Alfonso Mata
Desde hace décadas las investigaciones antiguas y recientes muestran que los adolescentes suelen involucrarse en una forma de comportamiento de riesgo, como el uso de drogas o alcohol, sexo y delincuencia y autolesiones y la mayoría de veces; en nuestro medio cultural, esos comportamientos no se detectan y menos se discuten por los padres, maestros e incluso durante un examen médico o mental de salud. Todo ello ocurre a pesar de la existencia de medidas de detección simple y breve llamadas inventarios de riesgo de los adolescentes (IRA) que pueden identificar rápidamente la amplia gama de conductas de riesgo que se encuentran entre los adolescentes.
No cabe duda que en las perspectivas a corto y largo plazo de una nación, lo que define realmente en buena parte el comportamiento político y social que tendrá, es el comportamiento ciudadano. Por lo tanto, identificar temprano que un niño o un adolescente está manifestando un comportamiento de riesgo y que esto tenga alta prevalencia, vuelve necesario evitar que esos comportamientos se conviertan en la puerta de entrada a otros comportamientos de riesgo tanto para la salud del individuo como de la sociedad, pues se ha notado en los estudios que los comportamiento individuales y sociales se ligan y lo más temible, que esto tiene un efecto aditivo.
Para la salud SOCIAL, los comportamientos de riesgo, pueden conducir a un aumento de la morbilidad y la mortalidad actual y futura e incrementar los costos de atención médica; por lo que identificar y tratar los problemas a medida que surgen, pondría a los niños y adolescentes a estar más seguros y saludables. Desafortunadamente el sistema de salud guatemalteco actual, no tiene programas integrales, claros y definidos que hagan frente como debe ser a comportamientos negativos como violencia intrafamiliar, embarazos, paternidades irresponsables y tempranas, intentos de suicidio, autolesiones, rompimiento de reglas sociales. Sobre la problemática de salud en ese sentido, el sistema nacional de salud carece de información suficiente y fidedigna y las intervenciones en esos temas son espurias, muchas veces fuera de tiempo y muy poco integral. En la indagación clínica, epidemiológica en salud mental o biológica, el SNS descuida por completo los problemas de comportamiento de riesgo. El tiempo y la falta de relevancia tanto profesional como social del tema, se considera barrera que impide acceso a información al respecto, que sería de utilidad para la planificación de la atención y prevención no solo de problemas de salud mental sino también biológica, ya que el análisis de esa información, podría proporcionar datos importantes sobre la relación entre el riesgo y el comportamiento y enfermedad sexual, infecciosa, crónica, accidentes, psicopatología de un ahora y un después, de individuos y grupos de población; pues se conoce que los comportamientos resultan predictivos de enfermedades como por ejemplo, drogadicción, riesgo sexual, incluyendo enfermedades crónicas y accidentes. Esto es importante porque, si bien muchos médicos son conscientes de los riesgos de salud que corren los jóvenes agresivos, muchos desconocen la asociación entre el comportamiento de riesgo y la angustia emocional, el abuso, las autolesiones y el desencadenamiento de otros tipos de violencia y enfermedades.
El comportamiento sexual como ejemplo
En nuestro medio, independiente del subgrupo social aunque en diferente magnitud, existe la creencia común de que los hombres están empoderados sexualmente. Por supuesto los hombres saben que esto es una tontería. Como generalidad, son las mujeres las que deciden si quieren tener sexo o no, no los hombres. Es en la universidad donde más los jóvenes aprenden esta lección, pero sus orígenes vienen del hogar y del grupo social y económico en que se desenvuelven.
Esta presión de ser sexualmente dominante mientras se reconoce que no es posible, puede desempoderar tanto a hombres como a mujeres, e igualmente conducirlos a comportamientos no deseables y agresivos. Los roles y normas de género, juegan desde la infancia un papel en el comportamiento sexual entre hombres y mujeres y entre padres e hijos. A menudo, se asume que desde tierna edad, los hombres dominan sexualmente a las mujeres (incluso se habla de infantes a madres) pero según los psicólogos se necesita investigar más a profundidad todo esto aún, pues errores en clarificación de roles de género y poder jerárquico, basados en suposición, puede conducir a la pérdida tanto de poder como de la capacidad de controlar el comportamiento sexual individual y entre mujeres y hombres, así como a una mayor toma de riesgos sexuales y conductas antisociales. La orientación social de género familiar, escolar y comunitario, basada en prejuicios y suposiciones que se han convertido en patrones culturales, es una condición que ha apoyado las desigualdades y la jerarquía de poder social de los unos sobre las otras. La creencia también está vinculada a un mayor sexismo hostil, más actitudes negativas hacia los derechos de las mujeres, una mayor tolerancia al acoso sexual y una mayor preferencia por los roles de género tradicionales de dominio en muchos aspectos de la vida, que van más allá de la sexualidad. Y lo peor de eso es que colapsa la evolución de una mejor tolerancia y comprensión, lo que lleva a hombres y mujeres a respaldar la orientación del dominio social a resultados negativos tanto en el dominado como en el dominador y en general en la sociedad, su estructura y funcionamiento.
No todos los subgrupos sociales manejan de igual manera ese aspecto cultural, pero pareciera que eso es solo cuestión de magnitud (al respecto, se hace necesaria más investigación). Por ejemplo, algunos estudios nacionales e internacionales, han demostrado que las mujeres en edad universitaria son menos propensas que los hombres en edad universitaria a respaldar la opinión de que los hombres deberían dominar sexualmente (no sabemos si esa aseveración subjetiva, tiene un respaldo en la realidad, aunque algunos afirman que no). Para una nación, en que el creer y aceptar de parte de hombres y mujeres las desigualdades de poder social y la jerarquía entre géneros se considera algo natural y con connotación de justo, no solo hace más probable un respaldo y actuar encaminado a que los hombres deberían mandar y disfrutar de privilegios y derechos, aun pasando sobre el prójimo femenino, sino que facilita a que sea menos probable que la mujer ejerza una ciudadanía útil, verdadera y tenga una participación política activa, marginado de esa manera a la mitad de la población a ejercer un derecho ciudadano.
En resumen los hallazgos de las investigaciones en cuanto a comportamiento enfocado en desigualdades de género y sexo, sugieren que las creencias sobre el poder en esto y lo que gira a su alrededor, pueden desempeñar un papel clave en las actitudes de hombres y mujeres hacia el comportamiento de muchos aspectos de su estilo y modo de vida no solo sexual, sino potencialmente en sus decisiones de varios aspectos importantes de su vida, al igual que la formación de comportamientos de protección que afectan más allá del individuo, a la familia y sus miembros y a la de la comunidad y la nación también.
La orientación y la dinámica del dominio social en las relaciones heterosexuales, debería ser motivo de análisis no solo social sino político también porque potencialmente disminuye en mucho la autoeficacia y eficacia social de la mitad de la población y también su interés en los aspectos político y social más allá de un núcleo.