Alfonso Mata
Hemos visto en el artículo anterior que la comprensión y el manejo de la violencia para su control, demanda del trabajo conjunto de múltiples sectores estatales y de la sociedad en su conjunto, pues de lo contrario, la atención de sus daños, requiere del sector salud una respuesta cada vez más activa, intersectorial, y ese reto demanda de mayor inversión y adecuada asignación de recursos que no se tienen, si se quiere atender y detener su avance y revertir algunos de sus efectos sobre la morbi-mortalidad de la población, que evidentemente está avanzando.
Morbilidad por violencia
En general, la violencia, cualquier tipo de ella, contribuye al aparecimiento de enfermedad en el que la produce y en quienes la sufren y su aparecimiento y evolución, afecta el funcionamiento orgánico o emocional, pero también la relación humana y social, otro activo a favor de la enfermedad. La violencia en todos sus tipos dentro de una sociedad, es y se transforma en una gotita que hidrata la enfermedad y cambios de conducta individuales y grupales. La utilización que con ella se hace del propio cuerpo sumado a injusticas e inequidades en su control, desequilibra la fisiología y organización cerebral individual y colectiva, desgarra, hiere, limita e impide su adecuado funcionamiento, produce dolor y propicia comportamientos violentos a la vez. La descomposición por ejemplo, de la incipiente estructura físico-afectiva en formación, de una niña violada, no solo afecta el funcionamiento corporal y cerebral del momento, sino que forma condiciones y deja secuelas en ella para el futuro y también graves secuelas en su entorno familiar, vecinal y escolar. La severa alteración del torturado (física o mentalmente) cuyos desgarros y dolores físicos posiblemente sean inferiores a las angustias y desgarros en su estructura y metabolismo afectivo e intelectual, le dificultan formar un estilo de vida adecuado, conduciéndole al aparecimiento de diversas enfermedades.
A pesar de que solo algunos aspectos de la violencia son cuantificables y de las limitaciones que se tiene de información sobre ellos, es posible formarse una idea aproximada de la magnitud y complejidad del problema, a partir de la información registrada y suministrada por los servicios de salud. Prácticamente la totalidad de la información disponible se refiere a la violencia que causa muertes siendo todavía escasa la que se refiere a la que no mata, pero que produce daños y alteraciones físicas y psíquicas de diferente gravedad (morbilidad).
Algunas de las modalidades de violencia enunciadas apenas se han ido diferenciando, las cifras demostrativas de su magnitud son relativamente escasas y fundamentalmente estimativas o extrapoladas a partir de estudios particulares. Con todo, información registrada, ilustra el sombrío panorama. Por ejemplo, según estudios de 1985, el 1% de la población centroamericana se encontraba físicamente mutilada como consecuencia de los conflictos internos en curso en la región. La encuesta del 2017 habla de 10% de población guatemalteca con alguna discapacidad. Para 1988 se estimaba entre un millón y millón y medio, el número de refugiados de la misma área. Sólo El Salvador tenía entonces 750.000, es decir: el 17% de su población refugiada. En varios países centroamericanos la cuestión de los refugiados que aún persiste en la actualidad, fue y es un serio problema de salud.
Otro ejemplo nos lo proporciona la violencia intrafamiliar: el riesgo de maltrato en niños con rendimiento intelectual inferior al esperado es 16 veces mayor que el de los controles escolares investigados. Es posible que ese rendimiento sea la consecuencia del maltrato y desintegración familiar. Más del 75% de las separaciones de las parejas se debe y tiene como causa desencadenante la violencia. Estimaciones sobre el impacto de este tipo de violencia con relación al PIB muestran que hay un costo aproximado entre el 3-5% debido a los menores ingresos de la mujer. Un país como el nuestro, en que un tercio de los hogares están desintegrados, ese costo ha de ser un poco más elevado. La migración, otro proceso a que aporta la violencia social es otra consecuencia de desintegración familiar y sus impactos en violencia doméstica no ha sido documentado.
El gran problema de saber la verdad
Rigurosamente no todo accidente, no todo acto social o político, es un acto de violencia, pero muchos realmente lo son o sirven para ocultar formas larvadas o mediatas de violencia o son propiciadoras indirectas de la misma. Hay una gran dificultad, más de orden jurídico-legal que conceptual, para establecer la frontera exacta entre eventos de esta naturaleza (corrupción política por ejemplo) y violencia. Esta dificultad, cuya solución escapa al sector salud, pero que complica el análisis y atención del problema, se hace más manifiesta al procesar e interpretar la información disponible. Por ejemplo, aun cuando la evidencia muestra que la violencia intrafamiliar es problemática importante, entender los factores que hacen que una mujer esté más o menos expuesta a ser víctima de violencia doméstica no es una tarea fácil; de igual forma lo es la comprensión de la conducta del agresor (muchas veces asociada con consumo de alcohol).
También carecemos de información sobre la evolución de los distintos tipos de violencia dentro de la sociedad y sus grupos. Al dividir la población por grupos de edad, se torna difícil el estudiar y entender la evolución de la violencia y sus distintos tipos en el agresor y el agredido. No sabemos cómo esta aparece en sus distintos tipos precozmente desde la primera infancia, si se incrementa o detiene a partir de los cinco años, y si se consolida o adquiere nuevas formas en adolescencia y juventud y o cómo declina o cede con la edad. Cómo esas conductas y manifestaciones pueden variar entre los géneros y condiciones socio económicas.
El conocimiento correcto del componente estructural y funcional de los distintos tipos de violencia se hace necesario de conocer por el sector salud, pues es y se ha convertido en la actualidad, en un campo de urgente de intervención preventiva y educativa para el sector salud, dada la magnitud con que se presenta como factor causal de muchas enfermedades. Sin información adecuada, las particularidades y especificidades de la violencia y sus formas, no posibilitan un análisis de mayor profundidad.
Lo que podemos deducir de lo manifestado en lo dicho, es que la violencia es, en si misma productora de enfermedad y causante de otras enfermedades a la vez. También es a la vez, una amenaza o una negación de las condiciones de posibilidad de realización de la vida y de la sobrevivencia misma; de un estilo de vida digno y de un bienestar aceptable. Y toda la práctica del sector salud, desde la educación y prevención, hasta la atención médica, está proyectada al servicio de las condiciones que hagan posible la vida de las personas y de los grupos sociales más saludables y de bienestar. El control y prevención de la violencia, es una de ellas.
Los servicios de salud ven con preocupación, el aumento de la atención de urgencia y de la lucha contra la mortalidad teniendo como causal algún tipo de violencia. La violencia está produciendo un número creciente de lesiones y alteraciones no mortales pero que requieren atención generalmente de urgencia y rehabilitación física y síquica. Estos efectos de la violencia sobrecargan los centros de atención médica y hospitalaria y demandando crecientes recursos de todo tipo.