Alfonso mata

Desde los albores de la medicina en Grecia, sus grandes médicos eran conscientes que la educación en el tema de la salud, era no solo cosa de formación profesional, sino de un hacer permanente, por trasmitir costumbres y tradiciones higiénicas dentro del pueblo y una forma de hacer la labor de mantener la educación como un proceso de compromiso social.

Dentro de la vida misma, la salud es un compromiso. El salubrista colabora en ello, aportando investigaciones y reflexiones en línea del problema que impide la salud y sugiriendo actuaciones para corregir. La medicina en el campo educativo, va desarrollando su filosofía de la salud como una amplia experimentación, con las ideas, el aprendizaje y las formas de intervención en un mundo real. De tal manera que se puede hablar que la educación, tanto la académica como la social, se vuelve el sustrato de la convivencia con la salud. La educación higiénica, preventiva, sanitaria, se vuelve un taller donde se van ensayando las distintas formas de vidas sanas posibles.

Es a la vez la educación sanitaria, una forma de reconocer el noble ejercicio profesional del salubrista; de respetarlo como una especialidad. Entonces la misma produce salubristas  enfermeras, médicos, nutricionistas, odontólogos, químicos farmacéuticos, ingenieros, administradores; con la misión de trabajar la forma de mantener la salud a través de la vigilancia, estudio e intervenciones sobre causas, vulnerabilidades y riesgos a la salud e implementando las medidas oportunas de defensa contra el aparecimiento y peligros de las enfermedades. La educación, es un pilar del hacer salubrista.

¿A que va todo ese esfuerzo? La salud ocupa su puesto dentro del trabajo a desarrollar en la sociedad, basando su empeño, en lograr que sus habitantes, hogares, comunidades y regiones, lleven al máximum de vitalidad a una mayoría de personas y contribuyan a enriquecer el  capital humano efectivo, para un mejor bienestar y desarrollo social. A ese logro se involucra con sentido de responsabilidad compartida, el profesional de salud, las autoridades y los pobladores.

La historia ha señalado desde hace siglos, el valor de la acción sanitaria, encaminada desde entonces, a volver realidad el proverbio inglés: National health is national wealth (La salud nacional es la riqueza nacional). Principio que se cumple gracias a la imaginación humana, que desde la antigüedad a dotado al tratamiento salubrista de armas de gran alcance y de prodigiosos efectos, que reclaman de voluntad política, sumo tino y manos experimentadas. Apenas acaba de entrar en su fase utilitaria la acción sanitaria, siglos antes de Cristo, y ya se precisaba con todo rigor, los admirables efectos de la abstinencia para abatir la fiebre y moderar los accidentes. El uso del frió, del calor y de su alternado, en el control de infecciones y reumas. El ejercicio forzado, etc y aún llegaba más allá, al comparar el beneficio de los alimentos y bebidas y su cantidad, como causante en la salud y su uso en la enfermedad a la par de los medicamentos. “No hay que dudarlo; la Terapéutica higiénica, fundada en la observación, y servida por los nuevos métodos con que diariamente se enriquece el arte, es potentísimo auxiliar, cuando menos, de la Terapéutica farmacéutica; es una Terapéutica que nunca daña y siempre aprovecha; pero, eso sí, pide profundos conocimientos, y pide también el elemento tiempo para responder de su eficacia” decían de esa disciplina filósofos y médicos.

Los objetivos perseguidos por el salubrista, el tiempo que demanda abatir enfermedades y lograr hábitos sanos, hace que sus progresos no sean muy rápidos; y esto hace también que la terapéutica higiénica no sea muy del gusto del vulgo, acostumbrado a no concebir curación sin remedios de farmacia, ni del gusto de los clínicos muchas veces que no ven en ello una disciplina de la medicina, aficionados a las acciones inmediatas y a las medicaciones fáciles, creídos de que lo importante es poder decir resueltamente : A tal enfermedad tal receta ,—como si fuera una tabla de multiplicar que encuentra al golpe el producto.

Volviendo a nuestro tema, el trabajo del profesional salubrista, es entonces poner conocimiento y facultades de solución, al servicio de  grupos de individuos, hogares y pueblos, donde surgen endémicamente las infecciones, las deficiencias nutricionales, como renales, caries dental, obesidad, enfermedades cardiovasculares, diabetes etc., etc., y es evidente que si un médico clínico en solitario se dedica a curar y rehabilitar a tales o cuales enfermos, no cura nunca la enfermedad o no logra disminuir casos, y es que en solitario, el clínico, su trabajo, resulta insuficiente para abatir las endemias, pandemias o epidemias. Combatidas estas en solitario por más bien que se haga, si alguna vez ceden en algunos, renacen con mayores bríos en otros.

