Alfonso Mata
No todo es nuevo
Probablemente la pandemia COVID-19, no será la última. Y esto no es de extrañar: las enfermedades infecciosas son las compañeras eternas de la humanidad. A lo largo de la historia, han funcionado a veces como reguladoras de la población humana. Y en la actualidad, anualmente se registran 1-2 nuevas enfermedades o sus patógenos. La mayoría de ellos son el resultado del movimiento del patógeno de una animal al ser humano, cambiando su nicho ecológico. La pandemia de COVID-19 ha puesto de relieve el estrecho vínculo entre la salud humana y animal y la existencia del planeta en sí.
Y con qué contamos para contenerlas
Es ya conocido y aceptado por el personal de salud, que ningún sistema de salud de carácter nacional o local puede evitar y contrarrestar efectivamente una enfermedad, sin tener conocimiento de cuándo y en dónde y bajo qué condiciones los casos de la enfermedad están ocurriendo. El camino para el éxito requiere de varias herramientas: 1º la cooperación entre el personal, la población y las autoridades 2º recursos adecuados para la detección y control de casos 3º igualdad y equidad en manejo de brotes, pandemias y endemias y prevención y tratamientos oportunos y suficientes.
La cooperación profesional significa coberturas adecuadas de servicios de atención y prevención. El médico es quién examina la mayoría de casos y el que debe levantar la señal de alarma, en su defecto el personal de enfermería. Lo increíble en muchos países y existen estudios al respecto, es que muchos médicos y personal de salud, se oponen a hacer esto, ya sea por desidia, falta de un sistema de información adecuado, mal diagnóstico y eso ética y legalmente es erróneo e incorrecto.
Es claro que el sistema de salud, las autoridades de un país, al autorizar al médico para que ejerza su profesión, le confieren un privilegio: remediar y prevenir los sufrimientos de su prójimo. El gobierno al concederle este privilegio, puede exigirle (de hecho lo hace) obligaciones. Una de ellas es denunciar los casos de diversas enfermedades, especialmente las contagiosas. Pero a ello se suma la ética profesional que consiste en este caso en la obligación por hacer bien al prójimo y evitar complicaciones de muertes gastos mayores no solo al que le paga (el cliente) evitando que la padezca y curando sino también a la población. Es incompatible con el ejercicio profesional, que se deje de difundir un mal, sabiendo que se puede contener.
Entonces resulta claro el papel del médico: contribuir a evitar que una enfermedad se convierta en un problema local.
La segunda herramienta para atacar un brote es la existencia de recursos para vigilar, detectar, analizar e intervenir. A estas alturas por ejemplo y respecto al SARS-CoV-2, es inconcebible que: por causas políticas, comerciales, aun científicas, se discuta todavía sobre el origen del virus y la enfermedad. Que todavía las hipótesis se planteen en dos campos: La primera es una ocurrencia natural en la que el SARS-CoV-2 pasó de un animal a un humano en un entorno natural, una granja o un mercado de alimentos. La segunda: que sea una infección relacionada con el trabajo de investigación que se estaba realizando sobre virus similares al SARS (es decir, virus relacionados con el virus que causó la epidemia de SARS en 2002-04). Fuga del laboratorio.
No es morbo o curiosidad lo que mueve a querer saber de dónde vino el COVID-19. El origen de la pandemia es un tema de inmensa importancia para establecer sistemas de vigilancia y actuación más rápida. Que la cuestión del origen del patógeno siga sin resolverse, implica una falta de transparencia y claridad en el debate, que indudablemente tiene su origen en cuestiones políticas, comerciales e industriales. Es claro que las dos hipótesis dirigen la atención a dos conjuntos diferentes de preocupaciones y medidas de política, ciencia, control social y ambiental. El predominio de otros intereses, es claro que fue un factor en la propagación de esta pandemia. Pero a la vez la falta de preparación (la ciencia y la técnica existían y estaban disponibles) para control y manejo adecuado de brotes, es sin lugar a dudas un facto de gran importancia al respecto.
Todos estamos cansados del coronavirus ¿Cuánto tiempo se quedará con nosotros?
Las predicciones sobre esto son inconsistentes pues en parte su origen no se aclara. No hay un orden sobre el estudio y análisis de la presencia y evolución de casos de sintomáticos y asintomáticos, ni nacional ni internacional. La pandemia lejos de ser un problema de salud manejado bajo ese criterio lo es política, económica e industrialmente. Nadie puede predecir hoy cuándo llegará el fin de la pandemia aunque el entusiasmo apunta a que a principios del 2022 dejaremos la pandemia en el pasado, pero el coronavirus en sí, por supuesto, no desaparecerá, lo que es cada vez es más evidente, es que desaparecerá la necesidad de medidas restrictivas estrictas.
Independiente de esta pandemia, resulta un hecho real que el número de brotes mundiales de enfermedades infecciosas se han acelerado. Los principales brotes de este siglo: SARS, la influenza, el Ébola y la el Zika, todas ellas y otras más están al acecho, pero otras perviven como el caso del VIH. El VIH se apoderó y permanece con nosotros, todavía no hay vacuna contra él; millones dependen del tratamiento antirretroviral para seguir con vida y millones no tienen aún acceso a ello y todavía se producen nuevas infecciones a un ritmo inaceptable. En nuestro medio, es una pandemia que ataca a hombres, mujeres y niños.
Indudablemente el crecimiento de la población, el desorden urbano y rural y las modificaciones y tensiones ambientales que acompañan todo lo anterior, junto a regímenes políticos llenos de injusticias, desigualdades e inequidades, están impulsando un aumento de nuevos patógenos emergentes; lo que significa que un virus puede llegar a cualquier lugar del mundo en cuestión de horas.
¿Qué estamos observando?
Que el virus a pesar de lo que estamos haciendo se sigue reproduciendo. Por el momento, las mutaciones que conocemos se están produciendo, nos da ninguna razón para hablar de su debilitamiento.
¿Podemos hablar de desidia? Claro que sí y no podemos hablar de que no teníamos ni idea de cómo actuar. Desde la última década del siglo pasado, especialmente en los países asiáticos, pero también en los más desarrollados, se venían realizando esfuerzos concertados para aumentar la preparación para la pandemia, pero gobiernos como el nuestro aún carecían y carecen de planes de preparación sólida y capacidades básicas de salud pública, así como una coordinación multisectorial organizada. Una evaluación de la OMS basada en el Reglamento Internacional de Salud (IHR) (2005), dio un puntaje promedio global de 64 de 100 para preparación antes de la actual pandemia. Nuestro país, pese a tener una legislación al respecto, no poseía un financiamiento en apoyo a las capacidades de prevención de emergencias de salud, detección y respuesta necesitadas en una pandemia. Pese a todo lo anterior, lo que sí parece muy claro y ha sido y sigue siendo evidente, es la falta de un liderazgo político, la desconfianza y falta de apoyo a las instituciones gubernamentales y la lentitud de respuesta de una sociedad poco solidaria, no digamos la falta de acceso a la atención sanitaria y médica.