado a recibir y ver grandes demandas de esta población con tal diversidad patológica y no han sido capacitados para ello. De tal manera que no es raro que sin experiencia adecuada, se confunde muchas veces la relevancia progresiva del COVID-19 con el problema comorbido padecido y las alteraciones de la infección sobre las enfermedades crónicas que se padecen, con las reacciones propias de un descontrol del padecimiento antiguo que se venía dando en el momento en que se presenta en adulto a la emergencia. Por consiguiente, la demanda al sistema no será únicamente la COVID-19 sino que en este sujeto, por ser el grupo de mayor riesgo, habrá mayor dependencia y mayores demandas al sistema de salud. Incluso en el individuo sano de la tercera edad, por la dinámica propia de su organismo, su atención será más demandante y determinante y de todos los enfermos de COVID-19, será el más dependiente del sistema de salud.

El efecto envejecimiento

Todos los órganos, tejidos y las funciones celulares cambian y se van deteriorando con la edad. Veamos algunos ejemplos relacionados con nuestra respuesta ante la enfermedad. Las funciones motoras y sensoriales por ejemplo, que tienen que ver con funcionamiento pulmonar como es el movimiento, después de alcanzar su máximo en edad adulta temprana, la masa muscular tiende a disminuir con la edad y eso deteriora la fuerza y la función musculo esquelética. Otros cambios que podemos ver son en las funciones sensoriales. Hay disminución de la visión de la audición, del gusto. Todos estos cambios sensoriales, pueden tener implicaciones importantes y correlacionarse con otros sistemas como el osteomuscular. En ambos sexos, los cambios fisiológicos como los señalados y en otros órganos son normales con la edad, son debidos a la influencia de factores genéticos y de la primera etapa de la vida como la nutrición, pero también del uso que se ha dado al cuerpo y del estilo y modo de vida que se lleva.

Pero el que nos interesa dadas las circunstancias actuales, es la función inmunitaria particularmente la actividad de las células t y linfocitos B, su interacción, que se deteriora con la edad y este es un motivo fundamental en el COVID-19 que altera funciones celulares a la vez produce una afección en las células pulmonares, a eso se añade que se ha visto que es propio de la vejez, que al disminuir la función de estas células, disminuye su capacidad del organismo para combatir las infecciones nuevas así como la eficacia de las vacunas. Ese efecto se conoce como inmunosenescencia y afecta no solo a esas células del sistema inmunológico sino a otras y a la producción cuali y cuantitativa de moléculas y también se ha visto un aumento relacionado con la edad de los niveles séricos de citosinas inflamatorias conocido como envejecimiento de origen inflamatorio. Esto ha sido relacionado con el aparecimiento con la edad de la fragilidad, la aterosclerosis y la sarcopenia (disminución del músculo).

Hay un elemento que también va a ser y es fundamental para entender un poco mejor el riesgo de esta edad y es que posiblemente nuestros ancianos, tengan tasas más altas de enfermedad pulmonar obstructiva crónica o alteraciones, que aunque no tan sintomáticas o asintomáticas, ya indican una tasa de funcionamiento de células y tejidos pulmonares un poco reducidas, aunque no patológicas. Ello puede ser debido a la mayor exposición de a contaminantes atmosféricos en ambientes interiores y en nuestra ciudad en general; a su vez, con historia de fumar.

El otro factor que probablemente tenga algo que ver con el problema al sistema de salud que se avecina, es una carga más abrumadora de morbilidad de la tercera edad no controlada o indebidamente controlada cardiovascular y de otro tipo de riesgo en la actual epidemia: diabetes, obesidad. Por consiguiente también nos vamos a topar con muchos casos de infectados con carga de enfermedades crónicas mal controladas y que pueden provocar interacciones con los trastornos infecciones que afectan el pulmón y las vías respiratorias. En tal sentido el COVID-19 puede tener un impacto sobre la multimorbilidad y multiterapia ya existente en el paciente infectado. Por tanto, el daño y o riesgo de mortalidad no solo puede ser causa de la infección viral de la COVID-19 sino de la confusión de síntomas y respuestas descontroladas debido no sólo la coronavirus sino a toda la disfunción que provoca la patología existente y por esa razón se vuelve difícil el tratamiento del paciente de la tercera edad y fácil la evolución de la COVID-19 .

Qué nos espera

Dado que, como hemos hablado, que los casos de comorbilidad en esta edad son los que presentan más mal pronóstico de evolución si se infectan con COVI-19, están expuestos a más complicaciones y muerte. Por proyecciones que se pueden sacar de la evolución que ha tenido la pandemia en otros países podemos esperar que una tercera o una cuarta parte de la tercera edad cursaran con COVI-19 moderado o severo (100,000-150,000 personas).

Finalmente tenemos que considerar que la posición socio económica determina un mejor goce de salud en la vejez; por lo tanto, aunque no una mayor casuística, si un mayor impacto del coronavirus es muy probable que se va a dar en población socioeconómica media o baja con mayor carga de sujetos con multimorbilidad no controlada y por lo tanto mayor exigencia al sistema de salud a atenderla y probablemente el sistema no va a satisfacer las necesidades de las personas con coronavirus con complicaciones más graves y enfermedades concomitantes y por consiguiente, si no se hace lo debido por detectar y atender a este grupo ya, cabe esperar una mayor mortalidad en el mismo. Es indudable que si en situación normal, el sistema de salud no está equipado para proporcionar la atención integral necesaria a fin de tratar esos estados multimórbidos complejos, las pautas de la atención con la epidemia, saturaran el sistema, afectando ello con mayor intensidad e incidencia a los de la tercera edad.

Finalmente un hecho que no se puede pasar por alto: la mayoría de pacientes con más complicaciones dependen de ciudadanos ajenos al sistema regular de salud, y esos familiares es muy posible que los llevarán a los servicios de salud con retraso. Es necesario que el sistema de salud haga advertencias y de orientaciones al respecto a la población, pues ese comportamiento no solo pone en mayor riesgo de muerte a las personas de la tercera edad, sino complica los tratamientos y aumenta los costos de los mismos.

Artículo anteriorAgexport, CIG y Amcham apoyan toque de queda y hablan de la reactivación económica
Artículo siguienteUna pausa para disfrutar del arte