En dos cosas al hablar de salud, la opinión pública y política parecen coincidir en amplia mayoría: la primer: esperanza y la segunda: responsabilidad y obligación. Términos que muchas veces se entienden, pero no necesariamente se aceptan.
Hablemos primero de la esperanza. Todos queremos que el proceso de salud enfermedad se incline a lo primero y no por ello todos luchamos. Tanto el discurso político como el social afirma hasta el hartazgo que, sí en realidad queremos mejorar el nivel de salud de la población, es necesario establecer un reordenamiento en las actuales prioridades de la atención de la salud, poniendo mayor énfasis, en la salud, que en la enfermedad; es decir, poniendo mayor énfasis en la predicción y prevención de las enfermedades y la promoción de la salud y más inversiones y participación política y ciudadana en ello. Donde el entendimiento y explicación se estrella con aceptación, es en entrarle a las causas de las causas de la salud o la enfermedad, ya que en ello los determinantes para actuar (aceptación) son sociales, entendiéndose estos como las circunstancias o situaciones en que las personas nacen, crecen, viven, trabajan y envejecen, incluido disponibilidad, acceso y consumo del sistema de salud. Muchos políticos, salubristas y científicos sociales, ya han señalado que esto solo es posible de lograr, si se cambia desde la distribución del dinero, el poder y los recursos a nivel mundial, nacional y local, hasta la forma de ejercer y hacer actuar las políticas creadas y adoptadas al respecto.
El resultado de la falta de atención a las incongruencias planteadas arriba, se nota en las personas económica y socialmente desfavorecidas. Estas tienen menos acceso a los recursos sanitarios básicos y al sistema de salud, enferman y mueren con mayor frecuencia, gozan de menos salud mental, que aquéllas con mejor posición social y la desgracias es que no existe un acuerdo universal en la acción para tratar esos males, incluso dentro de los actores principales (profesionales de la salud). Es por ello notable, que en nuestro medio y en la actualidad, las políticas de salud, las inversiones públicas y privadas, se centran en el tratamiento de las enfermedades, sin atender e incluso incorporar adecuadamente intervenciones sobre las «causas de las causas,» tales como las acciones sobre el entorno social y ambiental, señalado ello por múltiples investigaciones. Tal como la ha manifestado en varias ocasiones la OMS: La inequidad sanitaria, tiene su origen en la inequidad social, ya que las condiciones en que la gente vive y muere, están determinadas por fuerzas políticas, sociales y económicas. Medidas razonables, aceptaciones éticas y morales, intereses económicos y poder y riqueza, se interponen en todo ello.
La segunda situación en temas de salud que guarda coincidencia en entender y no en aceptar tiene que ver con: responsabilidad y obligación. Con políticas y su aplicación. En tal sentido, en amplios debates y foros mundiales de acuerdos en salud, se ha establecido que la lucha contra todo tipo de pobreza, debe estar encaminada a aplicar políticas de protección social universal de amplio alcance o mejorar las existentes, para que toda la población disfrute de un nivel de ingresos suficiente y ambientes adecuados y pueda así tener una vida sana. La atención a la salud deberá ser de calidad y universal, para lo cual se requiere que los sistemas de salud se estructuren en base a los principios de equidad, prevención de la enfermedad y promoción de la salud.
Solo como ejemplo, hace más de una década, una conclusión del Proyecto Epidemiológico sobre la Carga Mundial de Enfermedades, fue que cinco de las 10 principales “cargas” de enfermedades, están relacionadas con discapacidades mentales. Por lo tanto, el desarrollo de políticas sociales y respuestas comunitarias a la forma en que se trata los riesgos y a las personas con discapacidad mental, debe ser un foco importante para los profesionales comunitarios, los activistas políticos y los legisladores. De igual manera podríamos hablar de las enfermedades no trasmisibles. Un esfuerzo al respecto en nuestro medio, no ha pasado de la elaboración de políticas incompletas al respecto.
Tanto al hablar sobre el primer tema como en el segundo, nos topamos con cuestiones de opinión y acción controvertidas para abordarlas. El gran, reto para lograr alinear esas dos situaciones, entre entender y aceptar, consiste en atender varios aspectos que mantienen un modelo de sistema de salud histórico e ineficiente.
Históricamente, los académicos, profesionales de la salud, políticos y gran parte del público, han mantenido un relativo consenso de opinión sobre la naturaleza de la problemática de la salud y su solución. Han pensado y tratado la discapacidad en salud, como una limitación empíricamente mensurable en el funcionamiento y vinculada a un déficit fisiológico y psicológico subyacente, que impide que una persona realice tareas «normales» o parezca «normal». Pero en la aceptación de la forma de abordar ese problema, no necesariamente se mantiene ese consenso; no distinguen entre prevención, deterioro y discapacidad y buscan curarlo con prioridad, no corregirlo o erradicarlo. La mayoría de nosotros no somos conscientes de ello, pero sí tenemos contacto diario con este modelo, le prestamos escasa atención a su eficiencia, porque es coherente con la forma en que hemos sido socializados para pensar sobre el proceso de la salud-enfermedad. Las áreas más dominantes e influyentes que promueven, replican y refuerzan este modelo son el lenguaje, los medios, los cursos/programas educativos y el diseño de estilo de vida.
