Alfonso Mata

El COVID-19 ha asolado no solo el cuerpo de muchos sino el espíritu de todos; no nuevo en este tipo de eventos. En 1792 Timoteo O’Scanlan, pionero de la práctica inoculatoria, describía así la malignidad de las epidemias y la impotencia de los médicos ante la enfermedad: “Si hay males que no puede vencer la naturaleza por sí sola, y los vence con el auxilio de la medicina, como se palpa en la infección venérea, hay otros, cuya malignidad resiste muchas veces los esfuerzos del arte, debiendo ocupar las viruelas el primer lugar en esta clase mortífera de enfermedades; pues, entre cuantas acometen al género humano, ninguna causa mayores estragos que ellas. Son una guadaña venenosa que siega sin distinción de clima, rango, ni edad, la cuarta parte del género humano, constando por repetidas observaciones, que la décima parte de cuantos anualmente pierden la vida, son víctimas sacrificadas a esta cruel hidra, y que otros tantos individuos quedan ciegos, estropeados, y por consiguiente reducidos a ser carga pesada al Estado”.

¿Qué deja el COVID-19 dentro de nuestra sociedad? descontento e impaciencia, violencia y agresión. Se puede medir esto no solo por las muertes, sino por la situación caótica en que está viviendo la mayoría de la población: un estilo de vida cargado de todo tipo de brutalidad y en donde el temor ha pasado a ser un medio legítimo para la consecución de objetivos, que cada vez genera más aversión de unos a otros.

En estos momentos, de COVID-19 ya se conoce y se sabe que su avance y daño está ligado no solo a una vacuna sino a las medidas sanitarias también. Ambas cosas para funcionar, demandan de una conciencia y organización social, pues todos somos focos de su aparecimiento y diseminación. La culpa del estado actual del COVID-19, no solo es política, es social también.

Qué está sucediendo en este momento: lo de siempre. En las grandes ciudades, el COVID-19 continúa y probablemente continuará presente; en las comunidades más pequeñas, sólo aparece cuando se introduce desde fuera y se extiende rápidamente, cuando el número de personas no inmunizadas, por no haber padecido la enfermedad o vacunado, se difumina. ¿Qué podrá suceder si la campaña de vacunación sigue siendo mala?: Periódicamente, se va a desatar una epidemia más amplia y más fuerte que la anterior y eso propicia a que pueda modificarse el virus y volverse más letal, más trasmisible, menos controlable.

Desde finales del siglo XVIII y principios del siguiente, los médicos en nuestro medio reconocieron que el intento de informar al público, constituía una forma adecuada de no solo entender la naturaleza de los procesos de las pandemias y epidemias sino centro de su control. Al cabo de los años, cuando la vacuna se tuvo, el mismo Timoteo O’Scanlan dirá y divulgará al público, los beneficios que de una vacuna cabe esperar: 1º Disminuye la mortalidad, 2º Disminuye las complicaciones, 3º Que en lugar de aumentar y propagar el contagio, ataja y disminuye la pandemia 4º No destruye las funciones del cuerpo, antes bien las conserva integras y útiles al servicio de la sociedad. 5º es un método fácil y seguro para todos 6º Las vacunas rara vez han tenido funestas consecuencias, ni se oyen contra ellas tantas quejas que den justo motivo para dejarlas de usar. Y finaliza diciendo: Pintura tan opuesta al de los casos que atienden los médicos, cuadros de horror y de peligros seguido de lamentables tragedias. Y sentencia y dros ablemente continuarores señalan fecta finanzas y econom muerte a que mataajo para la que no fue ni est: “dejar que la naturaleza resuelva acompañada de suavidad es un error, es darle un trabajo para la que no fue ni está preparada sin que signifique un coste alto para la humanidad y una desconfianza hacia la obra de Dios, al habernos brindado sabiduría”.

Cuando se introduce por primera vez la inoculación, simultáneamente surgen sus detractores y apenas empezada la campaña, las voces en contra se dejan oír y los defensores de la campaña señalan: “Esta invención ha padecido muchas contradicciones, como la suelen padecer todas las novedades por útiles que sean. Algunos están ya persuadidos de la necesidad y conveniencia de la inoculación; otros perseveran en su duda o en su tema; pero el tiempo, desengañador de todo, hará que se establezca universalmente un remedio tan útil al género humano”. De igual manera a lo que sucede hoy “Muchos negaban que la inoculación provocase la viruela verdadera (ahora la COVID-19), con lo que tampoco produciría la inmunidad esperada; se decía que las muertes tras la inoculación eran más numerosas que las provocadas por la propia enfermedad (la misma desconfianza). Los moralistas objetaban que, en conciencia, no podía realizarse, porque suponía exponer la vida a un riesgo grave e innecesario y no digamos: Dios no lo permite, él sabe lo que hace”.

Los médicos eran de los más fuertes objetores del carácter socio-epidémico que estaba detrás de las vacunas: acusaban a la inoculación de mantener constantemente focos de viruela, que favorecían la formación y propagación de nuevas epidemias. Ciertamente, en aquellos tiempos, eso se producía en los casos en que la operación era realizada sin las debidas precauciones, por manos inexpertas o ajenas a la profesión, pero de lo particular se pasaba a lo general al igual que ahora: de una muerte a que mata. Se preguntaban también los médicos anti-inoculistas, si existía la posibilidad de introducir en el organismo junto con la viruela, alguna otra enfermedad. Los partidarios del método intentaron justificar su postura con la propia experiencia y con las pruebas estadísticas de mortalidad y morbilidad de la inoculación. El hecho inquietante de que algunos individuos inoculados habían sufrido nuevos ataques de viruela, alguno de ellos fatales, eran factores que intensificaron la polémica. Pero, pese a todo, los resultados de la inoculación eran claros: protegía a más, que dejar que las cosas naturales actuaran y a partir de entonces, de antes de la independencia de Guatemala, ya se practicaba la inmunización.

Por lo tanto, las opiniones sobre vacunas ya estaban divididas: los filósofos y los gobernantes se mostraban generalmente partidarios de la inoculación, la cual consideraban como uno de los mayores logros de la razón en beneficio de la humanidad. Se dice que uno de los factores que influyó decisivamente en la aceptación de esta práctica preventiva y su apoyo político, es que fue un momento en que los monarcas y gobernantes adoptaron una actitud filantrópica, que les llevó a sentir la responsabilidad de la salud pública de sus súbditos, pero también razones económicas: las personas enfermas y la mortalidad afecta finanzas y economías; lo cual junto con lo anterior, mostraba las graves repercusiones de un inadecuado estado de salud en la población y condujo a la promulgación de decretos que favorecían la inoculación en amplios sectores de la sociedad.

O’Scanlan reforzaba en pro de la vacunación diciendo: “Todos, sin diferencia, contribuirán por medio de ella (inoculación) al bien de la sociedad, al aumento de la población y al fomento de las artes y de la industria. Cada particular, como miembro del mismo cuerpo político, ayudará a promover el beneficio público y a desterrar las reliquias que puedan subsistir de la antigua preocupación, mirando como ignorante y obstinado al que se atreva a negar los felices efectos de la inoculación, confirmados por millones de experimentos hechos en la Europa de setenta años a esta parte”.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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