Aún suenan en mi memoria las palabras de Fernando Viteri, maestro y mentor de muchos: el médico que no es político, pero tampoco investigador, poca cosa puede innovar. En nuestro medio, un ejemplo valioso y digno de ello, es el Instituto de Nutrición de Centro América y Panamá (INCAP). Sus logros centroamericanos: desde sus contenidos de investigación hasta la lucha por obtener leyes nutricionales y alimentarias y formación de personal, que benefició y sigue beneficiando a millones de niños, mujeres y hombres es digno de no perder memoria.
En sus inicios por la década de los cincuenta, los funcionarios del INCAP tuvieron que recorrer un largo camino investigando sobre deficiencias nutricionales y su impacto en la salud de las poblaciones; luego pusieron énfasis sobre la forma de tratarlas y muy pronto de prevenirlas, pues muchos de los daños ocasionados por las deficiencias son permanentes y limitantes para el desarrollo del niño, la salud de la madre y del hombre trabajador y sus capacidades funcionales. Luego de años de experimentos, pruebas, definiciones y nuevos conocimientos, se toparon con que para darle la utilidad social a su trabajo, la única forma de hacerlo era que la ciencia y tecnología que poseían, llegara al campo de las decisiones políticas y de ahí pasara a los lugares y poblaciones afectadas. Aquellos hombres que habían elegido una carrera científica, si querían cambiar algo, debían incursionar en el mundo de la administración pública.
Desde entonces, muchos de los investigadores de INCAP, al mismo tiempo que se dedicaron a la ciencia, se incorporaron como asesores temáticos en las oficinas gubernamentales e incluso algunos de ellos, llegaron a puestos de alto nivel en la Autoridad nacional e internacional, en el campo de la Seguridad Alimentaria y en la Administración Nacional de Alimentos.
El interés de los profesionales incapenses por descifrar la problemática nutricional, abarcaba diferentes campos: nutrición, medicina, bioquímica, ciencias sociales y ello les permitió unir fuerzas en esos campos y entender en forma integral los problemas nutricionales y sus soluciones. Fue probablemente durante su labor de investigación, donde creció su entusiasmo por no solo demostrar algo, sino sacarle utilidad y fortaleció su deseo de defender sus tesis científicas, sacando los dientes de la enseñanza y la investigación a la política. Por años, al igual que lo hacían con la ciencia, dedicaron tiempo a las secretarías y ministerios de salud, a las asambleas y congresos legislativos, a las sociedades civiles de los países centroamericanos, atendiendo asesorías, colaborando en la elaboración de leyes y programas, para volver una realidad el terminar con las deficiencias nutricionales centroamericanas. Mucho tiempo dedicaron a la transferencia científica y tecnología, y mucho también a la atención política y social de la problemática.
Es hermoso y aleccionador leer la historia del INCAP. Al final, uno termina con sonrisa de satisfacción, creyendo que muchos de sus funcionarios expresarían su experiencia así: Fue muy divertido y educativo interactuar con colegas, estudiantes, industriales, financistas, agricultores, pero los que más me sacaron canas fueron los políticos. Y al preguntarles por lo último, estoy seguro que su respuesta sería muy parecida a esto: Al hablar con políticos, íbamos más allá de la interpretación de los resultados y lo que estos pueden significar; buscábamos solucionar, pero ellos siempre encontraban una mosca en la sopa, siempre pretendían algo a su favor y entonces si nos descuidábamos, los puntos de inflexión que aparecían, estancaban las acciones. Es en ese momento en que el mejor aliado es el apoyo de la sociedad civil”. En realidad, como lo reconocieron en su momento los luchadores profesionales del programa de fortificación del azúcar con vitamina A en Guatemala, sin el apoyo de la sociedad civil, la ley de fortificación del azúcar nunca hubiera pasado. Liderazgo con apoyo, acerca a la acción.
En resumen, esas luchas de los investigadores centroamericanos de INCAP para acabar con deficiencias nutricionales, dejan claro que como institución, como investigadores, el trabajo científico debe ser parte de la maquinaria que proporciona a los miembros de los gobiernos no solo información imparcial y con base científica, sino de cómo transformar esa información en algo útil e implementarla.
El mundo político, para la mayoría de los investigadores de INCAP, era un mundo con el que no habían tenido contacto antes, pero un mundo en que ellos como funcionarios y profesionales de distintas disciplinas, a través de la ciencia y técnica que desarrollaban, podían entrever los choques que sus hallazgos producirían en los intereses de funcionarios e instituciones y a través de los análisis que hacían de esas coyunturas, brindaban consejos y conclusiones con base científica y participaban de alguna manera, en la toma de decisiones políticas.
