Alfonso Mata
En las enfermedades asegura la teoría, no solo el cuerpo es programador y sufridor de una enfermedad, lo hace de la mano del psiquismo y de ello resulta un software constante que llega a un ordenador qué es el cerebro y que genera las instrucciones para que células órganos y tejidos al igual que en organismo en conjunto, actúen y funcionen a favor o en contra, dependiendo eso de una historia del desarrollo y evolución de los causales de la enfermedad y de cómo estos se perciban, interpreten y generan una reacción, siendo ello lo que determina la existencia de enfermos y enfermedades.
Una enfermedad como la COVID-19, exige un accionar simultáneo y de la atención en varios frentes. De una programación integral de lucha, obligando a un desenvolvimiento individual-social, cuerpo-siquismo, de cooperación e integración. Si la experiencia política y social del momento, de todos sus grupos sociales, no permite alterar la organización social para una operación de contención de enfermos y Covid, la lucha se vuelve estéril y el ganador es el virus. Esta lucha ha estado fallando en nuestro medio por dos razones: mala interpretación integral del problema pandémico, mala operación integral de lucha contra ésta y el resultado social de ello es que tanto cuerpo y psiquismo se han afectado dentro de los grupos de población.
El cerebro al igual que la sociedad, en realidad es un órgano que actúa gracias a lo que ha formado y lo que tiene para trasformar y responde tanto en lo mental como en lo emocional y corporal. La sociedad y sus organismos políticos y sociales de igual manera.
La anterior analogía nos permite entender que no existe un golpe del destino, ni tampoco azar en lo que está pasando en un momento y de que cuando se descuida la organización y funcionamiento en cualquier aspecto de lo que produce el coronavirus este sobrevive. Que cuando no se tiene la competencia para disminuir vulnerabilidad y riesgo de contacto y difusión del virus, no solo empeora la situación de salud individual, sino de la población y también se altera un estilo y un modo de vida, que daña el desenvolvimiento individual y colectivo.
Desafortunadamente, nuestro sistema de salud, no se ha preocupado por estudiar adecuada y de forma completa, las características de la enfermedad y las personas que enferman y no enferman, de los pacientes que curan y no curan y de comportamientos y resultados de ello.
Entonces es más que importante considerar que: condiciones corporales, constelación de actos, hechos y situaciones determinadas, un estilo y modo de vida y una política nacional, induce o activa ante un pandemia como la actual, a una ruptura del trabajo del campo cerebral consciente e inconsciente individual y colectivo, que implica modificación y evolución de órdenes y acciones, cumplimiento de normas que favorecen la persistencia y agravamientos de la situación.
Pero tanto debemos considerar que enfermo y enfermedad, no son simples soportes de un libre acontecer orgánico y social. Uno y otro son perceptores de los conflictos sociales e individuales y de todo lo que sucede a la periferia de ellos y cuando esas situaciones son de estados dañinos, eso altera la codificación política, social y ambiental. Algo similar ocurre a nivel de las instituciones que dejan de cumplir con sus cometidos y objetivos, quedando en ambos casos la integración político-social fuera de base y ese fuera de base, programa mal y se instala el circuito de cambios a favor del aumento de enfermos y difusión de enfermedad. Esto está sucediendo en la actual pandemia.
Se necesita pues, antes que nada, dotar de precisión científica y medible todos esos momentos de la pandemia, a fin de manejar el fenómeno de trasmisión y difusión del virus, con mayor precisión y eficiencia. Que veamos cada experiencia grupal, cada variación perceptiva del fenómeno por la población, no solo con fundamentos científicos biológicos sino sociales y psíquicos. No podemos seguir viendo la pandemia como una enfermedad con entidad nosológica autónoma del vivir nacional e individual y grupal.
En la lucha contra la pandemia no vale: NO SÉ. A estas alturas en nuestro país, la realidad es que no sabemos e ignoramos cuántas personas enfermas hay o cuál es la magnitud de la pandemia en los distintos grupos de población y territorios: conocemos mal la incidencia (casos nuevos que se presentan por tiempo) y la prevalencia (casos acumulados en el tiempo) y es posible entonces de que muchos pacientes (puede ser la mayoría) lidien con su enfermedad solos y abandonados a su suerte, luchando a capa y espada por su existencia y con ese sabor de que nadie me puede ayudar; situación aterrorizante, qué puede propiciar efectos nefastos aunque se logre recuperar a esas personas, con una atención adecuada.
El problema pandémico en estos momentos, necesita al menos de dos enfoques: por un lado, en el caso del enfermo, indagación y verificación de signos, síntomas y su atención; en el caso de la salud de la población, de hallazgos clínicos y epidemiológicos de la frecuencia y características del coronavirus: de su origen, evolución y forma de afectar, pues sólo con suficiente información, se puede elegir de manera segura y responsable el modelo de intervención y de curación que necesita.
En consecuencia, tanto el profesional de salud, como enfermos y sociedad, estamos obligados a aprender, escuchar, cumplir y compartir, para aumentar la capacidad de la lucha. Una buena intervención, sin adecuada comunicación, termina en fracasó. La comunicación es un punto crucial y el otro elemento clave en la intervención es la verificación de lo que se hace frente al problema y de la atención y rehabilitación de la persona que pide ayuda.
Todo programa de salud, necesita de planificación, ejecución, seguimiento y verificación. Eso significa, hacer, medir lo que se hace cómo se hace y lo que se obtiene y no se obtiene y difundirlo. De ello que el trabajo de la comunicación con la verificación permite no sólo un mejor uso y ubicación de recursos sino poner en contacto e interpretación lo que la persona siente y padece tanto el caso clínico como la comunidad; atender el problema del enfermo en el caso clínico y de la comunidad en el de la búsqueda de la salud. Eso va asociado con lo que el individuo piensa y cree, con lo que debiera pensar y hacer. Esto es formular un verdadero diálogo de la salud, experimentando una proximidad con su esencia.
En la actualidad y en nuestro medio, resulta muy claro qué esos elementos han sido y están siendo ignorados en la campaña de atención de enfermos como de la resolución del problema a nivel de comunidad y en aspectos sociales, es más que evidente que esas faltas contribuyen a la ignorancia como factor significativo de retrasos y errores en el manejo individual y colectivo de la pandemia; al miedo, la violencia; la pobreza, la mala política y conducción de la lucha, son componentes significativos que están actuando no solo sobre el coronavirus, sino sobre la salud individual y colectiva de manera negativa. El impacto y amortiguación de esas tensiones en la salud individual y social, ha sido totalmente ignorado; en consecuencia, las pasiones humanas y su impacto en la salud, aflora en cada una de las intervenciones que se han ejecutado.
Diferencia en interpretaciones, actitudes, prácticas y actos políticos sociales e individuales ante y sobre la pandemia, en lugar de llevar a soluciones, han favorecido aparecimiento y difusión del virus ante una lucha con poco esfuerzo de coordinación y por consiguiente, desde cualquier punto que se analice, lo que está sucediendo es el desplazamiento de responsabilidad de la pandemia hacia el individuo enfermo. Es decir, al no atenderse la transmisibilidad y difusión de casos, el resultado es un: “que vea el contaminado como sale de la enfermedad” y en el cumplimiento de ello, existen grandes diferencias en cuanto a posibilidades de una atención médica adecuada, barreras enormes e inequidades e injusticias que desfavorecen a grandes grupos de población, especialmente a los más pobres.