La industria farmacéutica en el período del siglo XX sufre dos grandes transformaciones: en la primera parte del siglo hasta la década de los treinta, las principales compañías son principalmente fabricantes de los ingredientes siendo su cliente principal el farmacéutico, que necesitaba de los mismos, para preparar las recetas que el médico prescribía. No será sino a mediados de los cuarenta, cuando la industria combina bajo su techo el descubrimiento de fármacos (para lo que contrata químicos o compra trabajo científico o financia), los que luego de patentar, produce y finalmente distribuye, en una sola red corporativa. Ya para la década de los cincuenta, la industria farmacéutica se había transformado en un negocio de investigación y publicidad intensivos, que tenían en la realidad como meta secundaria, la restauración de la salud humana, aunque esto fuera el motivo de su existencia, pero manteniendo como objetivo central y prioritario «la venta de productos y la obtención de elevadas utilidades» así de fácil. Desde entonces, con gran éxito, ha sabido trabajar el descubrimiento de nuevos medicamentos y la comercialización de éstos y a la par de ello, con mucho ingenio y sin considerar importante una ética de altura, ha sabido configurar un patrón de consumo de medicamentos dirigido a médicos, profesionales de la salud y público en general, incluso dejando de lado, aspectos farmacológicos y necesidades terapéuticas de la población.
Ya para finales de los sesenta, la producción de un medicamento enlazaba una serie de procesos que esquemáticamente se dividía en dos áreas de trabajo producción de principios activos y en una segunda fase la producción del medicamento como Brudon Pascale resume de la manera siguiente.
Para finales de los sesenta, tanto para la industria farmacéutica como para el resto de industrias, era más que evidente que si querían avanzar aún más en sus ambiciosos planes comerciales, necesitaban una nueva organización mundial del comercio y ello demandaba de la transnacionalización de la producción, tanto económica, como técnicamente, para facilitar la producción total y debían trabajarse los procesos en lugares alternativos con la ventaja de que debido a que las sustancias activas son poco voluminosas, los gastos de transporte no constituyen un obstáculo serio para enviarlas a diversos países donde se les daría determinada presentación y se pondrían a la venta como medicamentos. Si se lograba lo anterior, los centros de fabricación de productos comerciales farmacológicos se volverían relativamente numerosos, en relación a las unidades de producción de principios activos. Pero esa política de fragmentación de la producción, necesitaba de un nuevo orden mundial, dado que, como alguien escribió: «la venta de productos finales destinados al consumo abarca un complejo conjunto de actividades, que solo pueden constituirse en éxito si se afecta profundamente los aspectos territoriales y las respectivas legislaciones«.
Y así, lo primero era, transformar las formas que asume y se mueve la competencia en el mercado y define el nivel de precios. Eso no solo para el caso de las farmacéuticas, sino de todas las industrias. Eso significaba un nuevo orden mundial, al que se le denominó globalización; un término que reúne muchos conceptos y procesos dentro de los cuales cabe colocar no solo la salud individual sino la colectiva y los aspectos que le dan origen y lugar. Pero en realidad, ese movimiento cultural de cambio, perseguía y descansaba sobre un objetivo: una expansión sin precedente de la internacionalización de la economía, y eso demandaba de un modificado del estado, la sociedad y la cultura nacional, en todos los países, que permitiera cambios en la estructura de las industrias incluida la farmacéutica, especialmente su grado de concentración y operación, encaminada en gran medida a su desempeño con respecto a las ganancias, precios, mercadotecnia, innovación tecnológica y expansión y por supuesto monopolio. A qué apuntaba todo ello: a un alto grado de concentración de producción que hace difícil para nuevas firmas entrar en los mercados de productos y eso le permite al monstruo de empresa que se va creando, llamadas firmas líderes, financiar costosos programas de investigación y desarrollo de nuevos productos, permitiéndoles eso, ir a la vanguardia en las innovaciones tecnológicas y nuevos descubrimientos.
Y quién es el que puede, mejor dicho, debe facilitar todo eso: los Estados y acá viene el cambio de ecuación: se trata de un proceso de múltiples cambios en el Estado encaminados a generar un impacto sobre la comercialización de los bienes y servicios en general, pero y acá el truco, eso significa varios hechos que parten de una acción clave: aceptación y fortalecimiento de los TRIPS (siglas en inglés de los derechos de propiedad industrial e intelectual), se fortalece el control de los mercados de productos insumos y servicios de la salud, educación, energía por parte de las grandes corporaciones transnacionales del ramo (pero no por el Estado sino claro por las trasnacionales). Por supuesto que los TRIPS propician una mayor concentración del mercado en favor de las empresas que así puede tener una elevada inversión en investigación y desarrollo (I&D) y gasto en la comercialización y eso cierra el círculo de producción en una sola mano y facilita la concentración; pero eso a su vez iba acompañado del otro elemento: la privatización de servicios y bienes (los grandes laboratorios nacionales en muchos países se cierran). Toda la maniobra no tiene lugar en un entorno político democrático, puro y trasparente sino cae dentro de lo que se llamó política neoliberal, cuyo pensamiento pone medios y afanes, en lograr que los Estados pierdan importancia y poder, y cedan sus espacios a esa nueva fuerza del mercado, representada principalmente por el capital internacional y entonces el Estado se desempeña, cada vez más como administrador no de los bienes de la población sino de los intereses de esas grandes empresas habiendo con ello pérdida de parte del Estado de espacios políticos y económicos y en ese devenir de privatización, desreglamentación, competitividad privilegiada y deslocalización productiva, la política y el político entra a ser parte de la economía «se comercializa la política» en un yo te doy y tú me das dentro de un mercado de bienes y servicios con consignas precisas que se realizan y llevan a una realidad antidemocrática y corrupción por mal uso de los bienes públicos, luego de ventas y negociaciones cargadas de privilegios y beneficios para los países desarrollados y sus capitales trasnacionales.
Así que para el caso de las farmacéuticas, la investigación (innovación de productos) y el desarrollo (las pruebas y su aprobación) son el motor de crecimiento del sector que permite aparición continua de nuevos medicamentos y sus ventas, todo al son de la empresa. «La mayoría de las innovaciones se realizan en laboratorios de empresas transnacionales u organizaciones subcontratistas de investigación, muy concentradas en pocas naciones y con una participación de entre 10% y 15% de los costos totales del sector» lo demás son privilegios y negociaciones en que hay un personaje que no hace nada pero gana: el político. Y de esa cuenta nos topamos con que los flujos de comercio se dan principalmente entre los grandes bloques comerciales desde el norte hacia el sur, lo que incide en que beneficios justos hacia los países pobres del sur ¡nanay!, capitales si, pero con altos intereses y en busca de favores, estos se propician política y privadamente provocando al final, distribuciones inequitativas dentro de las poblaciones y eso cambios negativos en cultura y medio ambiente, que mantiene la actual forma de poder avanzando hacia una ampliación de la brecha de ingresos entre los países ricos y pobres y dentro de las clases sociales de los países, que deteriora niveles de vida e ingreso.