Con el correr del tiempo, el trabajo institucional de INCAP no solo consistía en crear e interpretar información y asesorar a la dirigencia política sobre diversas alternativas de solución en el marco de la política nutricional, sino de apoyar el seguimiento en ambos campos. Lo maravilloso fue que pudieron darse cuenta que se puede mantener la integridad científica y al mismo tiempo dar apoyo directo a quienes toman decisiones y ejecutan acciones. La única obligación institucional en ello, era una obligación de manejar las cosas con legalidad, imparcialidad y objetividad y ello demandó un compromiso institucional y dedicación de tiempo, a recopilar evidencia e informar sobre problemáticas políticas y sociales, a la par de ofrecer alternativas de solución. También se dieron cuenta que existe desgaste y se debe estar preparado a luchar contra una burocracia, en que no siempre cabe esperar ni el entusiasmo, ni dedicación, ni asumir ciertas responsabilidades.
Pero el éxito institucional de INCAP, lo fue su forma de trabajar. Desde sus inicios sus autoridades entendieron que el problema nutricional es múltiple y que su definición y comprensión demanda de químicos, médicos, nutricionistas, salubristas, antropólogos, sociólogos, microbiólogos, tecnólogos de alimentos y políticos. Todos esos enfoques disciplinarios, enfocaban los ojos sobre un problema, tratando de unificar todo ese bagaje de conocimiento e interpretaciones hacia una solución y todo ello bajo un código de valores en que el respeto a la verdad es la joya para todos y el trabajo en grupo su joyero. Fue ese espíritu de cooperación y coordinación, lo que les permitió ponerse a la vanguardia mundial en algunos aspectos de la problemática nutricional y alimentaria mundial.
Muchos de esos hombres serían unánimes confesándonos que: cuando eran estudiantes, estaban convencidos de que seguirían siendo los profesionales que eran sus maestros universitarios, por el resto de mi vida. Pero cuántos más contactos tuvieron con la comunidad que los rodeaba, con un mundo científico ajeno a las fronteras patrias, más se dieron cuenta de que ante un problema nutricional de cualquier índole, ya sea para comprenderlo o atacarlo, se deben reunir personas que vean y formulen tesis de todas las aristas que lo provocan y que solo de la unión de una tesis general proveniente de ello, pueden salir buenas soluciones. El trabajo de INCAP era multi-facético-disciplinario en su comprensión e intervención. Pero a la vez, dedicaba tiempo a recopilar evidencia e informarse del funcionamiento de las cosas que proponía y en el cómo mejorarlas.
INCAP desde sus inicios, entendió que, dentro de la burocracia centroamericana, una proporción relativamente alta del personal administrativo del sistema público, estaba enteramente dedicada a la ejecución de programas, mientras que el personal científico se aglutinaba en universidades, centros de investigación y que la relación entre esos grupos profesionales era débil y pobre. Se carecía de diálogos, formas de entenderse, de trabajar; barrera que debía salvarse y eso solo era posible, a través de la creación de un idioma de trabajo en ambas vías. A veces es difícil trazar una línea de accionar entre la ciencia, la tecnología y la administración, pero el vocablo para que se pueda entender y conocerse algo por todos se llama educación. De esa cuenta, INCAP abre una maestría con énfasis en la problemática nutricional para funcionarios y profesionales de todo el mundo. El progreso científico debía llegar a través de un lenguaje común a todos y una vez que se contara con una masa crítica de conocedores del problema nutricional, la solución de la problemática sería más fácil.
Creo que el afán del INCAP desde sus inicios, fue ver la problemática nutricional, la forma de entenderla y abordarla, como un bien público que debería ir la sociedad, a sus gobiernos, sin tener que pagar consecuencias por ella, ni entrar en complicados acuerdos de conocimiento e intervención. Por supuesto que eso no ha sido tan simple en la práctica, pero al menos permitió entrar al mundo de los grises y salir del blanco y negro. Hoy en día, la investigación nutricional no solo se realiza en INCAP; también en universidades y sociedades centroamericanas; una parte significativa de ella, se lleva a cabo en el marco de y, en diversos grados, dentro de las instituciones estatales. La forma de entender los problemas nutricionales podríamos decir que es ya un bien público, aunque de atacarlos, aún no lo sea.