Alfonso Mata
La pandemia de COVID-19 ya se ha cobrado millones de vidas y asestado un poderoso golpe a la economía y al estilo y modo de vida de miles de miles de personas, daño del que no se recuperará pronto el mundo.
En lo demográfico, el daño de la pandemia ha sido considerable en el grupo de población mayor de 60 años, que directa e indirectamente ha sido el más afectado, pero también ha puesto en mayor riesgo el desarrollo del niño.
Es ya conocido, cómo las medidas de distanciamiento social han afectado el estilo de vida cotidiano de todas las edades y disparado los factores de riesgo que inciden sobre estilos y modos de vida, y desarticulado la planificación y comportamiento de los sistemas de salud, provocando aumento de la morbimortalidad nacional.
En el campo de la salud, el impacto de la pandemia debe verse desde varias perspectivas. Desde el campo institucional, su demanda ha ocasionado trastornos en la forma de realizar y entregar servicios y distribuir y usar recursos, sin que a la fecha se conozca aun a profundidad su efecto negativo tanto en la atención como en la prevención de otras enfermedades, como de la propia pandemia, a causa de haber rebasado la demanda de servicios, la capacidad de oferta, ocasionando desequilibrios en la atención a la morbilidad general y específica, siendo en ello los máximos perdedores y afectados, los que padecían y empiezan a padecer enfermedades crónicas y los incapacitados por accidentes. En consecuencia, la crisis del sistema de salud, ha impuesto un gasto adicional al bolsillo del ciudadano, que probablemente está contribuyendo de manera importante al empobrecimiento de la familia e individual.
Por otro lado, la letalidad de la pandemia al ser mayor en los grupos de edad que gozan de menos salud, la ha convertido sin quererlo, en un poderoso factor natural en la selección natural, eliminando a los individuos debilitados, de la población; pero a la vez, los gastos en salud, al aumentar la severidad de los casos existentes y nuevos de otras patologías, pueden haberse disparado. De tal forma que un estudio entre pandemia y epidemiología existente, no se ha realizado y tampoco resulta del todo claro, los cambios en la incidencia y prevalencia de las enfermedades, especialmente crónicas, que tienen que ver de manera importante no solo con la organización de los servicios de salud sino con la capacidad de cobertura de estos. Lo cierto es que la pandemia socavó la organización y funcionamiento del sistema de salud, cambiando relaciones laborales, comerciales educativas en este campo, impulsando el desarrollo de la tecnología en varios cambios de la vida cotidiana e institucional, pero también modificando patrones de conducta y hábitos sociales y de relación social, que ponen en riesgo el sistema y a las personas.
La participación del individuo, la visión de éste como promotor de la salud también ha cambiado. Antes de la pandemia, era para la gente más que evidente, que el manejo de la promoción, prevención y atención a la salud, era responsabilidad casi exclusiva del sistema de salud, estando poco relacionada con la vida real del ciudadano. A la gente esta pandemia la ha venido a sacar de su letargo de observador y a exigirle que la salud, el estado de salud, debe asumirla el individuo y la familia. De tal forma que sin quererlo y necesitándolo, el sistema de salud ha tenido que pasar de la teorización abstracta a la práctica compartida.
Aunque la pandemia se vislumbra su fin oficial en un par de años, las epidemias que quedaran de ella, seguirán arrasando y obligando a adaptarse a las nuevas condiciones de riesgo que ello produzca, demandando ello el aparecimiento de nuevas formas de atender la salud de la población: más ágiles y con metas de disminución de incidencia y prevalencia no solo en la atención al virus y enfermedades infecciosas, sino a todas las demás patologías también.
Actuar sobre eso ya se está haciendo: nuevas formas de vigilar las enfermedades, de darles seguimiento, de prevenir sus causales, de atender sus daños, de investigar nuevos fármacos y ponerlos al mercado, de crear escalas y nuevos modelos estadísticos y matemáticos y otros dispositivos necesarios para el desarrollo y análisis y divulgación de la información del comportamiento de las enfermedades y de los avances de la ciencia y del sistema de salud. Todos ellos aspectos que apuntan a fortalecer los sistemas de salud.
Otro elemento digno de entenderse dentro de la pandemia es el uso del tiempo; la vida y eficiencia del sistema de salud, depende del uso adecuado del tiempo. En el campo de la producción de fármacos preventivos (la vacuna) como curativos (medicamentos que curen) el desarrollo de investigación más activa se ha vuelto no solo motivo de más inversión de parte de gobiernos e iniciativas privadas, sino de colaboración entre estas, en búsqueda de menos costo en su elaboración y lanzamiento al mercado e incremento de producción y el desarrollo de vacunas, viene a demostrar que esto no es tarea de uno solo. El trabajo y la investigación en salud, ha venido a demostrar que en función del tiempo, la colaboración entre empresas comerciales, instituciones de salud y público es la mejor forma de actuar con rapidez y controlar la pandemia a menos costo de todo tipo y mayor eficiencia.
Finalmente debemos tocar los sistemas de información como elemento fundamental del tratamiento de la pandemia. La invención del internet reunió por décadas nuevas tecnologías y se adecuó a las necesidades apremiantes de la sociedad y dentro de esta solo a ciertos grupos. ¿Por qué surge una explosión de su uso precisamente con la epidemia y probablemente después de esta continuará? Durante la epidemia, como consecuencia de la reducción de la interacción social para su control, la transformación en cuatro campos del estilo de vida fue brutal: trabajo, salud, educación y recreación. Las limitaciones que se produjeron en esos campos fueron grandísimas. Y siendo antes y estando antes estructurados esos aspectos de la vida en una forma de producción en masa, se necesitaba para su continuidad hacerlo y mantenerlo en igual proporción, la única plataforma mundial existente pare ello era la internet y sobre ello se trabajó.
En el campo de la salud, rápidamente se han producido bases de datos de personas y sus características personales y clínicas; de su ubicación, su estado de salud, sus riesgos y demandas y se ha logrado su asignación a servicios específicos en lugares específicos y su seguimiento y la calendarización de sus actividades de salud, a través de medios digitales. Todas esas acciones, están ejecutándose ya en muchos lugares a través de tecnologías informáticas digitales, con parecida y a veces mucho mayor eficiencia que antes y ha menos costo. Esos campos de la informática, necesitaban, procesos analíticos que permitieran poder tomar decisiones e implementar acciones y eso se está haciéndose ya, con la ayuda de inteligencia artificial y ampliación de disciplinas analíticas al sistema de salud. En muchos de esos casos, las nuevas tecnologías y mecanismos de recolección, análisis, uso y divulgación de información, han reemplazado la mano de obra humana y acelerado el proceso de producción. Pero un avance tecnológico no puede ocurrir en una sociedad dominada por la ignorancia. Y el aprendizaje e incorporación a la nueva tecnología ha sido explosiva. Sera cuestión de tiempo así como lo fue la alfabetización, su universalización. Ya se ha creado el sistema, echarlo a funcionar es cuestión de tiempo. Son ya millones de personas y sus necesidades de salud que están siendo atendidas por este sistema informático de alto rendimiento. Con su implementación completa, el desarrollo del sistema de salud sufrirá cambios estructurales y organizacionales. Así que cabe esperar que una de las principales y trascendentales consecuencias de la pandemia, sea la invención e implementación de sistemas de salud digitales; de fácil acceso y bajo costo y en ese sentido, podríamos estar hablando de la democratización del conocimiento y de los sistemas de salud. ¿La salud controlada por el individuo y la sociedad?