Alfonso Mata

La interacción infección-nutrición

Desde tiempos arcanos, numerosas observaciones y tradiciones populares apoyan la asociación entre el hambre y la pestilencia. Desde el siglo pasado, la idea de una relación entre las deficiencias nutricionales y las infecciones se ha señalado y demostrado como la principal causa que aqueja la morbimortalidad nacional. Sabemos que las infecciones importantes que afectan a nuestra población, adquieren consecuencias de mayor gravedad cuando se desarrollan en personas con algún tipo de malnutrición y de que pocas infecciones son en realidad menos severas, cuando se asocian con una deficiencia Nutricional. Pero también se conoce que muchas infecciones por sí mismas, precipitan los trastornos nutricionales

En Guatemala, en que una gran proporción de nuestros niños existe y vive con patrones definidos de desnutrición, ya sea por malas e insuficientes ingestas de micro nutrientes, minerales, proteínas o calorías, las infecciones adquieren un comportamiento cualicuantitativo más severo en ellos que en los bien nutridos. A lo anterior se suma, que desde la década de los cincuenta del siglo pasado, sabemos que la interacción entre la nutrición y las infecciones tiene comportamiento endémico en nuestro territorio nacional, y que muchos niños mueren a causa de esa interacción, aunque el sistema de salud no lo registra así como nos lo muestra un estudio realizado en aquella época.

Considerar la existencia de esa interacción es de gran utilidad para el planeamiento de programas de salud pública que podrá demandar la propagación de la COVID-19 y la reformulación de los programas complementarios y suplementarios de alimentos que están funcionando en la actualidad y que existen en nuestro medio y han contribuido a disminuir la incidencia de casos afectados pero que no ha logrado terminar con la alta prevalencia de endemnicidad de uno y otro problema: nutricionales e infecciosos.

Resulta claro entonces ante la amenaza de la pandemia mundial actual del COVID-19, que en el peor de los escenarios de su trasmisión para Guatemala, afectará a más de dos millones de niños menores de cinco años y un poco más de medio millón de adultos (muchos de ellos de la tercera edad) y otro tanto de mujeres embarazadas, que viven con algún tipo de deficiencia nutricional. Es muy probable que esa población con carencias nutricionales ante la presencia de ese virus con el cual su sistema inmunológico no ha tenido contacto y contra el cual no poseen inmunidad innata o adquirida, al encontrarse con este, su respuesta constitucional, determinante de su resistencia, su inmunología, su respuesta inflamatoria y su reacción sistémica podrá ser menos favorable y exacerbada en los malnutridos si la comparamos con la respuesta encontrada hasta la fecha en grupos humanos bien nutridos que han padecido la COVID-19 y más dañina y letal. Aunque es muy posible que la frecuencia de la contaminación, el mecanismo de trasmisión no vaya a poder ser influenciada por un estado nutricional desventajoso, si lo podrá ser la severidad de la infección y probablemente eso podrá variar según el tipo de deficiencia que se tenga.

Es concebible entonces pensar que se puede presentar, en función de las deficiencias nutricionales que se padezcan, limitaciones para alterar el progreso y daño de la COVID-19, ya sea por mayor susceptibilidad y labilidad orgánica que presentará el mal nutrido a la invasión y daño a sus tejidos producto de mecanismos inmunológicos e inflamatorios y metabólicos menos eficientes, esperando con ello una defectuosa forma de neutralizar al virus y sus daños celulares y por otro lado favoreciendo las infecciones secundarias, factor éste de importancia especial dadas las condiciones insanitarias a que se encuentra expuesta gran parte de la población con deficiencias nutricionales y en ese ciclo nutrición-infección, cabría esperar que a mayor severidad de la infección, mayor daño nutricional secundario que da como resultado mayor letalidad y mayor complicaciones y retardo de la convalecencia después de la infección pero también mayor suceptibilidad a otras infecciones.

Hay que actuar desde ahora

La magnitud de la importancia mundial de la COVID-19 y de las características del virus que la produce evoluciona día a día. Se entiende que hasta la fecha, los países más afectados han mostrado que complicaciones y manifestaciones severas de esta infección han afectado poco a los niños que se ha infectado sin padecer de mayores problemas de salud o nutricionales, pero se desconoce (en los países en que se ha reportado la mayor incidencia de casos como Italia, España, China, Estados Unidos) en qué medida la desnutrición en sus diferentes formas (recordemos que más de la mitad de nuestra población infantil tiene y padece algún grado de deterioro nutricional) provoca cambios de comportamiento y respuesta a la infección de parte de los infectados con problemas nutricionales, propiciando mayor deterioro nutricional y a su vez mayor daño inmunológico y susceptibilidad a otras infecciones y por consiguiente mortalidad. Esto no se puede probar con la evolución que ha tenido la epidemia en la actualidad ya que no ha agredido a poblaciones desnutridas.

Algunas de las deficiencias nutricionales que padece nuestra población infantil y nuestras embarazadas se sabe que están asociadas con una respuesta desventajosa infecciosa. Que muchos bebés que nacen, de mujeres con deficiencias maternas en el embarazo, nacen con alteraciones nutricionales e inmunológicas que son compensadas con una adecuada lactancia que no siempre es adecuada en nuestro medio. Por otro lado una gran proporción de niños destetados se ven expuestos a ingestas deficientes en nutrientes y micronutrientes que son necesarios para su crecimiento, desarrollo y buen estado de salud y que a su vez viven en ambientes donde las cargas infecciosas son altas por las malas condiciones sanitarias propiciando un estado nutricional que se vuelve crónico no solo por deficiencias de ingesta sino por mayor estrés infeccioso, provocando una interacción nutrición-infección que los conduce a deficiencias nutricionales crónicas de distintos grados que pueden incluir trastornos de la ingesta de alimentos, la absorción de nutrientes y el metabolismo intermedio y las funciones propias de defensa contra el estrés ambiental, condiciones que no pueden desempeñar un papel independiente en su morbilidad y la mortalidad. Esto debe atenderse ya.

En un escenario de agudización de la epidemia a nivel nacional con situaciones de propagación como la que ha tenido lugar en Europa o Estados Unidos:

Las causas de la desnutrición y la enfermedad operan a diferentes niveles. Los factores responsables son el saneamiento ambiental, la disponibilidad de alimentos en el hogar, la salud personal, la disponibilidad y el acceso indebido a los servicios de salud y el entorno de atención psicosocial. La infraestructura existente de atención primaria de salud, en estos momentos debería de tener claro las estrategias de esto, a efecto de reducir posible impacto de y mortalidad de la COVID-19 en las poblaciones con daño nutricional. A su vez estar planeando posibles intervenciones posteriores pues la epidemia a nivel nacional dejará a muchos daños y vulnerables nutricionalmente que necesitarán de asistencia, eso se debe prever desde ahora.

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