Alfonso Mata
El Internet, los medios de comunicación suelen contener verdades mentirosas que sin tener suficiente fundamento se lanzan al aire. Todo eso ocupa un gran espacio en la vida actual de las personas y resulta más que evidente que ese espacio, rápido genera una duda: veracidad e intencionalidad.
En la evolución de la Covid-19, se ha pasado de las llamadas terapias caseras, que tanto abundaron en los primeros meses, al presunto peligro y duda sobre las vacunas; la tiranía de la green-pass; el uso de las mascarillas, y el distanciamiento y su impacto en la libertad individual. En definitiva, una gran cantidad de temas que se originan en el debate científico, pero que en el diario vivir se solucionan en actitudes y prácticas más basadas en creencias y costumbres y negaciones, provocando ello discusión en la vida de todos, discusiones acaloradas con consecuencias de todo tipo.
En principio y a estas alturas de la pandemia, muchos de los expositores a favor o en contra de aspectos relacionados con su control, su causante, su patología y complicaciones, están familiarizados, algunos con conocimiento profundo del arte, la literatura, la filosofía, el derecho, la política que gira alrededor de la Covid-19, pero no con la ciencia necesariamente. E independiente de lo que hace, dice, afirma y confirma la ciencia, parece predominar un llamado régimen de democracia intelectual para actuar, aceptar y cumplir.
El derecho de opinión es fundamental, pero por lógica, no se sigue en absoluto que todas las opiniones tengan el mismo peso y la dificultad se vuele ¿a quién creer? y entonces y acá la primera consideración, es crucial precisamente el método mediante el cual determinamos el peso que se le debe dar a una opinión sobre un tema determinado. Aún tenemos que ser más específicos: no es lo mismo que hable un médico a un científico sobre la pandemia. El científico en cuanto origen comportamiento y características del virus y la evolución fisiopatológica y celular que este puede producir, puede tener mucho mejor andamiaje de argumentos que el médico que la puede tener mucho mejor en cuanto a cómo se desarrolla y evoluciona la Covid-19, sobre el tratamiento de casos y evolución de respuestas. A lo anterior y en ambos casos, debemos añadir de dónde está viniendo la información. No es lo mismo la opinión de una persona, que de un grupo y del grupo de dónde viene. Hay centros especializados en determinada enfermedad, y que por ello y su trabajo desarrollado, son más completas sus apreciaciones. Un instituto de cancerología lo es en ese campo, pero no lo es en Virología. Un instituto Pasteur, Koch, los de salud británicos, los nacionales de Suecia, Norteamérica, tienen más capacidad de integrar conocimiento que un solo individuo. Alguien que ganó un premio nobel en un campo, no necesariamente es “experto” en otro.
En términos democráticos, básicamente cuando una opinión es producto del cómputo de varios expertos que comparten una determinada tesis sobre algo mediante la expresión de unanimidad, se vuelve altamente creíble. Sin embargo, esto no ocurre con todas las preguntas planteadas, algunas ni los grupos más especializados pueden responderla. Se conoce del beneficio de la vacuna contra Covid-19 manifestado por unanimidad por los centros de investigación de diversas partes del mundo, pero no se es unánime en cuanto a duración de la inmunidad de la vacuna y si esta es diferente en su forma de funcionar a la natural. Es decir, existe una serie de reglas para evaluar incluso qué es lo que vale la pena discutir y sobre qué debemos decidir, incluso antes de entrar en el fondo como es porqué se plantea una pregunta, con qué fin. Hay opiniones consideradas irrelevantes o, en cualquier caso, no dignas de discusión. El conjunto de reglas para decidir qué opiniones son ilícitas, cuáles son irrelevantes y cuáles son dignas de discusión, y finalmente para que se decida cuáles son aquellas opiniones que consideramos correctas y cuáles pueden constituir la base de una decisión, es necesario que se haga en un orden democrático de explicación y decisión.
Entonces estemos atentos: en una democracia, puedo expresar casi cualquier opinión, pero no es del todo cierto que toda opinión merezca atención, representación y, por tanto, discusión pública. Si realmente fuera necesario discutir todas las opiniones para vivir en democracia, la democracia no podría ser más que una quimera.
Una vez establecidos estos pocos elementos, intentemos examinar la discusión de opiniones de carácter científico.
En primer lugar, en una discusión científica se puede discutir solo un cierto tipo de opinión, o tesis: aquellas que están sujetas a investigación a través de la recopilación y análisis de hechos experimentales (excepto en el caso en que puedan derivarse mediante un procedimiento lógico –matemático, a partir de supuestos bien establecidos). ¿Por qué? Por la sencilla razón de que las opiniones científicas no se pesan sobre la base de los que la dicen, sino sobre la base de los hechos que las sustentan ¿por qué? Porque la ciencia no es un proceso que cuestiona a los que opinan, sino al mundo físico. Si usted está analizando la mecánica del voto analiza el procedimiento, que en democracia es el que establece las reglas electorales y parlamentarias de votación, no sobre los que opinan del voto fulano o mengano. En el debate científico, al contrario del ordinario, lo válido es que los hechos hablen, no los científicos; y para que los hechos puedan discriminar entre tesis alternativas, es necesario que estas tesis u opiniones se formulen adecuadamente. El tiempo de protección de las vacunas, solo se sabrá exactamente luego de uno o dos años. Este principio lleva a descartar de la discusión muchas de las ideas de interlocutores científicos improvisados que aparecen en Internet, que creen que basta con enunciar algo para tener derecho a debatir y credibilidad, quienes luego en la frustración de no recibir respuesta acusan a los científicos de «cierre mental». Así como no se emite un voto al azar durante una elección, por ejemplo, no se escribe en las paredes, sino que se procede a través de una cabina de votación y una certificación para sopesar el consentimiento de una tesis política determinada, así sucede que, en ciencia, formular una opinión requiere hacerlo de manera que pueda ser ponderado y evaluado por el método científico y leído y a disposición de todos.
Entonces y para resumir: son los hechos, y no las cabezas, los que dan peso a las diversas opiniones de los científicos o de cualquier otra persona. Los hechos a través de un riguroso sistema de ponderación. Igual de rigurosa, es la forma en que se expresa el voto y se mide la voluntad del electorado. Además, si se pretende no solo formular una opinión científica, sino también sustentar su veracidad, es necesario aportar algunos hechos recogidos que la sustenten; hechos que incluso en este caso no pueden provenir de lecturas o experiencias aleatorias de Google, sino de la aplicación de un método para su recolección y un análisis estadístico para determinar su fuerza. Así como para decidir qué opinión prevalece en el Congreso no se procede por sentimiento, sino sobre la base de normas y métodos predeterminados.