Alfonso Mata
En el número de ayer afirmábamos, que había que partir en la relación de médico-paciente de dos cosas: La problemática de las enfermedades, sus curaciones y contenidos están por un lado en relación directa con la cultura del paciente y por otra de la preparación del médico. Y que eso va desde una total negativa de la medicina actual por algunos pacientes que afirman que la medicina en estos días es negocio, es vender ciencia a pacientes por los médicos y las farmacéuticas, hasta otras opiniones que afirman que los médicos están entrenados específicamente para pensar como que las enfermedades fueran anomalías de una máquina llamada cuerpo sin ver que las enfermedades son algo más, pero eso no lo razonan, e incluso dicen que el médico llega a pensar y operar en una atmósfera tan delgada, tan embriagadora y atenuada con el poder del análisis estadístico, que uno podría preguntarse si realmente estamos en el mismo planeta los pacientes y los médicos. El médico ve, apoltronado desde las alturas, un gran campo de fútbol lleno de enfermos. Hay miles de ellos ahí abajo, mientras los pacientes ven como se les viene encima el cielo por crimen y castigo y dentro de ellos se mueve su vida diaria, ocupada de asuntos lleno de angustias y temores, y cubriendo su vida corporal y espiritual, pero no pueden evitar notar que ello va destruyendo el equilibrio de su cuerpo y su alma a la vez, mientras todo lo demás se queda quieto. Entonces y en general, el mundo de la enfermedad se manifiesta en una cancha con esos dos tipos de jugadores de la enfermedad.
En tal sentido el médico añora siempre, va en busca, de que su ciencia pueda superar esa brecha con su paciente y le proporcione pruebas que le ayuden a predecir mucho mejor qué pacientes responderán a qué medicamentos y qué pacientes tienen un mayor riesgo de sufrir diversas complicaciones y que sucederá con sus negativas.
Por supuesto que en medio de ese debate entre médico y paciente, debemos tener claro que no solo los pacientes pueden dejar de ver el bosque por los árboles. Los médicos a veces también son víctimas de esta trampa. Si, por ejemplo, vemos un tratamiento que da como resultado un mal resultado en dos o tres pacientes seguidos, somos tan propensos como cualquiera, a reaccionar cambiando nuestro enfoque, aunque sospechemos que puede ser que estemos usando mal el tratamiento en esos pacientes por causas que desconocemos y deberíamos indagar y que por lo tanto los últimos resultados negativos fueron casi con certeza una casualidad estadística o bien por falta de información sobre nuestro paciente. A menudo, tampoco podemos ver el «cuadro completo», y esa es una de las razones por las que es tan importante que los médicos se mantengan al día con la literatura médica sobre modos y estilos de vida que afectan la salud de sus pacientes.
Al final entonces, en buena parte el dilema médico paciente, es en gran parte una cuestión de comunicación. Esta es una materia para la que los médicos generalmente no están bien capacitados, ya sea en la escuela de medicina o en la residencia, y un área en la que desearían haber mejorado. Creo que el truco es que ambos se den cuenta de que no hay demasiadas certezas: siempre hay algún grado de azar involucrado en lo que uno dice. Es intuitivo pensar que estamos eligiendo un resultado específico cuando elegimos un curso de acción, pero en realidad solo estamos eligiendo las probabilidades de algo que queremos suceda. El médico piensa que elegir un tratamiento maximiza sus posibilidades, entonces los estudios tienen más sentido y lo basa en un conocimiento sobre las manifestaciones de la enfermedad. El paciente hace igual razonamiento. Pero ambos parten de conocimientos y premisas diferentes y en ambos, la mayoría de los mensajes que reciben de extraños sobre la enfermedad, aparte de los recibidos en la educación formal, son mensajes destinados a persuadir en lugar de simplemente informar para razonar. Es ese el verdadero campo de acción en que debe encontrarse la comunicación médico paciente. En consecuencia, tendemos a percibir los mensajes que vienen de fuera, de nuestro medio social inmediato, como intentos de cambiarnos algo (a lo que responden nuestro cerebro muchas veces que no estamos interesados en comprar o adquirir) o de mandarnos (no creo que sea así, en tú explicación no existe una relación de autoridad real en mi mundo). Los mensajes se desconectan o en el mejor de los casos se combinan de una manera que no esperaba el médico y el paciente.
El resultado de todo esto es que interpretación de la enfermedad y aceptación y seguimiento de los tratamientos, se vuelve una mezcolanza de creencias, actitudes y prácticas e independientemente de lo desagradable que pueda encontrar ese esfuerzo.
Existe pues un gran reto para el médico a fin de lograr una unidad entre él y su paciente y eso estriba en provocar una complementación integral de relación, y hasta de interdependencia entre su vida profesional y la vida de sus pacientes; entre estas dos formas de razonar y actuar; en sacar provecho de explicaciones de patrones culturales y de contenido científico, a fin de combatir la enfermedad y eso debe partir de un razonamiento: nadie tiene la razón del todo.
En el paciente, el origen, las causas, los síntomas, las manifestaciones o formas de la enfermedad y el tratamiento, tienen una íntima y directa relación con su pensamiento, con sus patrones culturales. Las normas de relación que establece el pensamiento del paciente con las características de su enfermedad, sus manifestaciones, su curación y las formas de intervención de los agentes médicos favorecen el trabajo médico. Entonces en un primer momento, el médico debe indagar sobre ello y no combatirlo a ciegas. ¿Qué significa esto? Que el médico debe también buscar la relación directa de enfermedad y cura establecida por el paciente o como se llame el encargado de tratar la enfermedad o de trasmitir creencias al respecto, para entender de esas colectividades y personas, las características y manifestaciones de contenido cultural y las concepciones del pensamiento de esos grupos humanos, en cuanto a la enfermedad y la sanación. Con ello se logra una comprensión mejor sobre origen y evolución de la enfermedad en pacientes y poblaciones, sin eliminar potenciales emocionales-explicativos y conformar mejores intervenciones al respecto.
Es muy dado en nuestro medio, toparnos con grupos humanos que mantienen un proceso de combinación, espontánea o intencional, a veces sin ningún equilibrio y con resultados medio inexplicables, de elementos relacionados con las enfermedades, las medicinas y los médicos, en que se mezcla una propia cultura de grupo sobre ello y grados de aceptación de la medicina occidental. Este es un amoldamiento sui generis de dos formas de pensamiento y ver realidades, que se integran en un solo padecimiento y en donde no necesariamente se da o deriva comportamientos para atacar la enfermedad basada en solo bases científicas. Lo cierto en todo esto es que en uno y otro caso (médico y paciente) existe integración de patrones culturales, ideas y pensamientos de su ancestro, de su colectividad vernácula, de su escuela de formación, combinados o simplemente amalgamados con los de la cultura del paciente.