Alfonso Mata
La testarudez por saber y solucionar
Para el genio no hay recurso pequeño, sólo existen los posibles o los imposibles escribió un biógrafo de Semmelweis. Los meses pasaron y sin saberse si fue por la insistencia de Semmelweis o la desesperación de Klein, lo cierto es que se reunió el comité de investigación del hospital, formado de viejos y distinguidos médicos y no pudiendo quedar callados ante la queja, declararon que la diferencia de muertes entre los pabellones obedecía a hacinamiento (cosa que no era cierta) y a la mala atención brindada a las parturientas de parte de los estudiantes de medicina y médicos en la sala primera, mientras que en la segunda eran atendidas por parteras que eran más suaves y delicadas en el trato (la profesión de partera era una carrera universitaria)
Cuentan que Semmelweis al saber de esa decisión, rió y criticó fuertemente no solo la forma de investigar sino de analizar de aquella honorable junta, pero él también peca de ingenuo y acepta testar que sea el temor el causante del mal puerperal (habían más de treinta teorías) y pide al sacerdote y su comitiva que así como en la sala segunda entran directamente sin pasar por otras, lo haga en igual forma en la primera. Se realiza el experimento y no se produce cambio alguno. Prueba entonces alterar la posición de la madre al momento del parto igualándola a como lo hacen las parteras de la sala segunda: tampoco le funciona y ya para entonces, tampoco funciona su puesto del que es de nuevo retirado, tiempo que aprovecha y piensa en irse a Dublin, a averiguar porque ahí había menos muertes y al final se decide mejor por unas vacaciones y viaja a Venecia para tomar nuevos ánimos.
Al regresar de su viaje, se le contrata de nuevo y se entera que su amigo Jakob Kolletschka, doctor en patología ha muerto e inmediatamente su curiosidad lo lanza sobre el informe de la autopsia del maestro amigo y rápido se da cuenta de que la enfermedad que había causado su muerte, coincidía con la fiebre materna o puerperal y se topa en su lectura con otro hallazgo: que un estudiante de medicina había ayudado a Kolletschka en su última autopsia y lo había herido con el bisturí en la mano. ¡Autopsia, sangre, manos! se unen en el cerebro reflexivo de Semmelweis, que configura la relación y rápidamente establece su hipótesis: la fiebre puerperal la causan los médicos y los estudiantes al ir a la sala primera de maternidad sin desinfectar las manos después de una autopsia y examinar a las mujeres embarazadas con las manos infectadas.
Desde ese momento le es claro que esta era la razón por la que la fiebre materna era un fenómeno mucho menos común entre las mujeres embarazadas tratadas por parteras, que entre las tratadas por médicos y estudiantes de medicina. Y rápidamente pasa a la solución: lavado de manos con agua y jabón abundante. Claro que los médicos se lavaban las manos, pero no de forma correcta y sin remover de ellas ese veneno proveniente de la sangre y los tejidos en descomposición de los cadáveres pues Semmelweis pensó que había descubierto la causa de la muerte que era un veneno que viajaba dentro de las olas del torrente sanguíneo y se producía y vivía dentro la materia orgánica descompuesta que se impregnaba en manos, profundamente en sus pliegues. Su curiosidad viaja aún más allá. Después de probar varios productos químicos en la primavera de 1847, elige el cloro como desinfectante y establece la solución: lavado con agua y jabón realizado con un cepillo hasta el codo seguido del uso de cloro y exigido a los médicos, estudiantes de medicina y personal de enfermería antes de ingresar a las salas de obstetricia, y lavado de manos con cloro entre exámenes a las mujeres. La perseverancia de la norma redujo de 485 muertes en el pabellón uno en 1846 a 45 a fines del 48.
Hecha la norma para la sala uno, le viene el disgusto. La demostración científica de la hipótesis causal de Semmelweis sobre la fiebre y el tratamiento no la considera tan poderosa el mundo médico y si un poco onerosa. Sus medidas y supervisión se tornan extremadamente impopulares entre sus colegas que simplemente no toman en serio la evidencia estadística, a pesar de que, como resultado de sus disposiciones, la tasa de muerte por fiebre de maternidad baja dramáticamente en ambas salas volviendo igual la incidencia de muerte y aunque el 15 de marzo de 1850 a los 32 años pronunció una conferencia sobre fiebre materna en la Asociación Médica de Viena con buena aceptación, sus opiniones fueron rechazadas en la universidad.
Ante tanta oposición y dificultades laborales, pierde de nuevo el empleo y durante algún tiempo se dedica a detener en las calles a parejas de enamorados y madres embarazadas y les explica su teoría y las motiva a que exijan de sus médicos el lavado de manos antes de que las atiendan.
Finalmente y un poco frustrado, regresa a Pest, Hungría en donde como médico jefe honorario no remunerado, se hizo cargo del departamento de obstetricia del Hospital St. Roch, que funcionaba como un hospital público en esa ciudad y se le conceden los privilegios para administrarlo, no sin cierta oposición y resentimiento de sus colegas por sus métodos. No obstante fue nombrado profesor de obstetricia teórica y práctica en la Universidad de Pest y con su trabajo y liderazgo, para 1857 logra reducir la tasa de muertes por fiebre materna en el hospital al 0.85 % y se casa con María Weidenhofer, con quien procreó cinco niños de los que solo tres alcanzaron la edad adulta. Finalmente y aun con oposición pero con poder, emite su famosa instrucción del 27 de mayo de 1861 a todas las puertas de la clínica, cuyo título completo es: » Instrucciones para la plaga m. k. Universidad, para estudiantes y alumnas de obstetricia, para prevenir la fiebre en la cama». En ella ordena lavarse las manos con agua clorada antes de examinar a las mujeres embarazadas y madres, indicando primero el motivo “La mayor parte de la fiebre del parto proviene de que los alumnos y alumnas examinen a sus madres con un dedo manchado de material de animal descompuesto» y en ese comunicado indicaba también «Como resultado, los médicos que se ocupan de los cadáveres o los casos mencionados anteriormente no pueden ser admitidos en obstetricia práctica» y finalmente venía la orden e instrucción del proceso de asepsia. Semmelweist ya para entonces era jefe del Departamento de Obstetricia. Ocupó este cargo durante diez años, que marcaron la culminación de su trabajo. Además de sus funciones como director, participa en los trabajos de varios comités universitarios, y desempeña, entre otras cosas, las funciones de bibliotecario de la biblioteca del personal docente de la facultad y dirige el Instituto Central de Vacunas contra la Viruela dentro de la universidad.