Desde una perspectiva global, los niños en Guatemala -probablemente la mitad de ellos, de acuerdo con estándares internacionales o de países con más democracia, no tienen buena salud. Pero en un país tan desigual en oportunidades de todo tipo para el desarrollo humano, una de las situaciones que más se ve afectada y deteriorada con el tiempo es la salud mental del niño. La mala salud mental, puede afectar negativamente el desempeño escolar de los niños y las calificaciones incompletas en su etapa escolar primaria; cosa que se asocia y suma a las ineficiencias del sistema de educación nacional, y que al final aumentan el riesgo de problemas psicosociales. Por lo tanto, es importante contar con intervenciones que puedan promover la salud mental, también definida como bienestar mental.
Uno de los problemas para lograr el bienestar social, radica en que los diferentes tipos de programas nacionales de bienestar en salud, resultan ineficientes en aspectos de bienestar mental, pues no solo no tienen la cobertura y calidad suficiente, sino que dichos programas no apuntan a un combate de los factores de riesgo a la salud en general y de riesgo de enfermedad mental, acompañados de programas sociales para mejorar la calidad y los hábitos de vida.
Todos los programas incluidos en el párrafo anterior, se deben entregar no solo con componentes preventivos y de atención dirigidos al propio niño en edad preescolar o escolar, sino también de elementos y responsabilidades a los padres, educadores, líderes y toda la familia. El bienestar mental es tarea de todos.
A la fecha, y para principiar, un buen programa nacional de bienestar mental para niños y adolescentes, debe principiar por evaluar el bienestar psicológico percibido por todos los grupos sociales incluidos los niños y en parte evaluar las habilidades y los instrumentos que pueden promover el bienestar psicológico; por ejemplo, la competencia social y la resiliencia.
Los programas deben ser de carácter universal. Esto significa que deben transmitirse masivamente. Por ejemplo, a niños en edad preescolar, escuelas enteras o áreas geográficas, sin seleccionar grupos o individuos específicos. También deben hacerse distinciones y comparaciones de los programas que deben brindarse en áreas socioeconómicamente desfavorecidas con las de mejores condiciones. Es y se vuelve de alta prioridad, estudiar y resaltar una línea de base que dictamine cuál es la situación de y en nuestro país en estos momentos de la competencia social y emocional de niños y jóvenes, con respecto a la competencia relacional, la medida combinada de competencia social, emocional y resiliencia, a fin de no solo determinar la situación actual sino la futura que se hace necesario montar.
Es muy posible, que en esos momentos los programas y de respuesta social que tenemos, este teniendo un efecto nulo o pobre, en cuanto a la competencia social y emocional de niños y jóvenes respecto por ejemplo a autoconciencia, autocontrol y toma de decisiones responsable. No digamos que existe un esfuerzo muy pequeño para una actuación loable sobre el bienestar, la calidad de vida, las estrategias de afrontamiento y la competencia social y emocional con respecto a la conciencia social. No es posible evaluar estas últimas situaciones, ni a corto ni a largo plazo, ya que no contamos con estudios serios que lo permitan. Pero si es posible establecer como hipótesis de trabajo, que posiblemente los esfuerzos nacionales que se hacen, tienen poco efecto en la conciencia social de los niños y aun en acciones específicas, se hace necesario evaluar si los esfuerzos e inversiones tiene la base suficiente para promover el bienestar psicológico.
Las experiencias pocas e inconsistentes que se tienen de percepción de estudiantes y niños sobre mejora de su autoestima y confianza en sí mismos, sobre fomento de sus habilidades de relaciones cercanas, socialización y manejo de conflictos, conducen a pensar que es necesaria una mejora en el entorno escolar que involucra no solo a los propios estudiantes, sino a sus padres y los maestros que tienen una importancia significativa, en cuanto a cambios de comportamiento. No digamos los aspectos éticos y morales, que tienen que ver con experiencias de invasión de la integridad personal.
Las experiencias de los profesores, se ve igualmente limitada en cuanto a acceso a herramientas para promover el bienestar psicológico entre los estudiantes, pero los programas debían adaptarse a lograr un mejor desarrollo de manejo de las emociones y crear mejores relaciones con sus compañeros y los mayores. Esto significa el tener a mano al menos tres herramientas:
Programas basados en mejorar la calidad de vida y la resiliencia, en comparación con la instrucción convencional, dentro de lo cual se vuelve necesario la búsqueda significativa de cambio hacia y para las niñas, que no solo signifique una mejor comprensión y guía de las emociones, así como a una mejor forma de afrontar situaciones difíciles.
El otro tipo de programas debe enfocarse y estructurarse, a elementos que posiblemente conduzcan a un mejor autocontrol: un mayor bienestar psicológico, una mejor capacidad para manejar sus emociones, relaciones más profundas con los demás y competencias relacionales.
Finalmente, se hace necesario un programa de apoyo a los padres, encaminado sustancialmente al apoyo a los mismos durante los primeros tres años del niño, que proporcione a estos, una competencia social y emocional mejorada.
Los resultados de esos programadas esperados, deben orientarse a la promoción del bienestar psicológico de niños y jóvenes, a la mejora de las capacidades que pueden promover el bienestar psicológico, pero a la vez también deben tener objetivos a largo plazo, para prevenir enfermedades mentales, lo que sugiere actividades que permitan seguir a los niños a lo largo de su crianza y controlar ciertos eventos de su vida. Pero igualmente es necesario seguimientos a largo plazo centrados en resultados distintos de la promoción del bienestar psicológico, como las conductas de riesgo y la criminalidad.
Finalmente, debemos encarar al análisis económico de la salud y de los programas. La base científica para evaluar la rentabilidad de las intervenciones debe ser lo suficientemente amplia y que incluya los cálculos de costo-efectividad, a la par de inversiones de los programas. Debe partir de presuposiciones que partan de situaciones reales, como del hecho que, en la actualidad, los programas actuales de los diferentes sectores de gobierno, tienen un efecto pequeño en las conductas de los niños en grupos de riesgo. Para niños con signos tempranos de problemas, no hay programas o su efecto es muy pobre y a nivel universal, los efectos son despreciables
Ejemplos de necesidades en niños pequeños
El entrenamiento a mentores de niños en edad preescolar: el uso de refuerzos positivos y negativos de orientación de las conductas del niño puede ser un componente efectivo.
Programas escolares para prevenir problemas de actuación.
Programas que pueden prevenir problemas de mal comportamiento, cuando el programa se brinda a nivel universal o selectivo a niños en edad preescolar y primaria.
Programas escolares para prevenir la depresión y la ansiedad.
Los programas basados en terapia cognitiva conductual y otros métodos que reduzcan los problemas de los niños en edad escolar media y secundaria, que ya tienen síntomas depresivos, la ansiedad y el comportamiento antisocial.
Todo ello sujeto a componentes como la edad, el sexo, la cultura y los factores socioeconómicos, que pueden influir en los efectos preventivos, ya que hay muy pocos estudios.