Alfonso Mata
Para la medicina, un 24 de marzo de 1882 es una fecha importante. El doctor Koch descubre un bacilo, que se denominó Mycobacterium tuberculosis o bacilo de Koch y le atribuye ser el causante de la tuberculosis (TB). A ese descubrimiento, sigue un gran esfuerzo de los médicos, para definir la enfermedad: sus síntomas, complicaciones, formas de tratarla. Pero durante décadas su etiología y forma de infectar y parasitar se mantiene por buen tiempo en el misterio.
Hace un poco más de setenta años, en enero de 1950, René Dubos, parado en el podio de la Society of American Bacteriologists en Nueva York, imparte una conferencia sobre tuberculosis. En la charla, destaca lo que consideraba el aspecto más llamativo de la enfermedad: el secuestro de bacilos tuberculosos virulentos en el tejido de los pacientes recuperados. «En la mayoría de las demás enfermedades infecciosas» -aclara Dubos «la recuperación suele ir acompañada de la eliminación del agente infeccioso«, pero este no es el caso de la tuberculosis y sus bacilos serpenteantes con forma de cordón, que se quedan dentro del cuerpo. Después de un ataque de TB pulmonar primaria, los pacientes podrían albergar bacilos virulentos, secuestrados en granulomas caseificantes, lo que los pone en riesgo de un recrudecimiento de la enfermedad en caso de que disminuya su resistencia1. Este mismo sabio aun antes de esta conferencia decía«…Poco se sabe de los mecanismos por los cuales los bacilos de la tuberculosis se establecen en un nuevo huésped y causan la enfermedad, o de los procesos utilizados por el huésped infectado para superar la infección. En otras palabras, sabemos mucho de los aspectos ecológicos de las relaciones huésped-parásito en la tuberculosis, pero casi nada de los medios utilizados por el bacilo para comportarse como parásito«. El destino nos hace jugarretas crueles; unos años antes que externara estas ideas Dubos, su esposa había muerto de tuberculosis.
Luego de más de tres décadas de estudios (1930-1960) los científicos habían llegado a la conclusión que no sólo la tuberculosis, sino todas las infecciones, debían estudiarse multidimensionalmente, es decir, como resumía el virólogo Frank Macfarlane Burnet, «si se quería avanzar en el estudio de las infecciones, había que colocar la virulencia en el centro del análisis epidemiológico y ecológico«, argumentando que solo explorando los factores que gobiernan las variaciones en la virulencia de los virus y las bacterias, los científicos podrían esperar comprender la naturaleza, los antecedentes y formas de actuar de las enfermedades infecciosas.
Es durante la década de los cincuenta del siglo XX, en que el desarrollo del conocimiento de la susceptibilidad y la resistencia a la enfermedad en modelos animales, empieza a enseñar más sobre la interacción de los microorganismos y los seres vivos; sin embargo, tanto Dubos como sus colegas, eran plenamente conscientes de que sus estudios de laboratorio, eran tan solo una aproximación a la realidad y que para comprender el fenómeno de las infecciones tuberculosas latentes y la persistencia del parásito en el medio ambiente, era necesario prestar atención a las condiciones sociales que rigen la inmunidad a la tuberculosis. Así que la investigación salió de los laboratorios a las comunidades humanas, lugar en donde realmente funcionan y trabajan los microorganismos (parásitos) y los hombres, sus huéspedes. De tal forma que en el campo de la TB como de otras infecciones, se empieza a tener evidencia de cómo, en condiciones naturales, las asociaciones prolongadas entre parásitos y huéspedes, favorecían a los patógenos de virulencia reducida como la TB. No olvidemos que la virulencia es el grado de patogenicidad de un agente infeccioso, indicado por las tasas de letalidad y por su capacidad para invadir y lesionar los tejidos del huésped o ambos parámetros y que la virulencia es una medida cuantitativa de la patogenicidad o sea la capacidad para ocasionar enfermedades en un hospedador humano.
Ya para la finales de los cincuenta, Dubos, Burnet y Fenner, le habían dado una apreciación más profunda al papel de la selección natural, en las variaciones de virulencia observadas en el campo, en oposición al ambiente artificial del laboratorio.