Lenguaje: El lenguaje que enmarca el proceso de salud enfermedad se dirige con predominancia a la enfermedad y los enfermos y es mayoritariamente negativo. Las palabras transmiten tragedia (sufriente, desafortunada), lástima (patética, necesitada), inspiración (valiente, superó su discapacidad), pasividad (en silla de ruedas), victimización (sufre o está afligida) y bajo estatus (pobre, incapaz, indefenso). El impacto de estas palabras en la identidad de las personas con enfermedad, así como su impacto en las nociones de discapacidad de la sociedad, es significativo; solo bastan de ejemplo, los desnutridos: sentimiento de lástima y acaso una limosna.
Medios: Los medios y la cultura popular (películas, libros, obras de teatro, televisión, revistas, periódicos, publicidad) interpretan los acontecimientos humanos y son una fuente importante de conocimiento y percepción. Los medios de comunicación son un importante “formulador” del proceso salud-enfermedad. Las personas enfermas a menudo se vuelven invisibles, lo que lleva a la creencia errónea de que esas personas no existen o son insignificantes en la sociedad. Los medios de comunicación presentan a las personas enfermas como unidimensionales y objetos de burla, lástima y humor. Al vincular la enfermedad con estos temas, los medios perpetúan prejuicios que resultan en miedo y exclusión intencional.
Plan de estudios educativo: desde el jardín de infantes hasta la educación postsecundaria y universitaria, la salud no está representada en absoluto como la ven entidades internacionales del tema o expertos. En el plan de estudios básico o se representa como una consecuencia no como una necesidad personal o como una inspiración para los demás. Además, en la universidad suele quedar relegada a un campo aplicado especializado, como la epidemiología, la estadística, la educación médica de segundo plano, donde se patologiza e individualiza y donde se enfatiza el tratamiento de la enfermedad.
Estilo de vida y medio: El diseño de nuestros entornos políticos y sociales, al igual que nuestro lenguaje, es un gran marco de la identidad humana. Se puede ver cómo el lenguaje relacionado con la enfermedad, perpetúa el estatus de las personas enfermas como invisibles, desiguales, negativas y deficientes. De manera similar, el diseño de nuestros espacios, edificios, sistemas de información y políticas y procedimientos, refuerzan normas que excluyen en lugar de incluir. Algunos ejemplos son limitaciones económicas de educación, laborales en amplios grupos de población, políticas arbitrarias que excluyen a muchos de la posibilidad de crecimientos de todo tipo.
Social/interaccional: Más recientemente, muchos activistas y académicos han desarrollado perspectivas sobre el proceso salud-enfermedad que se centran en la noción de que emana no de una diferencia o déficit fisiológico o cognitivo de forma aislada, sino de la interacción entre el individuo y valores, prácticas y estructuras sociales más amplios. Los estudios sociológicos y sanitarios sobre el proceso, han fomentado y desarrollado esta noción de interacción y, en el proceso, han transformado la comprensión de la falta de salud de un déficit individual a un subproducto complejo de fuerzas sociales, ambientales y biológicas. Esta nueva perspectiva sobre la discapacidad para estar sano, aclara cómo los individuos designados «enfermos» son tratados colectivamente de una manera que disminuye su bienestar económico, interpersonal, psicológico, cultural, político y físico, relegándolos a ser miembros de un grupo socialmente marginado y desfavorecido. Algunos señalan que el pensamiento de modelo social distingue el deterioro (individual, privado) de la discapacidad (estructural, pública) y exige la eliminación de barreras. Además, las personas enfermas son un grupo oprimido y los profesionales y las organizaciones benéficas son causas o contribuyentes.
Diseño politico: Si adoptamos nuevas ideas sobre el proceso salud-enfermedad, entonces debemos comenzar a responder de manera diferente. En otras palabras, si trasladamos los problemas/cuestiones fuera del individuo y los trasladamos a nuestros sistemas y estructuras, entonces lo que hacemos y cómo lo hacemos debe cambiar.
Si prestamos atención, podemos ver que el reto a nuevo diseño está en todas partes. Podemos verlo en nuestros edificios, políticas, instituciones, servicios, procesos, sitios web, sistemas de información y programas, cooperación social y cursos académicos. El nuevo diseño se plantea dentro de un enfoque que valora y celebra la diversidad humana y su evolución. Sobre todo, es consistente con el cambio de paradigma mencionado anteriormente: de tratar a las personas como receptores pasivos y dependientes de atención y servicios, a tratar a todos como ciudadanos iguales y activos; de aminorar los problemas y necesidades, como problemas dentro de los individuos, a identificar los problemas y necesidades como diseños socio ambientales.