Las endemias (presencia permanente de una enfermedad en un lugar y poblaciones) desde la antigüedad despertó la curiosidad para atajarlas. Se cuenta que cuatro siglos antes de Cristo, cuando la ciudad de Agrigento llegó a verse libre de las varias y perniciosas dolencias que traían los vientos etesios, no fue porque médico clínico alguno hubiera tratado pacientes. Lo fue porque Empédocles, filósofo y político griego, mandó cerrar una garganta o puerto entre dos montañas, y desvió la influencia de aquellos vientos. Si la lepra, la tuberculosis, el paludismo, asoladoras plagas de tiempos aun recientes, han casi desaparecido y ya no abundan como en otros siglos, eso es gracias a los hábitos de saneamiento e higiénicos que se implementaron. En general, el descenso de las  enfermedades infecciosa se dio, antes del aparecimiento de antibióticos y  vacunas. Si el París de hace tres siglos, dejó de ser un foco perenne e intermitente de infecciones gastrointestinales, se debió en gran parte al empedrado de sus calles y al uso de ingeniería sanitaria en manejo de desechos. Si el escorbuto ha dejado de ser la funesta endemia en los buques que surcaban los mares, deudores de ello somos primero, al descubrimiento de su causa y tratamiento y segundo los perfeccionamientos higiénicos de la policía naval. Así podríamos seguir mencionando muchos desaparecimientos de problemas como el bocio en el altiplano guatemalteco, debido a yodación de la sal en lugares de su deficiencia.

Frecuente el salubrista también tiene ocasión de atender y solucionar enfermedades epidémicas. ¿servirían de gran cosa los recursos farmacéuticos en la lucha contra una intensa epidemia? No. Las explosiones epidémicas, obscuras casi siempre por su procedencia y aparecimiento, misteriosas en su curso y aterradoras por sus estragos, consternan a los pueblos y confunden y desorientan a políticos y médicos clínicos. Generalmente, los auxilios curativos solamente empiezan a ser algo provechosos, cuando la epidemia se estudia, investiga y se dan soluciones, para moderar su furor y sus causas, o cuando la dolencia ya ha matado miles, y se vuelve enfermedad esporádica.  Si la ciudad de Selinonte, ciudad de la isla de Sicilia, vio cesar como por encanto,  por allá cuatro siglos antes de cristo, la peste que la desolaba ¿paludismo? fue porque el mismo citado Empédocles del ejemplo de arriba, hizo pasar dos corrientes impetuosas de agua por los pantanos que rodeaban aquella ciudad y eso que nada se sabía de zancudos trasmisores y de plasmodios agentes causales del paludismo.

El salubrista, con los resultados de su trabajo bajo el brazo, es a su vez el que debe inspirar al legislador y aconsejar a los Gobiernos para que fortalezcan con leyes, recursos y acciones, el bienestar de la gente. Por tanto, en el trabajo salubrista, se conjugan las ciencias médicas, éticas, jurídicas, económicas y políticas, dando lugar a identificar y cambiar, los hechos sociales y perturbaciones ambientales, que producen vulnerabilidades, riesgos y causas de las enfermedades, formulando principios, reglas y acciones de exterminio y para control de estas. Sin la rígida observancia del trabajo salubrista, en la actualidad las ciudades y los campos, serían lugares de miseria, desolación y de muerte.

Bien vale para cerrar el tema, traer a colación las palabras del mismo Empédocles: «Los hombres y las mujeres me tributan honores; a millares. Me siguen; quieren saber por dónde pasa el camino que lleva al beneficio. Me consultan, los unos por necesidad de profecías, los otros sobre un caso. En las enfermedades de toda clase, para escuchar la palabra de curación pues….¡Atravesados están desde hace tanto tiempo por crueles dolores!» y sus lamentos «…] el país sin alegría, donde asesinato y resentimiento y las tribus de otras plagas, las enfermedades desecantes, con las podredumbres y sus flujos, merodean en la oscuridad, sobre el prado de maldición. ¡Ay! ¡Ay! ¡Raza miserable de los mortales! ¡Oh! ¡Pobre desventurada!. ¿Qué disputas y gemidos os hicieron así?«. Evidenciando la necesidad del salubrista ante: «ir a la deriva por enfermedades crueles«,  e indicando que «Nunca aliviaréis vuestra vida de los tristes dolores » si no logramos «Hacer abstinencia de la enfermedad» Misión del salubrista.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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