Pero a Dubos (por cierto estuvo por tierras guatemaltecas y conoció muy bien los estudios de INCAP de la década de los setenta, sobre nutrición e infección) no solo le interesaba indagar sobre origen y comportamiento de la tuberculosis, también sobre su tratamiento. Así que entre 1944 a 1956, comenzó sus estudios experimentales sobre la tuberculosis. Fue en este período, en que utilizó medios novedosos para estimular el crecimiento de bacilos de tuberculosis homogéneos, para estudiar la virulencia a nivel fisicoquímico; analizó la vacuna BCG con Fenner y desarrolló un programa de investigación que examinaba la susceptibilidad y la resistencia a la enfermedad, en modelos animales. Sin embargo, Dubos era ya plenamente consciente de que para comprender el fenómeno de las infecciones tuberculosas latentes y la persistencia del parásito en el medio ambiente, era necesario prestar atención a las condiciones sociales que rigen la inmunidad a la tuberculosis. Fue entonces que afirmó que «Al comparar la estructura y el comportamiento de las formas virulentas y avirulentas [de los bacilos] esperamos reconocer el componente o la propiedad que dota a la forma virulenta de la capacidad de producir enfermedades» y sostenía eso, teniendo en la mira una vacuna más segura y confiable; una que pudiera conferir protección de por vida, sin el riesgo de volver a la virulencia, pues la que existía en ese entonces, no funcionaba; la producían con cultivos del bacilo Calmette-Guérin (BCG) que si bien ofrecía un alto grado de protección, a él y a otros les preocupaba que tal protección nunca pudiera ser completa, mientras los componentes del bacilo tuberculoso que regulaban la inmunidad siguieran siendo un misterio. Pero no hablaba por hablar. Utilizando nuevos métodos de cultivo rápido para micobacterias, Dubos y Fenner, habían establecido que la vacuna BCG era inestable y comprendía poblaciones mixtas de bacterias virulentas y avirulentas, lo que la volvía potencialmente peligrosa. Era por eso que había afirmado lo dicho más arriba. Unos años después, Dubos abandonó la búsqueda de una vacuna contra la tuberculosis, concentrándose en cambio en los procedimientos para la estandarización de la vacuna BCG y en ese momento, sus estudios fueron aclamados como un gran avance en la comprensión de la patogenia de la tuberculosis y su control.
Había un hecho que resultaba un desafío constante para todos los médicos y nuestro sabio constantemente lo tenía en mente y que ya mencionamos: Después de un ataque de TB pulmonar primaria, los pacientes podrían conservar bacilos virulentos, lo que ponía al paciente en riesgo de un recrudecimiento de la enfermedad, en caso de que disminuyera su resistencia. La vacuna no lograba eliminarlos y entonces no existía protección completa.
A Dubos no solo le interesaba el campo de la microbiología, el de la terapéutica no dejaba de inquietarlo y en ocasión de la Tercera Conferencia Internacional de Microbiología de 1939, mostraba que acababa de hacer un gran avance que revolucionaría la medicina y en forma un poco teatral, mientras pronunciaba su discurso, levantó la mano sosteniendo una pequeña botella que contenía quinientos gramos de una substancia antibacteriana llamada tirotricina y agitándola, reveló que el vial contenía suficiente polvo gris para proteger a «cinco billones de ratones» contra infecciones neumocócicas y estreptocócicas. ¡increíble! Esta substancia era un antibiótico, preparado a partir del Bacillus brevis, y lo aisló de ciertas bacterias del suelo. En aquel momento, no se había probado en humanos, pero más tarde al hacerse, demostró que causa hemólisis cuando se ingiere. Lo grandioso del descubrimiento de Dubos -señalaba un número de la revista Time de aquella época, era que «abre un vasto campo en la búsqueda de agentes químicos para combatir enemigos bacterianos”. Para muchos, el descubrimiento de Dubos, marcó el inicio de la era de los antibióticos propiamente dicho. En efecto, inmediatamente, en cuestión de meses, Howard Florey y Ernst Chain investigaban la penicilina y el mentor de Dubos, el bioquímico Waksman, emprendía una búsqueda similar de agentes antibacterianos, usando las mismas técnicas de enriquecimiento del suelo de su pupilo, que daría como resultado cuatro años después, el aislamiento de estreptomicina2.
Corría el año 1948, Dubos había ganado el Premio Lasker de 1948 y había sido electo a la Academia Nacional de Ciencias de los EE.UU. y no obstante, en ese momento de su triunfo, abandonó la investigación sobre antibióticos ¿qué había pasado? El mismo lo define: Dejé de encontrar la investigación de antibióticos como «intelectualmente desafiante» y aclara: «Me había interesado cada vez más en los mecanismos de causalidad y evolución de las enfermedades. Mi principal interés científico se había convertido en la influencia de las fuerzas ambientales en la susceptibilidad y resistencia de los animales y los seres humanos a las infecciones y otras formas de estrés«.
Referencias
- R. Dubos, “The mortality of tuberculosis.” Lecture delivered before the New York branch of the Society of American Bacteriologists, 5 January 1950, p. 2. René Jules Dubos Papers, Rockefeller Archive Center. RU 450 D851, Box 25, Folder 3.
- Schatz A, Bugie E, Waksman S. Streptomycin: A substance exhibiting antibiotic activity against gram-positive and gram-negative bacteria. Proceedings of the Society for Experimental and Biological Medicine. 1944;55:66–69
(Continuará)