Alfonso Mata

Las barreras de la emoción y la ciencia

De la lectura de los capítulos anteriores de esta serie, podemos inferir que la tragedia de la vida y la obra de Ignaz Semmelweis es producto de varias hechos; dos de manera especial: La primera, el rechazo de su gremio intelectualmente no preparado para aceptar su hipótesis por varias razones: su método poco ortodoxo atentaba contra el establishment médico y social, en parte contra la tradición cristiana de que los peligros del parto eran algo inherente a la vida de las mujeres. La segunda tiene que ver con su personalidad. Con su carácter de extraño y excéntrico que lo colocaban ante sus colegas como poco digno de tomarle en cuenta. De tal manera que se aunaban en ese rechazo ignorancia y parte emocional.
La forma en que narra el propio Semmelweis su hallazgo reúne esa dualidad: «Totalmente destrozado, cavilaba sobre el caso con intensa emoción, hasta que de repente un pensamiento cruzó por mi mente; Inmediatamente me quedó claro que la fiebre puerperal y la muerte del profesor Kolletschka eran una misma cosa porque ambas consisten patológicamente en los mismos cambios anatómicos. Si, por lo tanto, en el caso del profesor Kolletschka. . . cambios sépticos. . . surgió de la inoculación de partículas de cadáveres, entonces la fiebre puerperal debe tener su origen en la misma fuente. . . . «. Sweisen sin jamás haber visto un microbio y menos asociándolo con las enfermedades había -se diría hoy- intuido el origen del problema; había descubierto a los culpables de la propagación de la fiebre puerperal «. . . los dedos y las manos de estudiantes y médicos, manchados por disecciones recientes, llevan esos venenos mortíferos a los órganos genitales de las mujeres durante el parto. . . » Y ante sus colegas hospitalarios y universitarios señaló una y otra vez » los estudiantes de medicina y los médicos con frecuencia comenzaban el día en la sala de necropsias antes de examinar a los pacientes, y sus manos a menudo olían a material cadavérico. Las parteras, por otro lado, por lo general no realizaban o ni siquiera asistían a las autopsias y eso explicaría las diferencias en las estadísticas de mortalidad entre la Primera y la Segunda sala de obstetricia del hospital».
Lo grande de Semmelweis es que no se resigna ante la adversidad y busca la solución al problema e implementa acciones. Es tan temprano como 1847 cuando esos sucesos tienen lugar y ¡correcto! su pensamiento y su trabajo sigue toda una línea de reflexión que los estudiosos lo han resumido así.

Y con ello redujo el número de casos y muertes en las salas por donde se implementaron sus medidas. Estas medidas prácticamente eliminaron la fiebre puerperal en las salas.
Semmelweis entonces: descubrió, implementó y solucionó y la pregunta se vuelve ¿por qué falla? ¿Por qué el reconocimiento lo elude?
Algunos afirman que fue su carácter que le granjeó oposición; desde la de su jefe Klein hasta la de los jerarcas de las facultades y asociaciones médicas. Pero a eso y ya lo dijimos, le tenemos que añadir tradición, costumbre, falso pensamiento que muchos estudiosos arguyen: Lavarse las manos era un insulto a la imagen y el orgullo de los médicos, ya que las manos de los médicos estaban destinadas a curar enfermedades y no pueden ser una causa de propagación. La evidencia queda enceguecida ante la tradición que conforma un modelo de emociones que fija normas que actúan incluso contra la razón, forma de razonar y aceptar sus conclusiones.
El otro elemento del rechazo decíamos, él lo crea provocando confusión entre aspectos racionales y emocionales en su trabajo y en sus escritos. A la par de su creencia tantas veces repetida «Mi doctrina se produce para desterrar el terror de los hospitales, para preservar a la esposa del esposo y la madre al niño», dedica la mayoría de sus esfuerzos, a escribir cartas abiertas y diatribas contra los no creyentes de lo que él afirma, llamándolos asesinos. En uno de sus pasajes más mordaces, lanzó estas palabras contra el profesor Friedrich Scanzoni, un influyente profesor de obstetricia en Würzburg: «Si, señor, sin haber refutado mi doctrina, continúa enseñando a los estudiantes y parteras a entrenar que la fiebre puerperal es una epidemia y ordinaria enfermedad…te proclamo ante Dios y el mundo ser un asesino y la historia de la fiebre puerperal no te haría una injusticia si, en oposición a mi descubrimiento que salvó la vida, te inmortalizara como un médico Nerón».

 

Hospital en Viena en donde trabajó Semmelweis
Sus argumentos científicos eran incompletos y rápido entra en desesperación y en lugar de dirigir su brillante mente a refutar el post hoc ergo propter hoc que se le aplicaba a su argumentación por sus detractores, pierde su tiempo en discusiones banales, cediendo su defensa a otros. Por ejemplo, su amigo Friedrich Wieger (1821-1890), obstetra de Estrasburgo, publicó en 1849 un relato exacto de la teoría de Semmelweis e informó de un caso en el que el agente causal se originó a partir de una fuente distinta a los cadáveres. Tampoco se informa mejor de lo que ocurre alrededor del tema en otros lugares. Por ejemplo, el médico y poeta norteamericano Oliver Wendell Holmes (1809-1894) publica en 1843 con el título de «Sobre el contagio de la fiebre puerperal» la siguiente recomendación  «un médico dedicado a atender partos debe abstenerse de participar en necropsias de mujeres fallecidas por fiebre puerperal, y si lo hiciera deberá lavarse cuidadosamente, cambiar toda su ropa, y esperar al menos 24 horas antes de atender un parto» Afirmación que no tuvo tampoco eco en la Norteamérica de entonces.

Pero también se identifican dentro del trabajo de Semmelweis, errores de información: por ejemplo, él jamás insistió que había identificado la única causa de la fiebre puerperal, sin embargo, su amigo, médico de prestigio y respeto dentro del gremio Joseph Skoda, defendiendo su trabajo ante la academia de Viena, cometió el error de mencionar como agente causal solo los cadáveres. Es una lástima que Semmelweis se haya demorado once años en publicar en forma científica seria, los hallazgos y fundamentos de sus investigaciones. De tal manera que durante décadas ni las estadísticas probatorias de su teoría, ni los escritos de Friedrich Wieger, ni de sus otros amigos en favor de las recomendaciones de la asepsia ante su teoría, convencen a las academias. Un editorial de la Gazette médicale de Paris en 1850, rechazó como prueba de que la desinfección de las manos había provocado la reducción de la mortalidad, con el siguiente argumento: “No queremos afirmar que la doctrina derivada de estos hechos sea intrínseca y completamente errónea; simplemente creemos que esta doctrina no se sigue lógicamente de estos hechos; por ejemplo, la notable caída en un año y medio, a partir de la puesta en práctica de la medida de lavado de manos, podría deberse a una circunstancia completamente diferente. ¿Quién no está familiarizado con las caprichosas y singulares fluctuaciones de las epidemias, y especialmente de las epidemias de fiebre puerperal?”.

Semmelweis no solo fue un médico, creció profesionalmente guiado por una sólida moral que valoraba tremendamente la vida como el mismo lo manifestó. “El deber más importante de la medicina es salvar vidas humanas amenazadas, y la obstetricia es la rama de la medicina en la que este deber se cumple de manera más evidente”. Fue un hombre de formación y hacer interdisciplinario, dentro de un círculo científico muy pobre.

Alfonso Mata
Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.
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